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El torpe pactismo

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Por Carlos Navarro Ahicart

Hace unos pocos días, el desestructurado matrimonio entre PSPV-PSOE, Compromís y Podemos en la Comunidad Valenciana renovó sus votos en un emotivo acto político que ellos bautizaron como una “ampliación y renovación del Pacte del Botànic”. Según ellos, se trata de una inclusión de 201 nuevas medidas para centrar el acuerdo en el modelo productivo de la región y en la generación de empleo. Algo que choca de pleno, no obstante, con la política que han llevado a cabo durante su año y medio en el gobierno, basada en el rechazo de proyectos empresariales e inversiones extranjeras que podrían haber aportado millones de euros y creado miles de puestos de trabajo.

Esta “renovación” no es algo circunstancial. Ni siquiera es lo que quieren hacer ver que es. Se trata de un problema de base que comparten todas las uniones de perdedores que entraron en los gobiernos locales, autonómicos y de diputaciones en las elecciones del 24 de mayo de 2015. Y es, sencillamente, que el único objetivo de las mismas era desahuciar al Partido Popular de las instituciones y hacerse con ellas costase lo que costase. Cualquier cosa que trascienda esta frontera estaba (y está) destinada a fracasar. Algo evidente cuando a alguien se le ocurre la genial idea de mezclar socialdemocracia, ecologismo, nacionalismo periférico, independentismo, marxismo, socialismo y comunismo en un mismo recipiente y agitarlo violentamente hasta obtener una amalgama ideológica bastante desagradable y difuncional.

Es el caso, por seguir en el Levante español, de las incesantes contradicciones que surgen en el gobierno de Puig y Oltra. Que si el Conseller de Economía contradice al Director General de Comercio en lo referente a la libertad horaria de los centros comerciales; que si unos apuñalan a otros cuando uno de los cargos del contrario se ve inmerso en cualquier polémica; que si Medio Ambiente echa atrás un proyecto y un alcalde del otro partido lo critica; y un largo etcétera que, lejos de ser una demostración de fuerza de unos sobre otros, resulta ridículo y lamentable de cara a la ciudadanía.

La política de macropactos ha generado gobiernos inestables, débiles e ineficaces. Gobiernos de verdaderos depredadores políticos cuya única intención es acaparar más y más espacios de poder con la ayuda del empujón electoral de su compañero político temporal. Gobiernos que utilizan a “la gente” como propaganda durante sus campañas y luego desoyen las demandas de su pueblo y se ponen de perfil ante cualquier problema real. Gobiernos inexpertos que no saben desenvolverse en un ambiente de verdaderas problemáticas y retos que afrontar. Gobiernos, en definitiva, como los que sufrimos hoy por no haber acometido cuando tocaba una reforma electoral en condiciones.

Porque, sí, hablar ahora de pactos y gobiernos multicolor es muy moderno y políticamente correcto. Pero a mi no me importa en absoluto lo bonito que resulte en cuanto a marketing e imagen si lo que va a resultar de ello es una verdadera chapuza. ¿Quieren pactos? De acuerdo. Que fijen objetivos reales y asequibles; que dejen la política de gestos en el cajón del marxismo cultural; que aparquen sus disputas internas en las cloacas de sus partidos; que se olviden del sectarismo político y de las medidas guerracivilistas que no aportan nada útil a la sociedad; y, por encima de todo, que molesten lo menos posible al ciudadano de a pie mientras estén en el poder.