Presidencia del Gobierno

Dense prisa, por favor

Dense prisa, por favor
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En octubre de 2014, hace casi un año, publicaba “De la Esperanza” a petición de amigos que se quejaban del clima de pesimismo generalizado que los medios de comunicación transmiten a diario sobre la situación política, económica y moral de nuestra sociedad. Pedían, no un optimismo irracional, sino un análisis realista de la situación que diera siquiera un rayo de esperanza.

Comentaba entonces: “Hace días un periódico de tirada nacional publicaba una encuesta realizada en 32 países, donde preguntaban a los niños si eran felices y alguna cuestión más sobre lo que pensaban para su futuro de adultos. Los niños españoles se consideraban muy felices y esperanzados, nada menos que los cuartos de esos 32 países encuestados. No perdamos los adultos la esperanza, no tenemos derecho a defraudarlos”.

Conozco, todos conocemos, a españoles jóvenes, de ambos sexos, bien preparados, responsables y comprometidos que ven con preocupación su futuro y el de sus hijos, todavía niños. Que no entienden la deriva hacia el caos y el desgobierno en el que estamos cayendo de forma aparentemente irremediable, con la llegada a los gobiernos locales y regionales de políticos cuyo único objetivo declarado es desalojar del poder a la derecha y cambiarlo todo.

Decía entonces y se ha confirmado tras las elecciones, que no venían a negociar, tratar, o consensuar con nadie cambios o mejoras de nuestra legislación, vienen a destruir sin más, sin tener preparada alternativa, solo el caos, el desgobierno y el populismo más feroz que es el que les ha encumbrado.

Con la colaboración necesaria de la izquierda española, especialmente y menos comprensible, del partido socialista, tenemos a independentistas vascos, navarros y valencianos y antisistemas del 15M, gobernando (o como quiera que se llamen lo que están haciendo) en ciudades y comunidades donde la norma es acabar con los símbolos, himnos y nomenclaturas que a ellos les suenen a fachas, monárquicos o simplemente españoles.

¿De dónde entonces los motivos para la esperanza? Pues, aunque parezca contradictorio, del éxito de estos nuevos políticos y su práctica de desgobierno llevada a cabo en estos meses, conocida y criticada en apenas 100 días por propios y extraños, de la experiencia griega, de la que el final aun no está escrito pero promete ser muy negativo para el populista Alexis Tsipras y, sobre todo, de esos españoles sensatos, muchos y hasta ahora silenciosos, a los que me refería más arriba, que no dejarán que el desastre se culmine.

La esperanza, que no pierdo, está basada en los españoles, incluso en los españoles de izquierda que, conscientes de su error, rectifiquen la postura de apoyo a los extremistas del pasado mayo. Apoyos que no han tenido el beneplácito de la mayoría de sus barones y a buen seguro tratarán de reconducir en el futuro inmediato.

Pedro Sánchez, empeñado en emular a Zapatero, le ha superado ya en muy poco tiempo, pero sabe que la mitad de su partido no le votó como secretario general y sigue sin quererlo. Sabe que hay líderes que le hacen sombra y que si quiere conservar el sillón y, consecuente y legítimamente aspirar a la presidencia del gobierno de la nación, tendrá que ser aunando voluntades y no creando enfrentamientos.

Algunas abstenciones que han propiciado el “gobierno” de los extremistas están siendo ya revisadas. El PSOE, de ninguna manera, y su líder mucho menos, quieren devolverle el poder a los populares, por eso hicieron lo que hicieron y no se atreven a hacer lo que sensatamente tendrían que hacer.

Sin embargo, ante la gravedad de la situación, y con la prueba catalana de por medio, no debemos perder la esperanza en que los socialistas rectifiquen y enmienden su errático camino.

Rajoy reparte aciertos (recuperación económica) y errores (cuestión catalana, entre otros que ya iremos viendo, como las leyes de última hora fuera de plazo) y apela ahora a la estrategia del miedo, al temor cierto y posible de un pacto PSOE – Podemos tras las elecciones generales de diciembre.

Los seres humanos normales, quiero decir no afectados por fobias o filias radicales de ninguna signo, reaccionan mejor a los estímulos positivos que a los negativos. Apelar al miedo y no a la esperanza es un grave error cuyas terribles consecuencias pueden ser irreversibles.

Traten de ilusionar, de embarcar en un proyecto común, realizable y positivo para los millones de españoles a los que me he referido más arriba. Movilícenlos para que no se queden en casa y acudan a ejercer sus derechos ciudadanos. Son muchos más que los ruidosos perroflautas y esa es nuestra esperanza. Pero apenas queda tiempo, así que dense prisa, por favor.