Crítica de libros

A todo tren

A todo tren
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La literatura francesa tiene una habilidad especial para ofrecer cada cierto tiempo a los lectores una novela optimista y de agradable lectura en la que los personajes acaban encontrando la recompensa a sus vidas grises y anodinas. En este caso lo único que sobresale del protagonista es su nombre estrafalario, Guibrando Viñol. Cada día se sube a un tren de cercanías para dirigirse a un trabajo que no le gusta, la Fábrica de Tratamiento y Reciclaje Natural, donde una enorme máquina destruye cada día los miles de libros que ya nadie lee. Durante el trayecto Viñol lee en voz alta páginas sueltas, viejas y sucias, que ha salvado de la destrucción. Este hecho y el encuentro de un pen-drive en el tren darán un giro a su vida.

Al igual que en novelas como «Amelie» o «La elegancia del erizo», hay personajes peculiares que amenizan con humor la historia. Por ejemplo, un vigilante de seguridad que habla solo en alejandrinos o una empleada de unos lavabos públicos que elabora su particular visión sociológica a partir de las costumbres de los clientes. Tampoco falta el monstruo malvado que en este caso es la gran máquina devoradora de libros a la que llaman «el ogro». Como en los buenos cuentos tradicionales tras la aparente sencillez se esconde una elaboración meticulosa con giros de la acción sorprendentes que conducen hacia un final feliz. La primera novela de Didierlaurent ha encontrado la fórmula de los best-seller y muchos lectores se lo agradecerán.