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Contradictoria misión

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La Comunidad Valenciana ha sido desde tiempos remotos una región donde el comercio emergió y fructificó de manera brillante como consecuencia del emprendedurismo de las gentes que han habitado y habitan en ella y también, como no, por su enclave geoestratégico en el Mediterráneo. Es por ello que, ya en el mundo contemporáneo, la reglamentación económica tiene una clara incidencia en la posibilidades de aumentar las exportaciones de productos valencianos y en ese contexto nos encontramos.

Los viajes institucionales que tienen por objeto misiones comerciales para abrir los mercados internacionales son siempre una buena iniciativa, aunque en el pasado, cuando el PP gobernaba en nuestra autonomía, fueron duramente criticados por quienes hoy gobiernan. El presidente Ximo Puig ha decidido encaminarse a Canadá estos días, junto a una numerosa presencia de miembros de su gabinete, y también con una representación empresarial. Lo más sorprendente es que a la visita se haya sumado el consejero de Economía, Rafael Climent.

Por su cargo todos podríamos convenir que Climent, miembro de Compromís, tendría que estar presente. Cuando uno revisa su trayectoria reciente, por contra, todos concluimos que su viaje junto a Puig y los empresarios es un insulto a la inteligencia. Y es que el Acuerdo Integral sobre Economía y Comercio (CETA) que han pactado la Unión Europea y Canadá para facilitar las transacciones económicas entre ambas potencias eliminando las tarifas aduaneras no fue apoyado por Compromís.

El propio Climent votó en contra de este acuerdo en las Cortes Valencianas el pasado mes de mayo mientras que en el Senado, el representante de Compromís, Carles Mulet, votó también contra el CETA e hizo campaña en su contra. Hay que ser muy incoherente para emprender una misión comercial a cargo del erario público donde el objetivo principal –potenciar que las empresas valencianas se beneficien de este acuerdo– está en las antípodas del pensamiento, personal de Climent, y colectivo del partido nacionalista al que representa.

Ximo Puig encabeza un viaje disparatado donde él glosa las virtudes del acuerdo europeo-canadiense y su conseller de Economía defiende lo contrario. ¿Qué capacidad de interlocución se puede mantener con este punto de partida? Las empresas se felicitan por el aumento de competitividad que supone la reducción o eliminación de los aranceles portuarios cuando envían sus productos a Canadá, mientras que Climent lamenta que el CETA, a su juicio, beneficie a las multinacionales canadienses en detrimento de los pequeños y medianos empresarios de la Comunidad Valenciana.

Es un esperpento y un absurdo que el presidente de todos los valencianos se haga acompañar por quien no defiende los intereses económicos de la región y que piensa, como Climent, en una microeconomía endogámica y sin capacidad de crecimiento, mirando solo hacia adentro.

Podemos, mientras, se alinea con Climent. También votaron en contra del CETA e impulsaron una comisión para estudiar los efectos de este acuerdo supranacional en las empresas valencianas. En pleno viaje a Canadá del presidente valenciano reclaman la publicación de ese estudio que claramente ha estado dirigido en la dirección de resaltar los “privilegios” que Podemos y Compromís consideran que el acuerdo brinda a las grandes empresas canadienses y que en muchos casos son filiales de otras compañías estadounidenses.

¿Es éste el discurso institucional que Climent y Puig mantienen en Canadá? Se da la paradoja de que los empresarios allí desplazados glosan las virtudes del CETA y el consejero de Economía defiende en público lo contrario. En esta tesitura hubiera sido deseable que para evitar entrar en contradicciones y disparatadas justificaciones este viaje se hubiera suspendido o que, al menos, Climent no se hubiera apuntado.

Resulta oneroso para las arcas públicas, estéril por la dualidad de posturas en el seno del Consell y de los propios integrantes de la misión comercial y caro en términos de imagen para la Comunidad Valenciana. Ha servido, además, de excusa para que el consejero de Economía eluda el control parlamentario de esta semana, al igual que para el presidente de la Generalitat. Ya no les veremos por la Cámara autonómica hasta el próximo año en una confirmación del desprecio hacia la labor del legislativo.

Son muchas las ocasiones en las que el Gobierno valenciano actúa a contracorriente. Sería comprensible que ocurriera respecto de un sentir de la ciudadanía si fuera por aplicar una política coherente en la creencia de que supondría mejora del bienestar. Es, por desgracia, injustificable que ese caminar en sentido contrario se produzca dentro del seno del Gobierno con dos partidos luchando por convertirse en hegemónicos en la izquierda política valenciana y con los ciudadanos como principales damnificados.

Cuando esa lucha interna se revela hacia el exterior y –como en esta misión comercial encabezada por la Generalitat– se comparte con terceros en el ámbito internacional solo cabe un adjetivo: esperpéntico. Es mejor que los valencianos hagan uso de su libre iniciativa porque con aliados institucionales del calibre de los actuales solo pueden resultar perjudicados. Una lástima.