Blogs

Inquisidores 2.0

Inquisidores 2.0
Inquisidores 2.0larazon

Por Víctor Núñez

No corren buenos tiempos para la libertad de expresión. Si ya teníamos bastante con la amenaza terrorista, la crisis perpetua de los medios, la intervención de los políticos y las guerras de tribus... Ahora, además, debemos sumar la censura propia y ajena. En un país que ha dado sobradas muestras en la historia de la capacidad represora de la libertad de expresión -en eso sí que hemos estado siempre a la cabeza de Europa- y de poco respeto por las ideas ajenas, existe una tradición secular por censurar con virulencia las opiniones que no nos gustan. En la España del siglo XXI, no son oscuros funcionarios o clérigos liberticidas lo que ejercen la censura, los nuevos inquisidores suelen vestir indumentaria progre, manejan costosos smarphones y se jactan de ser los paladines de la democracia moderna. Estos nuevos ‘torquemadas’ 2.0 no dudan en enviar a la hoguera del ostracismo a todo aquel que no comulgue con sus aventajadas ideas.

Si antaño eran las ideas más liberales las más reprimidas, ahora son las ideas conservadoras (según el criterio de los guardianes de la fe), las que automáticamente son consideradas fascistas, pero no solo. Mostrar públicamente afición, por ejemplo, a la Tauromaquia puede provocar inmediatamente un proceso de persecución y acoso por los talibanes patrios a través de las redes sociales, que “arden” e “incendian” las nuevas hogueras donde arde el honor y la imagen de quien ose a contradecir el discurso de la nueva religión de lo Políticamente Correcto.

En esta nueva religión no caben medias tintas: o estás conmigo o contra mí. O aceptas los dogmas de fe de los nuevos evangelistas o el auto de fe se iniciará sin misericordia. Existen casos de muestras de libertad de expresión que a mí, particularmente, no me gustan por su escaso gusto o por su falta de tacto o de decoro, pero defiendo que exista el no hace mucho tiempo sagrado sacramento de la libertad para expresar ideas, siempre y cuando que estas no atenten contra los principios constitucionales, y sin más limites que los que marca el ordenamiento jurídico, como pueden ser las injurias, calumnias, apología de la violencia y la incitación al odio... aunque esta última abre una puerta peligrosa a que los nuevos censores y algún juez abducido por los principios de la nueva religión pueda considerar odio cualquier crítica más o menos radical hacia algún colectivo o tendencia política.

En estos nuevos procesos inquisitoriales, al igual que en los de los de antaño, normalmente el delator/a o delatores/as, se esconden tras los perfiles falsos (fakes) de las redes sociales, que pueden llegar a activar una horda de inmisericordes esbirros que podrán acosar al procesado y no le arrojarán piedras, como a la mujer adúltera allá donde reina el talibanismo real, le arrojarán tuits cargados de odio y estigma. Serán desposeídos de su honor y señalados como malditos. Lo peor es que esta presión es tan brutal que provoca autocensura en muchos temerosos transgresores, incluso, o especialmente, en muchos periodistas que se ven obligados a denunciar anónimamente a través de sus asociaciones las presiones de partidos políticos de nuevo puño y cuño, sin atreverse a dar la cara ante el miedo de que se la partan.