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Gloria Álvarez, la musa liberal

Gloria Álvarez, la musa liberal
Gloria Álvarez, la musa liberallarazon

La publicación de Cómo hablar con un progre, su primer libro en solitario y recientemente publicado por Ediciones Deusto, ha traído de nuevo a España a la politóloga guatemalteca Gloria Álvarez. Además de participar como ponente en el Free Market Road Show, ha aprovechado su estancia en nuestro país para presentar su libro en varios medios de comunicación, entre ellos “Herrera en Cope”, en la que el popular presentador radiofónico Carlos Herrera le hizo una entrevista.

Habló Gloria sobre las cuestiones que trata en su libro y las reacciones en las redes sociales no se hicieron esperar: sus fans ensalzaron sus palabras con el mismo ahínco que sus detractores las pusieron en tela de juicio. En paralelo, varios miles de oyentes descubrieron por primera a esta joven voz latinoamericana de verbo fácil y mensaje aguerrido, expresando también en redes sociales lo mucho o poco que sus palabras habían gustado.

Y, todo ello, tuvo una traslación inmediata a la lista de libros más vendidos de Amazon, donde en apenas una hora (Amazon actualiza su lista de libros más vendidos cada hora) se aupó al puesto número cinco, pisándole los talones a Patria de Aramburu y resto de conocidos bestellers.

Y es que la historia se repite, y no como tragedia o farsa, que añadía Marx, sino como bautismo mediático por parte de aquellos que escuchan por vez primera a Gloria Álvarez y acto seguido caen rendidos a sus pies seducidos por su modo tan particular de expresar unas ideas y creencias que seguramente habían oído -o incluso pensado por sí mismos- con anterioridad, pero que a lomos del artefacto comunicativo de Gloria resultan más vehementes y más certeras. Ocurrió en Zaragoza en noviembre de 2014 con su discurso ante el Parlamento Iberoamericano de la Juventud, donde defendió el uso de las nuevas tecnologías para poner freno a los populismos. El vídeo fue un fenómeno viral en Internet y lleva casi millón y medio de visualizaciones. Ocurrió también el pasado año durante la presentación en España de El engaño populista, su primera incursión literaria escrita a cuatro manos con el abogado chileno Axel Kaiser. Y volvió a ocurrir, como decimos, el viernes 24 de marzo en su visita a los estudios de la Cope en Sevilla.

¿Y qué dijo Gloria Álvarez para causar tal revuelo? Pues se limitó a resumir sucintamente los argumentos que desarrolla en su libro, en el cual desmonta con humor y sencillez los mitos, argumentos e ideas preconcebidas de los nuevos progres, léase dirigentes, militantes y simpatizantes de Podemos y entendidos éstos como un colectivo de extrema izquierda que, desde una posición de superioridad moral, dice defender los intereses de la clase trabajadora.

Las páginas de Cómo hablar con un progre, cuyo título y contenidos representan un guiño al célebre How to talk to a Liberal (If you must), de Ann Coulter, recogen los comportamientos, mensajes y discursos de dicho colectivo partiendo de ejemplos reales de la actualidad política y económica. Tras ello, se desmotan meticulosamente y se exponen con sentido común las trampas de la manipulación ideológica y los discursos basados tan solo en buenas intenciones, sentimentalismos y falta de autocrítica.

Gloria Álvarez analiza también sus creencias, su vocabulario, su apoyo a todo tipo de movimientos sociales (ecologismo, feminismo, pacifismo...), su crítica al sistema capitalista y su atribución de culpas al enemigo, identificado éste como la ideología liberal o, en su terminología, todo lo que huela, sea o parezca “neoliberal”, incluso cuando dichas ideas ayuden a reducir la pobreza e incrementen el bienestar de toda la sociedad.

Un discurso con el que uno puede estar más o menos de acuerdo –bienvenido sea el debate-, pero que objetivamente le ha permitido erigirse en una de las voces más sobresalientes, seguidas y respetadas del liberalismo contemporáneo y convertirse con ello en la musa liberal, o, como ella prefiere denominarse, libertaria, por excelencia.

A continuación reproducimos un fragmento del capítulo 1 y del capítulo 2 de Cómo hablar con un progre.

1.- APROXIMACIÓN AL PROGRE

El progre es una figura tan universal que es fácilmente reconocible. Da igual dónde lo situemos, sus rasgos son tan definitorios que, salvo leves «adaptaciones» nacionales, identificarlo será fácil, y ésa es nuestra primera tarea cuando hemos de interactuar con él.

El progre, como todos hemos podido ver cuando nos tropezamos con ellos, es de clase media o alta, con ideas de izquierda, y cierta inquietud intelectual. Es un burgués que no reconoce serlo, que no renuncia a su vida cómoda, pese a que dichas comodidades materiales que tanto aprecia vienen de su principal enemigo: el capitalismo. Pero nadie dijo que el progre viva de forma coherente con sus ideas; de hecho, es uno de sus rasgos característicos allí donde lo encontramos.

Sus denominaciones son diversas, pero todas reflejan la misma realidad:

- En España se les llama, entre otras denominaciones, rojos o izquierda caviar.

- En México les llaman chairos o pejezombies...

- En Cuba: comecandela.

- En Guatemala, comanches, guerrilleros de cafetería o socialistas de las zonas 10 y 14.

- En El Salvador, izquierdosos, zurdos, farabundistas, terengos, FRENtudos, ninis (ni estudian ni trabajan).

- En Nicaragua, piricuacos o caramiadas.

- En Costa Rica, chancletudos.

- En República Dominicana, zurdos.

- En Colombia, mamertos.

- En Perú, un progre adinerado es un caviar, un progre de la masa es un socialconfuso.

- En Venezuela, robolucionarios, boliburgueses, ñángaras, chaburros, chabestias.

- En Ecuador, zurdos o comunachos, chinos o borregos, chupa medias o perrunios.

- En Bolivia, masistas (partidarios del MAS) o sus sinónimos más usados, llunkus, amarrawuatos.

- En Argentina, progres o zurdos, hippie con Osde (Osde: Obra social).

- En Chile, rojos, comunachos, zurdos, monos, progres, cuico progres o socialistas de balneario.

- En Paraguay: zurdos.

- En Uruguay, socialatas, tupas, bolches, chinos, suciolistas, fracaso amplistas o fraude amplistas, zurdos caviar.

- En Brasil, esquerdistas, esquerda caviar o mortadelas.

El jurista estadounidense G. Gordon Liddy definía al progre como «aquel que se siente profundamente en deuda con el prójimo y propone saldar esa deuda con tu dinero». En 1970 Tom Wolfe, que los denominó «radical chic», nos daba de ellos una perfecta descripción. En un artículo publicado en el New York Magazine tras una fiesta en el lujoso apartamento de Leonard Bernstein en Manhattan, en la que de hecho se coló, reflexionaba sobre cómo la actividad de las élites sociales se dirigía más a revestir una postura de izquierdas que a mostrar una verdadera convicción política por la misma. Su comportamiento reflejaba más una idea de ganar prestigio social o incluso de limpiar culpas que una auténtica creencia en dichas ideas.

Así, criticaba como la cultura de clases que tienen estos progres les llevaba a considerarse en monopolio de una virtud conseguida a través de sus actos políticos de defensa de determinadas causas sociales. Una virtud que han de mostrar siempre y en todo caso al mundo, que toman como elemento de conducta y que sirve para diferenciar al que puede entrar en sus círculos del que no. Porque, no nos engañemos, ser progre no es fácil, y ser reconocido, admitido e incluido en círculos progres lo es aún menos. Hay que demostrar ciertas aptitudes para ser considerado, por ellos mismos, dignos del «carné de progre pata negra».

Por supuesto, un buen progre que se precie nunca reconocería su incoherencia. Para ellos conducir un coche último modelo de gran cilindrada es compatible con hacer del ecologismo una causa, con defender las muy dudosas democracias rusas, venezolanas, ecuatorianas o iraníes, con defender derechos de las mujeres u homosexuales, con abogar por el laicisimo mientras se defiende la religión islámica y al tiempo se ataca a judíos y católicos. Por eso no les molesta la disonancia cognitiva que a los defensores del sentido común nos produce cuando nos enteramos de que Daniel Ortega es accionista de las principales industrias nicaragüenses, que Rafael Correa manda a censurar canciones en la radio, películas en la televisión o noticias en la prensa.

De hecho, es precisamente lo que criticaba Wolf; mientras los progres o «radical chic» defienden la paz, el diálogo o el respeto a las minorías, son capaces de recaudar fondos para asociaciones como los Black Panthers, aquellos para los que Bernstein pedía financiación en la fiesta a la que se refería Wolf en su artículo. Lo mismo ocurre con causas más graves, como el terrorismo. Así, se puede decir que se lucha contra él pero al mismo tiempo se justifican los ataques de Hamas a Israel, porque en este caso son autodefensa; o denominar al grupo terrorista ETA «movimiento de liberación», y a sus presos, «presos políticos» sin sonrojarse.

Y qué decir de los derechos humanos. Puede defenderse cualquier causa en base a la quiebra de un derecho humano (lo sea o no, ya que su confusión sobre la naturaleza de los derechos les impide diferenciarlos y califican cualquier necesidad material que consideren que ha de existir como derecho humano) pero al tiempo defender, apoyar y tomar como ejemplo a países que tienen en la violación de los mismos su seña de identidad internacional. Por eso para el progre es condenable que un Pinochet haya acabado con la vida de cerca de tres mil opositores, pero para nada es considerado un crimen a su juicio los miles que Ernesto, Che, Guevara fusiló confesando el placer que le daba hacerlo en sus cartas a su padre.

Lo que sí es común en estas discusiones, más allá de los escenarios, es el odio al capitalismo, el rechazo a Estados Unidos o la simpatía hacia los populismos, que normalmente abrazan. Porque si algo tiene el progre es su deseo de abrazar a cualquier salvador mesiánico que haga del rechazo al capitalismo que al tiempo le financia una bandera que poder enarbolar como hacían los progres de antaño, a finales de los años sesenta, en Europa y gran parte de América con el Che Guevara, Castro, Perón o Allende; e incluso hoy lo hacen con el primero. El primero, de hecho, y a pesar de sus deméritos, no ha salido nunca de su iconografía.

Porque al igual que estos «libertadores» lo hicieron con su pueblo —aunque lo lograran a base de violencia, crímenes y violación de libertades una vez alcanzaron el poder—, ellos han venido para redimirnos. Se consideran en posesión de una superioridad ética y moral y nos perdonan por nuestros pecados, fruto sólo de nuestra ignorancia, pero no dudan en darnos motivos para alcanzar su fe, comunicarnos su catecismo y hacernos comulgar con sus ideas.

Su causa es ayudarnos, sacarnos de nuestra ceguera. Una ceguera en la que hemos caído todos presos por culpa del capitalismo como sistema económico, el liberalismo como meta política y occidente como entorno social. Así, al igual que los protagonistas de la novela de Saramago, un día nos levantamos todos ciegos, nos contagiamos la incapacidad de ver, y ellos son los que nos van a reeducar hasta que expiemos nuestros pecados y volvamos a ver el mundo como el progre considera que hay que verlo. Queridos lectores, lejos de criticar su adoctrinamiento hemos de dar las gracias porque nos hagan partícipes de su catecismo.

Un catecismo cuya primera lección es que tenemos que odiar al capitalismo y a Estados Unidos como máxima expresión del mismo. De hecho en el imaginario progre el capitalismo es nuestro pecado capital. Comimos de la manzana y fuimos castigados a vivir como seres imperfectos en un mundo dominado por las fuerzas ocultas del capitalismo y en el que, al igual que los países nórdicos son una suerte de cielo en la tierra, los Estados Unidos son el mismísimo infierno. Ellos ya han identificado los siete pecados capitales que nos impiden alcanzar la tierra prometida:

1. El dinero.

2. La medición del esfuerzo.

3. La competitividad.

4. La meritocracia y el esfuerzo.

5. El afán de superación.

6. La propiedad privada (no eres dueño del fruto de tu esfuerzo ni del producto del sudor de tu frente).

7. La libertad de pensamiento.

Éstos son los grandes obstáculos que nos impiden alcanzar el paraíso del progre. Sin duda, manejar estos conceptos te facilitará mucho tu trabajo a la hora de comunicarte con un progre.

¿Podemos decir que realmente el progre cree en todo ello? Francamente, no me atrevería a decir que es así. Mucho menos a decir que viven exentos de esos siete «pecados».

Los movimientos de izquierda de la segunda posguerra europea creían que era posible cambiar el mundo en el que vivían. Hoy lo siguen creyendo, y de ahí que hoy veamos en ellos a unos insensatos idealistas que siguen pensando que un mundo colectivizado es la solución a los males a los que el capitalismo los ha condenado, a pesar de que la historia les demuestra una y otra vez que su utopía sólo conduce al totalitarismo de uno u otro signo. ¿Cómo explican esta dicotomía? Simple: Ninguno de los países que han acabado en totalitarismos realmente implementó la utopía progre como tal. Dando una explicación bastante incongruente pero lo suficientemente sencilla para no ser cuestionada por nadie, el progre simplemente te dice que el verdadero comunismo nunca ha existido. Es que todos los que han intentado el socialismo verdadero se han desvirtuado. Falta que aparezca el mesías verdadero que no tenga intereses personales para que implemente la agenda de Marx tal cual él la describió.

Ignoran y desconocen por completo que de hecho Marx jamás dejó explicado cómo se daba la transición de la Fase I a la Fase II del comunismo. Y lo que hemos visto implementado en la URSS, en la China de Mao, en Vietnam, en Cuba, en Corea del Norte, en Venezuela, y en más de la mitad del territorio del mundo que ha implementado paso a paso la agenda comunista de Marx, es que al finalizar los pasos de la Fase I, en lugar de llegarse a la Fase II, el país primero llegó a niveles de genocidio nunca antes vistos, a niveles de escasez y miseria nunca antes experimentados y a un total subdesarrollo y violaciones de los derechos humanos.

Pero el progre sencillamente descarta todos esos experimentos atroces diciendo que sus resultados no tuvieron «nada que ver» con los verdaderos ideales colectivistas y que lo que hay que hacer es «intentarlo una vez más con el líder adecuado» para que ahora sí funcione.

Por eso, con la misma agenda fracasada pero con líderes nuevos, un Pablo Iglesias en España o un Manuel López Obrador en México aún se escuchan como esperanzas prometedoras.

Incomprensiblemente, los movimientos de izquierda que mencionábamos creen aún en ello, aunque mayoritariamente no vivan conforme a ello, pero mantienen un discurso rousseauniano en el que siguen definiendo la bondad del ser humano y la utopía socialista como una forma mejor de sociedad. Eso sí, tampoco ellos se quieren ir a vivir allí y de hecho nunca lo hacen.

En cambio, el progre sufre más de infantilismo, y de ahí su acérrima defensa del Estado como padre protector al que hay que dar todos los poderes ya que es el mejor para encargarse de proteger nuestros intereses.

No olvidemos que estos progres son pobres niños de clase media alta que han crecido con todas las comodidades, a las que no renuncian. Desde el mismo Marx, que a partir de los treinta y un años pasó a ser un mantenido económicamente por su esposa y su fiel amigo Engels, pasando por el modus vivendi de Ernesto Guevara, por los colegios privados de Fidel Castro o los líderes guerrilleros marxistas en Centroamérica, ningún progre ha salido del pueblo pobre. Todos los progres son hijos de la burguesía acaudalada. Pero están convencidos de su mejor derecho para decirles al resto cómo han de vivir, a quién han de ayudar, qué causas han de apoyar y qué han de pensar porque, gracias a que ellos están luchando, todos vamos a poder elegir entre la colectivización de la pobreza o la pobreza colectiva, entre el pensamiento único o la uniformidad del pensamiento, entre la asfixia del igualitarismo o el igualitarismo asfixiante.

Deberíamos darles las gracias por su lucha, ya que sin ellos nuestra libertad para elegir existiría, y eso, como todos sabemos, no es bueno, porque si algo sabe el progre de bien, el progre de raza, es que elegir es malo y que todos somos unos ineptos para hacernos responsables de las consecuencias de nuestros actos.

Sí, puede resultar raro, pero piensen en cualquier progre que conozcan y en sus luchas, siempre reclamando más de otro, prefiriendo que otro nos diga qué hacer, abogando por el intervencionismo estatal porque decidir por uno mismo, dejar que las sociedades elijan y que sean estas elecciones lo que, en definitiva, se oferta y deja de ofertarse, no está entre las opciones del progre.

Elegir es malo, es una de las máximas que tenemos que tener en cuenta al intentar hablar con un progre, y siempre será mejor que sea otro, sobre todo si ese otro es el Estado, el que elige por ti.

A su juicio, la libertad de elección es siempre negativa, ya que no asumen que elegir implica también renunciar e incluso asumir errores, algo que nunca hace el progre. Cualquier proceso de elección tiene un cierto margen de incertidumbre, mayor o menor según la elección; no siempre se cuenta con toda la información, y en numerosas ocasiones según la elección se puede obtener uno u otro resultado, y eso tampoco les gusta. Ellos sólo consideran causa-efecto en la elección, y si el efecto no es el deseado es porque no han elegido, aunque lo hayan hecho.

Ciertamente, y en eso hemos de darles la razón, no siempre elegimos en un escenario de certeza absoluta, pero poder elegir en situaciones de información incompleta es, en todo caso, siempre mejor que no poder elegir. Lo que pasa es que al progre no le gusta admitir una realidad, y lucha con todas sus fuerzas por evadirla: en la vida no hay garantías de nada. La vida es un proceso de decisiones. La primera decisión consiste en si vamos a escoger ser víctimas de lo que nos sucede o protagonistas que, ante lo que nos sucede, decidimos la actitud con la cual enfrentar dichas circunstancias.

Esta idea de que ellos saben mejor que tú lo que te conviene se traslada a todos los ámbitos y les hace considerarse en virtud de una moral superior que les lleva a considerar que todo lo que ellos no son, piensan o hacen es siempre un enemigo a destruir.

Su aversión y rechazo a las diferencias naturales entre individuos —de ahí su pasión por el igualitarismo, pese a que lo vistan de igualdad— y a la libertad en toda su extensión lleva a categorizar, criticar e intentar combatir todo lo que se aleje de su ortodoxia «buenista» sobre cómo ha de ser el mundo: esa utopía progresista de consenso (entiéndase, «siempre y cuando coincida con lo que yo pienso»), tolerancia (entiéndase, «siempre y cuando no piense lo contrario que yo») y diálogo (entiéndase, «sólo si eres progre»).

Decía Ayn Rand que no es posible hacer entrar en razón a quien piensa de forma automática. Y no lo intentaremos. Como ya hemos dicho, no pretendemos convencer al progre de sus errores, pero en este mundo «buenista» en el que nos están obligando a vivir se nos hace imprescindible saber identificarlos y poder comunicarnos con ellos en un lenguaje que les sea comprensible.

Podríamos seguir desgranando estas características pero a ello dedicaremos las páginas siguientes. Pretendo acercar al lector al mundo del progre desde un triple eje: 1. quién es y qué piensa, 2. cuáles son sus temas y 3. cuál es su objetivo.

Una vez que hayamos identificado a un progre, para lo que daremos al lector unas pistas fundamentales, es preciso saber comunicarnos con ellos, y para ello es necesario aprender el lenguaje de lo «políticamente correcto», pero también conocer sus gustos e intereses.

Una vez hemos aprendido lo básico, tenemos que conocer sus temas y qué piensa uno sobre ellos. Ya hemos dicho anteriormente que en cualquier conversación con un progre hemos de asumir que en virtud de su superioridad moral ellos están siempre en posesión de la verdad. No tratemos de convencerlos. El tiempo, las experiencias de la vida, viajar y, en los casos menos graves, leer y conseguir un criterio propio, harán lo que nosotros ahora no podemos. Ahora bien, no podemos convencerlos pero sí saber cómo persuadirlos y llevarlos a lo absurdo de sus planteamientos. A los progres hay que ponerlos en jaque como lo hacía Sócrates, cuestionándolos y llevándolos a un lugar que nunca han visitado: aquel en el que confrontan las últimas consecuencias de sus postulados.

Debemos tener en cuenta que el origen de los progres hemos de situarlo en las protestas de finales de los años sesenta. En aquella época las sociedades occidentales podían decir que ya habían superado las calamidades de la guerra y crecían a un ritmo que sólo veinte años antes se hubiera considerado complicado. Esto provocaba también un cambio en las relaciones internacionales provocado por los avatares de la Guerra Fría.

A pesar de que el dominio europeo y estadounidense no había sido cuestionado desde el final de la segunda guerra mundial, los grandes cambios políticos, económicos y sociales de los años sesenta fueron acompañados de un cuestionamiento del papel de las potencias occidentales, sobre todo de Estados Unidos, en las antiguas colonias, especialmente sobre los últimos territorios independizados en América Latina, Asia y África. La revolución cubana y el auge de los movimientos de izquierda en Latinoamérica y la guerra de Vietnam en Asia serían los acontecimientos que concitarían mayores apoyos en Europa y Norteamérica, que se tradujeron en una oposición a la hegemonía occidental, la solidaridad con las antiguas colonias y el Tercer Mundo, la oposición al imperialismo, y el pacifismo.

A estos acontecimientos sumamos unos profundos cambios culturales que retroalimentaban estos cambios sociales. El nacimiento de la sociedad de masas conlleva también un mayor, más fácil acceso y mejor intercambio de información entre los jóvenes de las distintas sociedades, los verdaderos adalides del cambio en esta década, pero también caldo de cultivo para el asentamiento de nuevas corrientes de pensamiento que iban surgiendo desde la cultura underground, y que criticaban la sociedad de consumo y el mundo capitalista de la posguerra.

Los progres, que nacían ligados a estos movimientos, han mantenido desde entonces sus mismas consignas. El buen progre es ecologista, pacifista, feminista, antiglobalización, antiimperialista y pro Tercer Mundo. Si lo piensan, el progre es además paritario, tolerante, dialogante, busca el consenso, lucha por los derechos humanos, por la mejora de las condiciones de vida del planeta..., es, además, culto y carismático. El progre es nuestro modelo de ser humano.

Estos temas, vestidos de un lenguaje políticamente correcto, constituyen el segundo bloque al que prestaremos atención antes de pasar a describir el mundo por el que lucha el progre, su tierra prometida. Este mundo se caracteriza por el consenso y el diálogo, en definitiva, por el talante. Una actitud necesaria para llegar a la tierra pro(gre)metida, el Estado del Bienestar.

Pero hasta un progre es consciente de que necesitamos la economía para subsistir, si bien su comprensión alcanza sólo a esta afirmación ya que no hay más que ver cualquier país gobernado por el progresismo para darnos cuenta de que su idea de la economía se aleja mucho de lo que debería ser una economía eficiente, bien dirigida y que fomenta la actividad económica. Es la antieconomía.

Su modelo está basado en alta intervención pública; impuestos altos; creación de empleo por parte del Estado, que ha de ser el principal empleador, a pesar de ser el más ineficiente; defensa de los derechos del obrero —retórica que no abandonan—; crítica feroz al empresario (verdadero creador del empleo que piden que el Estado cree), y rechazo al mercado, un voraz agente que, según los progres, sólo existe para hacerles la vida imposible a los obreros que quieren vivir de su trabajo, como si el empresario, por ejemplo, no quisiese lo mismo y no se viese afectado también por la mala gestión y la coacción a su iniciativa, que, en este caso, el progre pretende imponer.

Pero si hay un tema fundamental en el que todo progre tiene una misma visión son las relaciones internacionales y el papel de cada Estado en ellas. Así, la regla de oro, a la que ya nos hemos referido, es que los Estados Unidos es el causante de todo el mal que nos acecha. Es el centro del eje del mal y el causante de cualquier daño que nos haya ocurrido desde que el mundo es mundo.

Por el contrario, el modelo a imitar son esos paraísos bolivarianos de libertad en los que comprar un bien de primera necesidad se convierte en un imposible, pero no importa. Viven bajo la protección de un caudillo, que es la mejor forma de vivir, la máxima expresión del Estado omnipresente que anhelan. Un Gran Hermano como el imaginado por Orwell en su célebre novela que es hoy una cruel e inquietante profecía autocumplida cada vez que en el mundo se revive una Rebelión en la granja o se repite un 1984 en pleno siglo XXI.

2. EL PROGRESISMO COMO IDEOLOGÍA Y FORMA DE COMPORTAMIENTO

Si hablamos del progresismo como ideología que propugna una mejora en las formas de vida de los ciudadanos, pocos podríamos poner objeciones a la misma. En sí misma, sin entrar en formas utópicas, es tan necesaria como deseable y no es muy diferente de otras, si bien diferimos radicalmente en la forma de lograrlo. Cualquier persona razonable no puede hacer otra cosa más que defender la igualdad entre hombres y mujeres y un adecuado reparto de la riqueza del mundo para que todas las personas puedan desarrollarse y alcanzar sus sueños.

Ahora bien, si hablamos del «progre», o del «progresismo», como veremos en estas páginas, no nos estamos refiriendo a tal, como pudiera suponerse, sino que estamos hablando de una forma de entender la realidad que se transforma en forma de vida y que se caracteriza, sobre todo, por una relativización moral y social, una forma de ver la vida basada en la imagen, y por el maniqueísmo como bandera.

Este último aspecto es el más fácil de ver. Todo progre de bien sólo tiene dos formas de ver las cosas: blanco o negro, «lo que yo pienso» o «contra lo que yo pienso». No hay más, así de simple y así de complejo. Deliberadamente olvidan la enorme escala de grises, así como todas las cuestiones que hacen que cualquier decisión de la que hablemos pueda verse desde diferentes prismas, ninguno necesariamente más válido que otro.

Quizá es en este aspecto donde radica el mayor de los problemas, ya que el progre envilece sus posicionamientos de tal forma que si tú no compartes su fórmula para alcanzar un objetivo común, directamente pasas a ser un enemigo. Lamentablemente, no hablamos sólo de un enemigo ideológico; para el progre pensar diferente significa que defiendes unos intereses ocultos y que tu única intención es boicotear sus «buenos propósitos». Una premisa fundamental del progre es que las cosas son como él las ve, y si no las ves igual, serás sometido al escarnio, el insulto y el rechazo, porque como hemos mencionado ya, y veremos, el progre está en el mundo para enseñarte la verdad, su verdad, redimirte, sacarte de tu confusión y llevarte a su tierra pro(gre)metida.

Éste es uno de los puntos que hacen más complicado mantener una conversación sensata con un progre. Hay que tener claro siempre una cosa, el progre no razona, sólo ve extremos, y hacerlo es una pérdida absurda de tiempo y energía. Es más provechoso llevarlo a su propia contradicción. Tampoco cambiará de opinión; como cualquier secta, ésta también entra hasta el tuétano y no es posible el raciocinio. Ahora bien, por el camino, al menos, le habremos provocado a pensar y le habremos mostrado lo bien que sienta hacerlo. Y, por qué no decirlo, hemos pasado un rato agradable viendo cómo retuerce hasta el absurdo su argumento para intentar razonar una cosa y la contraria.

Ridiculizar a un progre es sencillo, pero también comporta ciertos riesgos. Tengamos en cuenta que son personas que se creen en posición de la verdad más absoluta y que, además, siempre que se vean acorralados por el peso de la razón, disponen de una serie de frases hechas que manejan como si fueran mantras y que son capaces de aplicar en cualquier momento. En una situación así verá el lector que la simpleza del pensamiento progre siempre puede escudarse detrás de la influencia que los medios de comunicación tienen en la gran mayoría de la población (menos ellos, claro), en teorías conspiranoicas, que siempre ganan fuerza si detrás están los americanos y su malvada maquinaria imperialista o los oligarcas y «la casta», y en última instancia siempre está el manido y socorrido «no tienes ni idea de lo que estás diciendo» que para muchos progres es más que un leitmotiv.

Porque si algo va a caracterizar su comportamiento, y enlazamos con otras de las cuestiones planteadas, es que todo tema es relativo, depende de cuándo preguntemos y de quiénes sean los actores en escena. De hecho, todo para un progre es relativo: el contexto, lo que haya dicho el ideólogo de referencia del momento, o lo que le sirva o no para justificar su comportamiento, que, como ya sabemos, siempre es correcto.

Hay cuestiones sobre las que el progre traza líneas rojas (término que le encanta utilizar), y son sus líderes y referentes morales, aunque su actuación no sea precisamente así. A pesar de su relativismo, sus dioses son inmutables. Lo vimos en vivo y en directo con la muerte de Fidel, cuando no se dudó en exaltar las bondades de un dictador que condenó a los cubanos a vivir en la miseria más absoluta, careciendo de lo más básico para la vida, sin ningún tipo de recursos y careciendo de lo más importante, la libertad. Pero todo ello bien adornado por el progre de bien señalando que tienen una buena sanidad, uno de esos dogmas bien aprendidos por todo progre que se precie, como que el mejor sistema educativo es el finlandés, aunque en términos de resultados las distintas clasificaciones internacionales llevan años indicando que los países asiáticos son el modelo a seguir. Pero no intente que un progre cambie de parecer.