Demografía

Cohesión territorial y despoblación interior: el reto obviado

«Resulta clave apostar por la bioeconomía y por integrar al sector primario con la perspectiva ambiental para transformar el modelo económico»

Cohesión territorial y despoblación interior: el reto obviado
Cohesión territorial y despoblación interior: el reto obviadolarazon

«Resulta clave apostar por la bioeconomía y por integrar al sector primario con la perspectiva ambiental para transformar el modelo económico»

Dos estudios del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) y de la Universidad de Zaragoza nos han recordado uno de los graves problemas latentes que como sociedad tenemos planteados: el desequilibrio territorial de España, un asunto complicado que vamos soslayando y con ello agravándolo. Mucho se ha hablado sobre las tensiones interterritoriales por financiación o distribución de los recursos hídricos, o sobre el reforzamiento de los poderes autonómicos o, por el contrario, una recentralización de la capacidad decisoria; pero nada sustantivo sobre la extrema polaridad territorial entre las costas y algún polo interior como Madrid. Las primeras se caracterizan por densidades más propias de Asia (>400 hab/km2), mientras que las segundas tienen densidades inferiores a 20 hab/km2, algo absolutamente inusual en Europa. Una de las razones de ello se debe a que el problema se plantea con frecuencia dentro de las propias comunidades autónomas.

España es el país de la Unión Europea con las más amplias zonas con menores densidades de población (excepto Laponia), pero con el agravante de que mientras en esas latitudes árticas la estructura demográfica es equilibrada, en nuestro país la tendencia previsible es de colapso en pocos años debido al envejecimiento. Las zonas del interior, generalmente de montaña, están además terriblemente envejecidas y por ello carecen de los mínimos servicios, sobre todo educativos, para asegurar la reposición demográfica. Cuando no existe un instituto en 100 kilómetros, ¿qué familia con hijos puede plantearse un futuro allí?

Cinco causas

Pero, ¿por qué hemos llegado aquí? Se podrían al menos identificar cinco causas. La primera de tipo estructural: la montañosidad. España está llena de montañas lo que reduce en gran medida la productividad agraria. El uso forestal vertebrador de este extenso territorio se ve mermado por un cóctel de baja productividad, incendios, desproporcionado intervencionismo administrativo y falta de priorización presupuestaria.

En segundo lugar, España, fruto del desenganche del resto del continente a lo largo del siglo XIX y buena parte del XX, no tuvo probablemente otra opción que apostar por un crecimiento muy polarizado condenando al resto del territorio a aportar la mano de obra necesaria, obviando su potencial de desarrollo.

En tercer lugar, el impacto de la influencia francesa y su jacobinismo tan focalizado en la capitalidad, centralizando allí todos los servicios de calidad. El sistema autonómico, que debería haber compensado este enfoque, no ha hecho más que replicarlo a una escala menor. La universidad es un claro ejemplo. En vez de mantener la tradición europea de universidades en ciudades medias, se multiplicó la oferta en las grandes aglomeraciones. Esta tendencia genera aglomeraciones excesivas con muchos costos inducidos en términos de incrementos del coste o baja calidad de vida por factores ambientales o de tiempos perdidos.

En cuarto lugar, una ya larga costumbre de distraer la atención de los retos complejos, objetivos y de largo alcance por aquellos anecdóticos, cuticulares y frívolos pero de alta capacidad de polarización y que actúan como una dormidera social respecto al diseño proactivo de la sociedad que queremos para el futuro y que se delega en la peor de las alternativas: la evolución inercial.

Finalmente, el propio sistema electoral induce a una perversión. El loable principio de igualdad lleva a que las zonas muy poco pobladas tengan un peso electoral marginal perfectamente constatable en multitud de decisiones políticas, como la ubicación de instalaciones poco amigables, como vertederos o prisiones.

Ante la magnitud del problema, ¿cuál debería ser la respuesta? En primer lugar y como todo problema, reconocerlo y ponerlo en la agenda. En segundo lugar, incluir la cohesión territorial como un aspecto transversal de buen gobierno analizando todas las políticas que se diseñen en el futuro respecto a su impacto territorial. En tercer lugar, reforzar los potenciales de desarrollo endógeno de estas áreas. Aquí resulta clave la apuesta por la bioeconomía y por integrar al sector primario (agricultura, forestal, mar) con la perspectiva ambiental en un sentido de transformación del modelo económico y no de freno al mismo que sólo consigue mantener las ineficiencias ambientales, sociales y económicas actuales. Las materias primas renovables que nos liberen de la dependencia de los combustibles y materias primas fósiles solo pueden proceder del territorio rural y el mar. En cuarto lugar, asegurando un acceso equiparable a todos los servicios públicos, sobre todo los educativos. Si existe un territorio donde es más urgente revertir la falta de reposición demográfica vía natalidad y/o emigración es aquí. Y en quinto lugar, asegurando dotaciones presupuestarias finalistas para reequilibrar la tendencia económica a la concentración territorial.

Costes

Una sociedad predominantemente urbana no puede abstraerse de la realidad de su estrecha dependencia del mundo rural de donde procede el agua, los alimentos o la energía renovable que consume; la compensación de las emisiones de carbono y el paisaje verde que necesita para compensar la dureza de las aglomeraciones son otros ejemplos. No abordarlo nos generará mayores costes, empezando por el reto de mantener un patrimonio cultural tan valioso y disperso como el nuestro y cuyo destino, carente de uso, será inexorablemente el que corrieron antaño los castillos (las iglesias, por mantenerse en uso, se han preservado hasta nuestros días).

No caigamos en la tentación del «no hay nada que hacer» o la «fata morgana» de pretender volver a convertirnos en la «Reserva de Europa», esta vez natural. Nuestros paisajes y nuestra naturaleza son el resultado de siglos de estrecha interacción con las comunidades rurales. Si éstas se pierden, los perderemos y el abandono y el fuego generarán extensos espacios carentes de valor. La solución radica en la integración, como defienden los Objetivos de Desarrollo Sostenible aprobados por la Organización de Naciones Unidas (ONU), con el objetivo 2030 superando los enfoques segregacionistas de matriz cartesiana y la visión utilitarista del interior del que dependemos por un enfoque colaborativo: es precisamente la sociedad urbana la que más depende de un medio rural vivo y viable. Tenemos una última ventana de oportunidad: aprovechémosla.