María José Navarro

Cañí

Amigas de España: Francia, esa cosa que está en nuestro tejado, va a prohibir a los hiper tirar comida. Según cuentan ellos mismos, echan a la basura veinte kilos de comida por persona y año. La FAO, la Organización de Naciones Unidas para la Alimentación, asegura que se despilfarra hasta un tercio de los alimentos para consumo humano. Como si fuera una secretaria del «Un, Dos, Tres», con gafas de pega y todo, afirma que se desperdician mil trescientos millones de toneladas al año que producen tres mil trescientas toneladas de dióxido de carbono. La mitad de los alimentos, ojo, se pierden en su camino del campo al plato. Así que los franceses, que son muy especialitos pero no especialmente tontos, han cambiado la Ley de Transición Energética y a partir del primero de julio del año que viene los supermercados de más de cuatrocientos metros cuadrados no podrán tirar a la basura los productos perecederos. Lo que tendrán que hacer a partir de ese instante es donarlos a organizaciones dedicadas a la alimentación de los animales o a la fabricación de abonos agrícolas. No estamos hablando, por lo tanto, de algo aprovechable para el consumo humano. Dedicar los restos de la comida francesa a cebar a los cerdos o convertirla en fertilizante me parece un acierto. Todo el mundo sabe que la cocina francesa es regulera. Por no hablar del vino, que mejora con Casera. No obstante, me temo una protesta de la piara a la que se someta a esa tortura porque la ensalada no llegará lavada. Hay trozos de césped en los parques con menos gente dentro que en una Mixta de la Casa en Francia. Viva Ejjpaña. Y viva el vino.