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Francia, entre la espada y la pared

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Por Carlos Navarro Ahicart

Este domingo hemos asistido a la celebración de la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Francia, tras la cual los dos candidatos a presidir el Estado galo en la futura segunda vuelta serán Marine Le Pen, la flamante candidata de la extrema derecha francesa, y Emmanuel Macron, el joven centrista que promete ser el “freno” del populismo del Frente Nacional. Vamos, lo que viene a ser una elección entre dos opciones nefastas.

Los franceses tendrán que elegir próximamente entre una exaltada líder que promete la salida del euro, la ruptura con el proyecto europeo y un férreo control sobre la inmigración, así como un terrible paquete de medidas económicas másbien socialistas; y un “centrista ñoño” de los que se han puesto de moda hoy en día, dispuesto a sacrificarlo todo por la Unión Europea, ex socialista y con un programa que dice ser “liberal”, pero que se queda bastante corto. Y, por supuesto, algunos de los candidatos que no han logrado pasar la primera vuelta pedirán el voto para uno de los dos presidenciables, como ya ha hecho François Hollande con Macron.

Como es la tónica habitual últimamente, se trata de unas elecciones tremendamente polarizadas entre una propuesta populista de ruptura total con las instituciones europeas y proteccionismo económico exacerbado y una figura de relativo consenso que promete frenar el radicalismo con un ideario “de centro” (el inexistente centro ideológico) y una defensa a capa y espada de Europa y sus valores, que últimamente no están muy bien definidos. La diferencia con la mayoría de países en lo que esto ocurre es que Francia no cuenta ahora con un candidato de centro-derecha con opciones de éxito, y eso, aunque muchos no lo crean, es algo terriblemente peligroso.

Imaginen el escenario en cualquiera de ambos casos. Si Le Pen gana, Francia tendrá una presidenta que sumirá al país en un complicado proceso de desconexión con la UE, tratándose Francia de una de las principales potencias europeas, e intentará aplicar reformas de la peor índole, de acuerdo a su programa. Si el ganador es Macron, por el contrario, la Jefatura de Estado de los franceses estará controlada por la nada ideológica; por un hombre “de consenso” incapaz de hacer frente a los grandes retos a los que Francia tendrá que enfrentarse en el futuro y a la fuerte oposición ejercida por su antagonista, Le Pen. No olvidemos, además, que el Jefe de Estado en Francia, a diferencia de los de la mayoría de países europeos, goza de competencias bastante relevantes que pueden cambiar el curso de todo el país.

Cabe plantearse a dónde queremos llegar como civilización. El ambiente político moderno está tremendamente polarizado entre el populismo, ya sea de izquierdas o de derechas, y las opciones moderadas con capacidad de gobernar. El eje sobre el cual se mueven las dinámicas actuales parece estar cambiando y dejando atrás la vieja dicotomía entre izquierda y derecha para convertirse en una pugna entre globalismo y nacionalismo, o algo similar. Y eso plantea un terreno de juego muy distinto al habitual.