Muere Fidel Castro

Granma no abrirá las grandes alamedas

Granma no abrirá las grandes alamedas
Granma no abrirá las grandes alamedaslarazon

Por Álvaro de Diego

En la antigua “perla del Caribe” se han obcecado en prolongar el Canto XXIII de su prosaica Ilíada. La tinta, digital o impresa, pero oficial siempre, ha divinizado a un Fidel Castro que, en su “expedición hacia lo eterno”, habrá de regresar de sus cenizas y “tomará forma en nosotros” (sic). Detalles todos del culto a la personalidad propio de las autocracias del socialismo real. Un culto siempre impostado: su particular Patroclo abandonó la panoplia en favor del chándal y ha muerto, cabe suponer que plácidamente, en su cama.

Desengáñense los incondicionales: en el principio no era el Comandante, sino el Logos. Por eso, cumple ahora reflexionar si entre los rescoldos de esa pira funeraria puede avivarse el fuego de alguna esperanza. Hagámoslo a la vista del marco informativo que impera, y nunca mejor dicho, en la dictadura antillana.

La Constitución de la República reconoce a los ciudadanos desde 1976 “libertad de palabra y prensa conforme a los fines de la sociedad socialista”. En consecuencia, y a renglón seguido, coloca al conjunto de los medios de comunicación social bajo la propiedad del Estado (artículo 53). En Cuba no existen radios, televisiones ni periódicos de propiedad privada, pues las citadas “libertades” no pueden ejercerse “contra la existencia y fines del Estado socialista, ni contra la decisión del pueblo cubano de construir el comunismo” (art. 62). El Partido Comunista de Cuba (PCC) monopoliza la selección de reporteros de entre sus militantes y dirige una política que no es informativa, sino de escueta consigna. Según ha trascendido estos días, el principal debate interno en los telediarios se reduce a si procede abrirlos con un “buenos días” tras la muerte del nonagenario camarada. Magra controversia que es de esperar siente cátedra en universidades cuya misión pasa por (de)formar a un profesional que maneje “las categorías marxistas, acorde al área de conocimientos en que se ha graduado”.

La presunta finalidad “social” del periodismo es un subterfugio. Para Raúl, al igual que lo era para Fidel, la prensa “no es un negocio”, sino un ariete revolucionario en manos del partido político -único, por supuesto- que monopoliza el ejercicio del poder. En cierto modo, esta concepción se asemeja a la del primer franquismo. La Ley de Prensa de 1938 consideraba al reportero “un apóstol del pensamiento” y al cuarto poder como una actividad que no debía existir “al margen del Estado”. Según Justino Sinova, no siendo el régimen “totalitario”, sí lo fue inicialmente su política informativa. En ella coexistieron censura, consignas y depuración.

Ahora bien, aunque la dictadura trató -sin éxito- de supeditar la prensa a su exótico “partido”, no se atrevió a nacionalizar los periódicos de empresa, a los que se impuso directores afectos sin que dejaran de producirse habituales tensiones. La cadena del Movimiento cohabitó con las cabeceras privadas, entre las que figuraba incluso alguna “cloaca periodística” (sic) prebélica. Solo en su estandarte Arriba, que disfrutaba de pingües exenciones fiscales e irrestricto acceso al papel, se plantearon suprimir la publicidad comercial. Entendían sus visionarios promotores que achicaba el espacio al adoctrinamiento, cosa que en el panfleto boceras del castrismo no ocurre.

A un antiguo reportero del Granma le fascinaba que a su salida, el 4 de octubre de 1965, el rotativo imprimiera medio millón de ejemplares, “muchos miles más que la tirada de la veintena de diarios capitalinos juntos antes de 1959”. Un insignificante detalle: el resto de la prensa había sido prohibida y desde ese momento el vocero revolucionario canibalizó a fondo perdido los recursos del Estado. La víspera de su aparición se había constituido el Comité Central del Partido Comunista de Cuba poniendo fin no solo al conjunto de las formaciones políticas preexistentes, sino a las distintas fuerzas revolucionarias coaligadas contra Batista.

Para entonces hacía ya trece años que España había abandonado la cartilla de racionamiento que aún hoy goza de buena salud en Cuba. Además, se estaba gestando la Ley Fraga que liquidaría la censura previa y, mal que bien, alumbraría el “Parlamento de papel” del tardofranquismo. Constreñida la oposición interna a un puñado de bravos blogs, la prensa cubana sigue amordazada y conserva de mascarón de proa un Granma de aspecto asimilable a muchas de nuestras hojas parroquiales. Amén de una penosa maqueta (es probable que siga utilizando una rotativa de 1967, cedida en 1992 por el Diario de Cádiz), el periódico persevera en una selección informativa que demanda a gritos una actualización caribeña de Los forrenta años de Forges (”Da a conocer Fidel intercambio de cartas con Maradona”, abrió el 3 de marzo de 2015). Ambas circunstancias se reconocen tímidamente incluso desde dentro de la isla. Pero, desde luego, no se registra nada semejante a ese “espíritu de 12 de febrero” que protagonizó nuestra prensa aun en vida de Franco. Menos de un año después de la muerte de este, sus Cortes daban vía libre a la apertura democrática.

No creo que en diciembre de 2017 nos sorprenda una Ley para la Reforma Política a la cubana. Por eso se hace tan poco realista seguir confiando. No serán los castristas los que, mucho más temprano que tarde, abran las grandes alamedas por donde pase el hombre libre para construir una Cuba mejor.