Blogs

Cruzados apestados

Cruzados apestados
Cruzados apestadoslarazon

Por Carlos Navarro Ahicart

Con la coyuntura actual, cualquier comentario que se oponga lo más mínimo a lo establecido como “políticamente correcto” es un acto de osadía y poco menos que un delito (y, en algunos casos, incluso lo es). Dentro de ese conjunto de elementos socialmente aceptables ha entrado, cómo no, la sumisión total del mundo occidental ante el Islam y la recepción incondicional de refugiados de los países en guerra de Oriente Medio. Por tanto, aquellos individuos o países que se niegan a aceptar la dictadura del marxismo cultural y someterse a la asimilación forzosa de un número inasumible de musulmanes son automáticamente convertidos por la opinión pública y los medios de comunicación en “regímenes xenófobos” con gobiernos de carácter poco democrático.

No importa lo bien o lo mal que lo hagan los gobernantes de estos países. Si su gestión es excelente, si está totalmente respaldados por sus ciudadanos, son factores que parecen no importar lo más mínimo en el pérfido nuevo espectro que distingue entre lo “bueno” y lo “malo” bajo los intereses de unos cuantos. La legitimidad y la soberanía propia de cada uno de las naciones discordantes con el discurso global de falsa solidaridad y buenismo exacerbado es un mero factor que no entra en la ecuación. Polonia, por ejemplo, es uno de los países (mayormente del este de Europa) que se ha opuesto a acoger refugiados en sus fronteras.

A diferencia de Alemania, que se ha puesto a sí misma la correa de Mahoma por los complejos de siempre, estos cruzados en un mundo en llamas se mantienen firmes en su convencimiento de que la llegada de tan ingente cantidad de musulmanes es una amenaza y un peligro para la cultura, la sociedad, el sistema político y la completa existencia de nuestra civilización. No porque sean peligrosos per se, ni potenciales terroristas, sino porque sus valores, religión y estándares culturales son totalmente opuestos a los nuestros. No pueden tolerar nuestro modo de vida porque lo consideran una ofensa por sus creencias, y eso los convierte en enemigos directos de nuestras costumbres.

Evidentemente, existen excepciones, como en casi todo. Hay, de hecho, musulmanes que han sido capaces de incorporarse a la vida en sociedad en nuestra civilización, respetando nuestra idiosincrasia y dejando las cuestiones religiosas en el ámbito estrictamente privado. Pero también hay, cómo no, casos en los que esto no es así, sino todo lo contrario. Y la diferencia es evidente: los que nos respetan pertenecen al colectivo de inmigrantes voluntarios, mientras que los que no suelen ser inmigrantes forzosos o, directamente, los refugiados de los que hablamos. Unos deciden venir a Occidente a sabiendas de lo que van a encontrar aquí. Otros se ven obligados por A o por B a venir por ser una tierra de oportunidades y ausencia de guerras. Y, sí, aunque gozamos de estas virtudes precisamente por nuestro modo de vida, ellos no lo consideran así.

Huyen de sus hogares por los horrores que ha causado precisamente lo que quieren tener en unos países que no les pertenecen. Refugiados que violan o agreden a mujeres europeas por vestir distinto a cómo dicta la sharia, musulmanes acogidos en Occidente que claman a gritos el cumplimiento de sus leyes sagradas... La pescadilla que se muerde la cola. Es por ello, y no por odio racial, por lo que nobles países defensores de los rescoldos de nuestra civilización luchan contra la imposición moral de quienes dejarían nuestro mundo arder por no parecer lo que son a quienes reciben con los brazos abiertos.