El desafío independentista

Independentismo al desnudo

El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont
El presidente de la Generalitat, Carles Puigdemontlarazon

En 360 grados prometí asomarme a los acontecimientos que fueran marcando el devenir de la escena internacional. Desde el pasado 1 de octubre la cuestión catalana ha desbordado nuestras fronteras y ha despertado el interés informativo de los principales medios internacionales. Colegas de otros países recurren a mis compañeros de LA RAZÓN o a mí para tratar de despejar algunas incógnitas, sorprendidos por la virulencia de los acontecimientos y la trágica ruptura de la sociedad catalana puesta al descubierto.

La amenaza del independentismo catalán que desde el 6 y 7 de septiembre se estableció fuera de la Ley es el mayor desafío al que se enfrenta nuestra democracia desde hace 40 años. No me interesa realizar un repaso exhaustivo de los acontecimientos ocurridos en Cataluña que desgraciadamente tanto me han recordado a episodios protagonizados por pseudodemocracias de otras latitudes como extraer lo que considero que son las primeras lecciones de esta triple crisis -institucional, económica y social- que el Gobierno nacional trata ahora de reconducir, con éxito o no, con la aplicación del Artículo 155.

Primera lección. Cataluña no es un solo pueblo. En el discurso de la Generalitat recurren con frecuencia a la idea de Cataluña como un solo pueblo que camina hacia la independencia. Si la crisis actual nos enseña algo es precisamente la dolorosa fractura abierta en la sociedad catalana entre los partidarios de la secesión y los defensores de la permanencia en España. La Generalitat ha despertado los peores demonios. Las dos Españas se han convertido ahora en las dos Cataluñas. Si hay algo que un gobernante jamás podría alentar es la división y el enfrentamiento de sus ciudadanos. El independentismo sigue negando la otra Cataluña ensimismado en una especie de pensamiento supremacista con el que justifica que lo catalán es superlativamente superior a lo español y, por tanto, lo español debe ser sometido o apartado. Lamentablemente está lógica recuerda a movimientos supremacistas en Estados Unidos que reclaman una supuesta superioridad de la raza blanca sobre el resto.

Hasta las cifras que manejan los independentistas confirman la fractura (que no reconocen). De acuerdo con los datos del referéndum ilegal del 1-O, acudió a votar el 43% del censo así que un 57% dio la espalda a la falsa consulta. De los que acudieron a las urnas hubo 2.044.038 votos favorables a la independencia mientras que el censo está compuesto por más de 5.300.000 ciudadanos. La élite política catalana no puede, por tanto, apropiarse del pueblo de Cataluña en su conjunto, como si fuera un todo. Cataluña se revela como una población plural y diversa y se merece políticos que no sólo reconozcan su diversidad y su pluralidad sino que la celebren. También sorprende en el extranjero que este proceso se haya liderado por un presidente no electo, como es el caso de Carles Puigdemont.

Segunda lección. Una Cataluña independiente quedaría fuera de Europa. El independentismo catalán ha negado constantemente esta verdad a sus votantes. Sin embargo, a medida que Cataluña se ha asomado al precipicio, Bruselas ha elevado el tono. Una Cataluña independiente quedaría fuera de la UE ¿Por qué? Primero por romper el orden constitucional y del Estado de Derecho con una Declaración Unilateral. “El Estado de Derecho no es una opción es una obligación”, recordó el presidente del Parlamento Europeo Antonio Tajani en Oviedo. La Europa actual también rechaza la vieja idea de la Europa de las Regiones. “No queremos una Europa a 90 Estados”, zanjó recientemente el presidente de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker. Desde Alemania y Francia se ve con preocupación la cuestión catalana por los efectos desestabilizadores que pudiera provocar en la cuarta economía de la Zona Euro y por su efecto contagio. Una vez que se saca el genio de la botella es difícil de volver a colocarlo dentro. Asimismo, la propia filosofía del independentismo va en contra de la construcción de Europa. La integración europea es incompatible con la atomización de los Estados miembros. El secesionismo rezuma un localismo anacrónico en la Europa contemporánea.

Tercera lección. Fracaso económico. El independentismo ha vendido la idea de una Cataluña fuera de España sería una Cataluña más prospera. La realidad nos ha enseñado que en los primeros compases de lo que pretende ser la República Catalana 1.300 empresas han cambiado de sede social. Cataluña, Madrid y País Vasco son los tres polos industriales de España. Con esta crisis institucional y política el tejido empresarial amasado por los gobiernos de convergencia está en peligro. Desde el independentismo se minimiza la fuga de empresas lideradas por las dos principales entidades financieras La Caixa y El Sabadell y alegan como un triunfo que mantengan sus plantillas intactas. Ocultan que el cambio de sede social es el primer paso para otros movimientos de mayor calado. Cataluña puede pasar de una sala de mandos -donde se toman las decisiones empresariales- a una sala de máquinas -donde se ejecutan-. ¿Qué ocurre cuando vienen turbulencias? Primero se quita “la grasa” de sala de máquinas y se deja como última opción los cambios en la sala de mando. La negación del Govern o el empecinamiento en atribuir a esta salida a presión del Gobierno o a las cargas policiales del 1-O es una muestra más de la ceguera de una clase política que se ve incapaz de leer la realidad.

Cuarta lección. Una independencia sin reconocimiento internacional. Un Estado no puede ser reconocido como tal si carece de reconocimiento internacional y esto es lo que está ocurriendo en el caso Cataluña. Ninguno de los 28 (todavía hasta que se haga efectiva la salida de Reino Unido) Estados europeos van a reconocer a Cataluña. Tampoco las superpotencias. Estados Unidos ha defendido desde las Presidencias de Obama y de Trump la unidad de España. China jamás reconocería el derecho de autodeterminación que podría suponer un precedente para Taiwán, Hong Kong o el Tibet. Venezuela, cada vez más aislada de la escena regional y global debido a la deriva de Maduro, es el único país que parecería dispuesto a reconocer la independencia catalana. Desde Caracas se ve con simpatía los modos de operar del independentismo. No en vano, los episodios vividos el día 6 y 7 en el Parlament de Cataluña recuerdan a los sucedidos en Caracas con la creación de una Asamblea Constituyente con la que se pretende anular la Asamblea Nacional dominada por la oposición tras las elecciones de 2015.

Quinta lección. El espejismo de la ruptura neutral. La propaganda independentista vende el divorcio como una realidad a la que solamente cabía añadir el hecho político. La ruptura, por lo tanto, no sería ni traumática ni dolorosa. Esta premisa niega de nuevo la existencia de los catalanes no independentistas. El proceso iniciado por el Govern se ha topado con la oposición del Estado pero también de las propias estructuras del autogobierno catalán como el Consell de Garantíes Estatutarias, la Secretaría General del Parlament o el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. Las resistencias a romper con los siglos de convivencia son múltiples y dan muestras de la violencia del proceso. Los separatistas sacan el Brexit como un ejemplo de democracia. Para los que pensamos que el Reino Unido ha tomado una de las decisiones más graves de su historia reciente que puede condenar a la isla a la irrelevancia supone un ejemplo desalentador. Desde la victoria del “Sí” a la salida de la Unión Europea, Reino Unido está inmerso en una crisis política crónica derivada de un Gobierno en minoría que no es capaz de diseñar una línea de negociación coherente y creíble con Bruselas. Londres proclamó la vuelta a la soberanía nacional pero en un mundo globalizado su futuro depende en gran medida de la relación que logre forjar con Europa. Eso mismo ocurre con Cataluña. La separación no puede sino granjear el daño mutuo asegurado.

En estos 40 días de ruptura el independentismo se ha quedado desnudo y amenaza con chocar contra un muro, el de la realidad.