Turquía

La cuestión turca

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Por Carlos Navarro Ahicart

El otro día, todo el mundo se puso completamente histérico porque, contra todo pronóstico, se anunció un intento de golpe de Estado en Turquía por parte de una facción pro-occidental del ejército turco, que dijo haber tomado como rehén al Jefe del Estado Mayor e inhabilitó parte de las redes sociales y la televisión pública del país.

Mientras Erdogan disfrutaba de unas tranquilas vacaciones en un encantador pueblo costero, el caos se apoderaba de Ankara y los militares golpistas decretaban un toque de queda y anunciaban una nueva constitución. El presidente, tratando de evitar enfrentar directamente a las fuerzas armadas entre sí, hizo un llamamiento a la ciudadanía para rebelarse contra el golpe, tratando de mantener la legitimidad que estos le concedieron en las urnas.

Finalmente, la cosa quedó en una fallida operación de toma del poder que se saldó con más de 200 muertos entre militares de ambos bandos y civiles esa misma noche. Por supuesto, las reacciones por parte de los líderes políticos de Occidente no tardaron en llegar con Obama a la cabeza, pidiendo respeto por un presidente elegido democráticamente, seguido de los distintos primeros ministros europeos, en la misma línea que el presidente de los EEUU. Recordemos, claro está, que Turquía es un país miembro de la OTAN y, como tal, casi todo lo que pueda hacer el gobierno de turno se puede llegar a obviar en situaciones como esta. Es un precio razonable por mantener las bases y el poder geopolítico en la zona, pensarán ellos.

Pero, desde un punto de vista ajeno a los intereses del bloque occidental, y como comentaron numerosos analistas políticos esa misma noche, el intento de golpe de Estado en Turquía -si bien resultó, como todos, un ataque directo a la voluntad popular que democráticamente se había manifestado tras unas elecciones aparentemente limpias- no debería haber disgustado tanto a Occidente. Y, ¿por qué? Muy sencillo: no debemos olvidar que Erdogan es, de hecho, un islamista convencido y un líder marcadamente autoritario. No le tiembla la mano a la hora de tomar como modelo algo bastante similar a la sharia y de tratar de recuperar la pena de muerte para casos como el acontecido. Digamos que, a pesar de que fue elegido por la mayoría de los turcos, no es el modelo de presidente demócrata y defensor de las libertades y los derechos individuales que, en teoría, los líderes políticos internacionales deberían desear para Turquía.

Además, cabe destacar que, hace poco, existían indicios bastante claros de que Turquía, bajo el gobierno de Erdogan, había contribuido activamente a la financiación de Daesh por medio de la compra de petróleo. Algo que parece haber olvidado el adalid de la lucha contra el terrorismo, Mr. Obama. Pero tampoco debe sorprendernos demasiado, teniendo en cuenta a quién ha apoyado oficialmente para la próxima presidencia de la Casa Blanca...

No soy adivino y no me aventuraré a decir si los golpistas hubiesen organizado un nuevo gobierno que respetase verdaderamente el valor de la libertad, que es el deseable en una democracia moderna que trata de acercarse a la cultura occidental. Lo que tengo claro es que el modelo actual vigente en Turquía no es lo que yo, como liberal, querría para mi país. Es totalmente lo contrario: un embrión totalitario disfrazado de falsa democracia, algo más peligroso que un régimen propiamente dictatorial.