Nacionalismo

Revisionismo y amarillismo

Revisionismo y amarillismo
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A estas alturas de verano, los seguidores del prusés ya andan calentando motores —y ánimos— de cara al próximo evento de exaltación victimista anual, también conocido como la Diada del once de septiembre.

Como se huelen pinchazo, los alegres organizadores de las últimas performances, los de la Assamblea Nacional Catalana, han montado uno de los más repugnantes actos de los que hayamos tenido noticia, y eso que él prusés ha proporcionado momentos gloriosos. En varias ciudades catalanas, entre ellas la mía, han sembrado una plaza de cruces amarillas con el lema Sistema Sanitari Català para escenificar la defunción del sistema de salud público y echarle la culpa, obviamente, a Madrid. La campaña ha resultado tan rastrera y mezquina, que hasta los de Marea Blanca han salido a criticarla y a dejar claro que aquí los responsables son los sucesivos gobiernos de la Generalitat, que para eso tienen las competencias transferidas desde hace décadas.

Durante mucho tiempo ha sido habitual este tipo de actuaciones. Años de falsificar la historia, años de falsear los datos económicos, años de inventarse agravios o de magnificar conflictos han generado una sociedad más que dispuesta a aceptar sin mucha reflexión todo lo que se les presenta como un ataque al sufrido pueblo catalán. Para ello, el papel de los medios de comunicación y por supuesto, del sistema de enseñanza, ambos en manos de personajes con muy pocos escrúpulos y un gran servilismo al poder ha sido fundamental.

Aquí te salen elementos que crean un órgano como el Institut Català de Nova Història, donde no es que se haga revisionismo, es que se delira, directamente, y no pasa nada. En el se defiende el indudable origen catalán de Cristóbal Colón, Miguel de Cervantes, Teresa de Jesus o La Gioconda... Y proclama que desde el siglo XVI se ha perpetrado un historicidio deliberado para disminuir el protagonismo de Cataluña en el mundo y favorecer el nacimiento de un estado español desde lo castellano. Penoso. Pero consentido y financiado. Aunque lamentablemente este tipo de actuaciones no son nuevas. Ya en el siglo XIX Próspero de Bofarull, director del archivo de la Corona de Aragón se dedicó a falsificar sin ningún pudor documentación para engrandecer el papel de los catalanes en la conquista del reino de Valencia en 1238 y eliminar a conveniencia a aragoneses, navarros y castellanos del mismo. No satisfecho con ello hizo desaparecer el testamento de Jaime I, y a saber cuanta documentación más, para apuntalar el mito de la nación catalana.

Hoy, los dignos descendientes del archivero plantan cruces amarillas o crean institutos revisionistas. La cuestión es generar un marco mental en el cual el pueblo catalán, su pueblo catalán, compuesto por quien ellos deciden, ha sido dotado por el destino de las mejores virtudes y atacado sin piedad por el envidioso y más vulgar pueblo español.

Rídiculo, ¿verdad? Pues no lo es para una parte de la sociedad catalana, que lleva imbuida de pensamiento único durante mucho tiempo. Veremos si esta situación puede ser revertida o es demasiado tarde.