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Castigo al Brexit duro de la primera ministra británica

El gato Larry a las puertas del nº 10 de Downing Street, residencia oficial de la primera ministra británica, Theresa May, en Londres (Reino Unido)
El gato Larry a las puertas del nº 10 de Downing Street, residencia oficial de la primera ministra británica, Theresa May, en Londres (Reino Unido)larazon

En política dos más dos no son cuatro. Theresa May convocó las elecciones anticipadas con unos sondeos que le vaticinaban una ventaja de 22 puntos sobre su rival Jeremy Corbyn. La primera ministra británica quería emular la hazaña de su referente Margaret Thatcher en 1983 que superó a los socialdemócratas con una victoria de 144 escaños. La “tory” había apostado por un brexit duro, esto es, una salida del mercado único europeo a cambio de recuperar el control de las fronteras; pero se encontraba las resistencias de quienes veían como un suicidio la voladura de la arquitectura institucional de los últimos cuarenta años. Frente a los obstáculos de la Cámara de los Lores, el Tribunal de Londres o los gigantes financieros de la City, May convocó unas elecciones para obtener un mandato claro y rotundo que le permitiera dirigir con comodidad las negociaciones del Brexit.

Hoy se ha topado con la realidad. Un parlamento fragmentado donde se mantiene como el partido más votado pero lejos de la mayoría absoluta. May va a necesitar pactar con los unionistas de Irlanda del Norte (DUP), partidarios de un «Brexit blando» y con los liberaldemócratas (Lib Dems) que han hecho de un segundo referéndum sobre Europa su lema de campaña. La tarea no es fácil y la supervivencia no está garantizada.

¿Cuáles son las lecciones de las urnas? El Partido Conservador debe hacer una profunda reflexión de los resultados. El liderazgo de May ha quedado seriamente tocado, y está por ver si los lobos de su partido tratarán de arrebatarle el bastón de mando. No obstante, la líder “tory” va a tener que dedicar más tiempo a negociar con las otras fuerzas parlamentarias que a escuchar los cantos de sirena de los halcones de su partido. May igual que Cameron ha caído en el agujero negro de los euroescépticos. Los dos fueron a las urnas para reforzar su liderazgo en medio de la presión eurófoba y los dos han salido escaldados.

El bipartidismo tradicional ha resurgido en las elecciones del 8 de junio. El Partido Laborista del izquierdista Corbyn ha remontado las encuestas y ha ganado 29 asientos. May no puede abordar la futura relación con Europa sin contar con los socialdemócratas. Hasta el ex dirigente del UKIP y padre del Brexit, Nigel Farage, ha asumido que la desconexión europea ha sido rechazada por los británicos y que se reconducirán las negociaciones para mantener a Reino Unido en el mercado único, algo que él desaprueba. Lo razonable en este contexto es buscar un acuerdo a la Noruega o Suiza. El ascenso del Partido Laborista está directamente relacionado con el deseo del electorado de buscar un acuerdo más razonable con Bruselas, menos obsesionado con la inmigración y más preocupado por mantener los vínculos con los socios europeos.

La última lectura de las urnas es la humillante derrota de los nacionalistas escoceses (SNP) que se dejan 21 escaños. Los electores han dado la espalda al llamamiento de Nicola Sturgeon para un segundo referéndum de independencia. Incluso el histórico, Alex Salmond, que dirigió a Escocia durante la consulta de 2014, ha perdido su asiento en Westminster en favor de los conservadores. No hay apetito para experimentos territoriales. Que tomen nota los independentistas patrios.