Pedro Narváez

Amor de ultraizquierda

Cuando los surrealistas acuñaron el término «amor fou», esa ruptura del corazón a las tripas hasta una muerte escatológica, estaban rompiendo los cristales del estereotipo. Podemos es surrealista, pero en otras cuestiones, sobre todo por la parte Monedero, que asusta como «El gran masturbador» de Dalí, pero no en las sentimentales que se comporta con el estigma burgués de las princesitas Disney. Ahí sus líderes se deslizan como cualquier pareja que posa en exclusiva en el «¡Hola!» Pablo iglesias y Tania Sánchez tuvieron su momento Rociíto y Antonio David al anunciar por Facebook que dejaban su relación. No hizo falta una votación popular. Como habría dicho un comunicado oficial de Zarzuela, un cese temporal de la convivencia. Sólo que por las redes sociales, que es la revolución por otros medios. Iglesias ya tuvo su gloria couché en «Vanity Fair» y Tania un posado «très chic» en «Yo Dona». Varoufakis también se dejó seducir por «Paris Match», que fue lo que tranquilizó a Angela Merkel. Si un ministro se deja retratar así en su ático es que tiene en carne viva su talón de Aquiles, la vanidad. Los mandamases de Podemos han dejado escritas para la posteridad sus teorías sobre el amor, un concepto necesitado de una regeneración ideológica que rompa los clichés establecidos por el estándar de Hollywood. Eso opinan. Pero entre la teoría y la práctica está el desierto. El amor siempre acaba igual, en la cama o en la pocilga de Pasolini. Es cuestión de oferta y demanda. Capitalismo puro. Pero Podemos obligará por ley a que todos tengamos pareja siempre que haya consenso. El amor de ultraizquierda es la negación del mismo. Pero entre lecho y lecho el programa se puede ir cambiando hasta hacerlo socialdemócrata. O sea, ligar como siempre.