Accidente aéreo

Tragedias globales

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Por Ramón Oliver

Cada vez que acontece un accidente aéreo como el que acaba de llevarse la vida de 71 personas en Colombia, los medios de comunicación se vuelcan en la tragedia, a la que prestan una amplísima cobertura, que se prolonga a lo largo varias semanas y cubre un sinfín de aspectos y enfoques relacionados con la misma. Ya sea en televisión, radio, prensa impresa, Internet o redes sociales, son muchas las opiniones recabadas, las horas y columnas dedicadas a analizar los pormenores de un acontecimiento que, sin duda, despierta interés y provoca gran conmoción en la opinión pública. Probablemente porque es inevitable pensar: “me podría haber tocado a mí.”

Lo hemos vivido en numerosas ocasiones, lógicamente de manera más acusada cuando el siniestro nos toca más de cerca, como en los casos de los accidentes del vuelo 5022 de Spanair, en 2008, y del 9525 de Germanwins, en marzo del año pasado. Y es que una noticia de este tenor lo tiene todo desde el punto de vista informativo. Es impactante, repentina, imprevisible, emocional y afecta a muchas personas debido a ese carácter aleatorio y siniestramente democrático que gobierna esta lotería del aire de la que nadie parece encontrarse a salvo. Además da pie a que las fuerzas vivas se movilicen, por una vez, unidas, para ayudar a las víctimas y prestar su apoyo a los familiares, y a que la sociedad en general muestre su solidaridad.

En el caso del ya conocido como vuelo del Chapecoense confluyen tragedia aérea y fútbol, dos de los temas predilectos de los medios, lo que añade una nueva dimensión informativa a todo el suceso. Permite que el mundo del deporte exprese su pesar, y que entre las muchas muestras de condolencia, homenajes y mensajes de apoyo a las familias figuren las de famosos jugadores, entrenadores y equipos, desde Neymar hasta Diego Pablo Simeone, pasando por el Machester City de Pep Guardiola.

La universalidad del deporte rey ha provocado que sintamos esta tragedia como un poco propia aunque haya acontecido al otro lado del Atlántico y no haya españoles entre las víctimas. Mucho más que otros recientes siniestros aéreos de consecuencias igualmente catastróficas para la vida humana, como el del vuelo EgyptAir que cubría la ruta París-El Cairo, en junio de este año (66 muertos), o el de FlyDubai, en marzo, que se estrelló cuando intentaba aterrizar en la ciudad rusa de Rostov del Don, y en el que sí se encontraban dos españoles entre los 62 fallecidos.

La conexión española con el accidente de Colombia la encarna una de las víctimas, el futbolista brasileño Cleber Santana, cuyo paso por el Atlético de Madrid y el Real Mallorca ha sido recordado con profusión estos días a través de los testimonios y mensajes de quienes fueron sus compañeros y lo conocieron durante su periplo en España. La necesidad de traer la noticia lejana a un ámbito más próximo ha llegado a situaciones tan llamativas como que un periódico deportivo español de alcance local construyera una noticia a partir del hecho de que ojeadores del principal equipo de esa ciudad estuvieron el pasado verano viendo a varios jugadores del Chapecoense en busca de posibles fichajes.

Sensibilidad e implicación

Una de las cuestiones más delicadas siempre que sucede una tragedia es marcar el tono de la cobertura. La línea entre la frialdad y el sensacionalismo se afina cuando hay víctimas de por medio, y más cuando se sabe de antemano que se trata de un tema que despierta mucho interés. Los periodistas Joe Hight y Frank Smyth publicaron en 2003 Tragedias y Periodistas, un trabajo que se apoya en buena medida en su experiencia tras los atentados de las Torres Gemelas y que, según reza su subtítulo, ofrece una guía para realizar coberturas más eficaces de estas tragedias. Los autores fundamentan sus tesis en tres aspectos principales que, según sostienen, nunca pueden ser olvidados por un periodista encargado de cubrir este tipo de situaciones.

En primer lugar están las víctimas y el dolor que provoca en los demás su muerte o sus lesiones. La guía narra cómo, tras el atentado de Ocklahoma City en 1995, en el que perecieron 168 personas, el editor principal del periódico local The Oklahoman, Ed Kelley, reunió a su equipo de redacción y les dijo que aquella era una historia “de gente como nosotros”. La comunidad es el segundo de esos elementos. La guía recuerda la responsabilidad que tienen los medios de comunicación de hacer entender a la sociedad los efectos e implicaciones de la noticia, y cómo el tratamiento que otorguen a la misma tendrá un gran efecto en la reacción del colectivo. Finalmente, hace referencia a los propios periodistas que cubren el hecho in situ, y que se encuentran en la casi irresoluble tesitura de tratar de no implicarse demasiado emocionalmente para así poder realizar bien su trabajo, pero sin que por ello levanten un muro de insensibilidad tal que se les haga imposible conectar en el plano humano con la historia que están intentando contar.