Fuenlabrada

Puigdemon-io

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Ya lo dijo Pío Baroja: “El nacionalismo se cura viajando”.

No seré yo quien provoque una ignominia a Puigdemont y sus acólitos secesionistas del “quiero, no puedo, pero insisto”, sobre lo grande que es su ignorancia. Lejos de mi intención pensar que Puigdemont no ha leído al gran vasco y añadirle a su persona mayor agravio. Y no por falta de ganas, sino por un tipo de hastío plomizo y agotador que ya no sé ni definir. Parecido, si es que le encuentro alguna semejanza, a la desidia que resulta de luchar con un adolescente “pavo en alto”: imposible razonar, imposible sacarle del “porque sí”, “porque no me entiendes”, “porque no tienes ni idea”. Sí, sí, esa misma desesperación apretada y convulsa.

Claro, que hasta con esos seres hormonalmente impredecibles hay ciertos límites. Y este presidente regional que dice serlo de todos los catalanes, ha conseguido sacarme de quicio. Quizá, Puigdemont no merece ni una sola ráfaga de mi pensamiento, ni sus niñerías políticas, tampoco, pero sí las víctimas del terrorismo de ETA a las que ha humillado.

El suyo es un rostro de cemento armado y el de aquellos que se lo ríen todo, también. Porque comparar el juego de colegas de parque que llama el procés, con la lucha social de todo un país contra la banda terrorista ETA, no puede tener otro motivo que adolecer de sentido común, carecer de una escala de valores básica y no tener humanidad. Es absurdo hasta escribir sobre ello, pero me veo en la obligación de hacerlo por el profundísimo respeto que le tengo a las víctimas. Su defensa está por encima de cualquier evidencia.

Por eso me machaco a preguntas retóricas: ¿De qué hablaba Puigdemont? ¿Realmente, se cree lo que dijo? ¿Está en su sano juicio? Lo que quiere ¿de verdad lo quiere a toda costa? ¿Todo le vale?

Después del horror vacui que se me presenta, sólo me queda una mezcla de aberración y provocación que, en el fondo, también alivio. Que Puigdemont haya dado la cara así, –como lo haría el diablo- tan evidentemente, me da cierta esperanza.

En esa absurda, cabezona y oscura insistencia de separarse de España para ocultar una utilización privada, corrupta y caciquista del partido de Puigdemont –antes CDC y ahora PDCat-, el dirigente catalán se ha dejado ver tal cual es por dentro y, a su vez, ha aclarado aún más la imagen de “lagartos de V” de quienes le acompañan.

De los otros conatos infantiles (anticonstitucionales, antisociales, antiespañoles e ilegales) por llamar la atención, no voy a decir más. Solamente, me voy a permitir despreciarle como ser político –no es ni lo uno ni lo otro- por utilizar a las víctimas de ETA como si no tuviéramos memoria, ni conociéramos nuestra propia Historia. Un Historia que, le guste o no, compartimos todos los españoles. La de Pío Baroja, también.