Salud

¿Coste-eficiente o no? Cómo buscar herramientas sostenibles para el SNS

La eficiencia es uno de esos axiomas del mundo sanitario que parece que están escritos en piedra y que se argumentan como requisito imprescindible para realizar cualquier cambio en nuestra Sanidad

¿Coste-eficiente o no? Cómo buscar herramientas sostenibles para el SNS
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La eficiencia es uno de esos axiomas del mundo sanitario que parece que están escritos en piedra y que se argumentan como requisito imprescindible para realizar cualquier cambio en nuestra Sanidad

Realmente, ¿qué hay detrás del concepto de coste-eficiencia? ¿A qué se refiere uno cuando se apunta que un nuevo producto o una solución sanitaria debe demostrar que es coste-eficiente? El concepto de fondo es realmente muy sencillo. «Una solución nueva es coste-eficiente si demuestra que consigue los mismos resultados en salud o mejores a un menor coste, o a un menor consumo de recursos sanitarios», explica David Labajo, responsable de Sanidad Digital de Telefonica de España.

El punto clave de esta definición es: ¿qué se entiende por costes? ¿cómo se calculan? Hasta ahora, la forma de dar una visión completa de estas cifras ha sido siempre calcular los gastos actuales y futuros de los pacientes asociados a las patologías o intervenciones sobre las que se trabaja y compararlos con las cifras de la nueva solución, programa terapéutico o tratamiento que tendría el paciente incluyendo todos los costes futuros asociados a dicha patología, intervención o fármaco. De esta forma, nuevas terapias, fármacos o herramientas pueden resultar más costosas que las actuales, pero si tienen mejores resultados que ahorran costes a futuro, pueden convertirse en coste-eficientes y ser reconocidas como tales. Gracias a ello se ha conseguido, por ejemplo,modernizar las intervenciones quirúrgicas, evolucionando las técnicas y herramientas más caras, que han reducido drásticamente las complicaciones postintervención y han ahorrado mucho dinero en posteriores consultas, reingresos o repetición de las intervenciones. «A pesar de todo esto, llevamos años haciéndolo mal. Llevamos muchos años calculando mal los costes y eficiencias de los nuevos productos, soluciones y herramientas sanitarias, porque el punto clave está en qué consideramos como costes de los pacientes o cómo calculamos dichos costes», subraya Labajo.

Errores a subsanar

Hasta ahora, ya han restringido esos costes al puro ámbito sanitario, calculando los recursos sanitarios, los fármacos, los de las intervenciones, las consultas, las hospitalizaciones, etcétera. ¿Pero acaso son éstos los únicos costes que ocasionan los problemas de salud de la población? La respuesta es no. Un problema de salud grave, en muchos casos lleva consigo también una baja laboral continuada, una disminución de la productividad, o incluso una baja laboral permanente. Si se analizan estos costes con una visión completa de país, y no sólo como gastos sanitarios, se encuentra que estos problemas de salud se traducen en pérdidas de ingresos al estado por impuestos y cotizaciones a la seguridad social, y también un aumento de los costes en forma de pensiones por incapacidad o invalidez. Incluso en aquellos casos en los que los problemas de salud acaban con un fallecimiento temprano a una edad todavía activa, se halla, no sólo con esa pérdida de ingresos, sino con los costes asociados a pensiones de viudedad y de orfandad.

Distintos estudios confirman no sólo que estos costes no sanitarios son relevantes, sino que son entre tres y cuatro veces superiores a los costes puramente sanitarios. «A esto es a lo que me refiero cuando digo que estamos haciéndolo mal, porque al final a la hora de calcular la coste-eficiencia, estamos obviando entre el 75%-80% de los costes reales ocasionados por los problemas de salud de la población», explica Labajo. Esta reflexión no es nueva y lleva ya tiempo aplicándose en otros países de la Unión Europea, especialmente en Estados Unidos, en lo que denominan el análisis de costes indirectos. Por ejemplo, un estudio realizado en Febrero de 2016 sobre los costes indirectos de los pacientes crónicos de EPOC en Alemania cifraba en casi 28.000 euros los costes indirectos anuales de este tipo de pacientes por absentismo laboral, incapacidad temporal o permanente y distintos tipos de subsidios y pensiones, tres veces más que los propios costes directos de esos mimos pacientes.

Estudios realizados para la inclusión de nuevos tratamientos para el cáncer de pulmón sitúan estos costes indirectos en casi cuatro veces el coste directo sanitario, eso teniendo en cuenta que el nivel de subsidios, pensiones y ayudas sociales allí es muy inferior al que tenemos aquí en España. Hay que cambiar el paradigma y empezar ya a analizar los costes sanitarios a nivel global de país y no únicamente a nivel de los costes puramente sanitarios. Porque la mejora de la salud de la población tiene un tremendo impacto positivo a todos los niveles, mejorando productividad y competitividad, y reduciendo costes indeseados que nadie quiere tener.

La aplicación de estos nuevos criterios de costes en los análisis de coste-efectividad ayudaría claramente a tener una visión más completa de las implicaciones e impactos de las nuevas terapias, tratamientos y tecnologías, y especialmente aquellas que tienen retornos a medio y largo plazo. Todo esto ayudaría sin lugar a dudas aincentivar políticas preventivas, uno de los grandes «debes» y asignatura pendiente que tiene la sanidad en nuestro país, y sobre todo ayudaría a mejorar la salud de todos ahora y en el futuro. «Ayudaría también a modernizar la prestación sanitaria gracias a las nuevas tecnologías. Y al fin y al cabo, sería una herramienta para mejorar la sanidad y con un gran impacto a nivel de país en la «mala salud» de la población. Y por ellos se convierte en un cambio de urgente acometida», concluye Labajo.

Caso práctico: la hepatitis C

Un ejemplo muy claro fue el de la hepatitis C . Cuando la sanidad clamaba por el precio de los nuevos tratamientos que curaban la hepatitis y se decía que el coste no era asumible por el país, se abría el debate sobre si ese precio, que sin duda había que renegociar, era absolutamente rentable a nivel de país. Porque el casi un millón de pacientes afectados acaban teniendo bajas laborales continuas o permanentes y, en muchos casos, acaban necesitando un trasplante de hígado a un coste más elevado, y a veces acaban falleciendo. Si calculamos los costes reales de las pensiones de viudedad, orfandad, pensiones por incapacidad laboral temporal y permanente, asociadas a estos pacientes y a sus familias y la pérdida de cotizaciones e impuestos por la ausencia de una vida laboral activa,hallamos que estos costes son mucho más elevados que los costes de los nuevos tratamientos.