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Álvaro Torrente: «El gestor cultural tiene que olvidarse ya de los políticos»

Álvaro Torrente / Director del ICCMU. Dirige el máster en gestión cultural más valorado de España y también el Instituto Complutense de Ciencias Musicales

Álvaro Torrente
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Basta señalar su currículum como presentación. Álvaro Torrente (Madrid, 1963) es hijo de Gonzalo Torrente Ballester y presidente de la Fundación que lleva su nombre. Además, es profesor de Historia de la Música en la Universidad Complutense, patrono de la Fundación de Amigos de la Biblioteca Nacional; representante en el Directorio de la Sociedad Internacional de Musicología y director del Instituto Complutense de Ciencias Musicales y director de su Máster en Gestión Cultural, el más valorado en su campo en España.

–¿Por qué hacer un máster en gestión cultural?

–Porque hacen falta personas que faciliten que podamos disfrutar de la cultura sin ser ellos la parte creativa. Antes era muy habitual que un actor tuviera su propia compañía teatral, por ejemplo, y se diera el doble perfil de actor y de director, como Nuria Espert. Hoy es más necesaria una especialización y conocimientos de gestión de una empresa, en sentido humano, económico, fiscal... y por otro lado, se requiere un perfil artístico porque no se trata de vender manzanas o edificios, sino que llevar la cultura a la gente tiene otra dimensión.

–¿Qué es lo más importante, la inquietud, las tendencias, el gusto propio?

–Establecer una línea propia y ofrecer al público cosas nuevas que pueden estar fuera de sus expectativas, pero, al acercarse, descubren que son buenas. Por ejemplo, el Centro Nacional de Difusión Musical ha programado la obra completa para órgano de Juan Sebastián Bach. Y en vez de hacer un concierto formal, lo han llamado Bach Vermú, y el público puede tomar un aperitivo en el Auditorio Nacional. De repente, está lleno, todos los sábados, porque es un producto que la gente no consumiría, pero se ha creado interés. Un buen gestor hace cosas nuevas que enriquecen la experiencia de la gente.

–Sin banalizar el contenido.

–Preferentemente, no. La gente es inteligente. Además, un gestor cultural está apegado a un espacio geográfico concreto. Tiene que identificar qué puede tener interés en su ámbito y atraer al público con una programación y una buena comunicación, sin reducir la calidad. No se puede programar siempre «Las cuatro estaciones» de Vivaldi.

–En los tiempos que corren, ¿para ser gestor cultural no hay que ser un poco suicida?

–Los tiempos no son buenos y los políticos no se han dado cuenta de que la cultura, además de una necesidad de los ciudadanos, que son los electores, es también un valor estratégico. Hacerla hoy es más difícil que hace diez años, pero no podemos renunciar a ella. Nuestros alumnos tienen que ser más emprendedores e inventar cosas nuevas. Eduardo Vasco explicó su experiencia en la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que tenía recursos públicos importantes a su disposición, y también las dificultades que entraña trabajar para la Administración. Ahora tiene su propia compañía con un escenario de gestión opuesto, menos recursos pero total autonomía. Para adaptarse hay que tener herramientas: nosotros ofrecemos un pequeño MBA.

–¿Qué hacer contra la precariedad?

–Hacer tu trabajo bien. Mantener el principio de que la calidad de lo que estás haciendo es lo que te diferencia y, a la larga, eso siempre tiene un rendimiento.

–¿Enseñan a tratar con un político?

–Muchos de nuestros profesores son políticos en activo o que han estado gestionando los presupuestos. Pero pienso que el gestor cultural tiene que empezar a olvidarse de los políticos, porque se produce una relación de dependencia. Venimos de una tradición en la que todo se ha hecho con dinero público y eso ha permitido grandes cosas, pero ahora, aunque el dinero va a volver porque es inevitable y necesario, hay que aprender a tener autonomía.

–El mecenazgo privado tampoco llega.

–Ésa es una asignatura pendiente. No se puede cambiar de modelo subvencionado a otro que sea pagado por la sociedad civil sin cambiar los mecanismos fiscales.

–También es excepcional el ICCMU. Parece que la música es el patito feo de nuestra herencia cultural. Todo el mundo defiende las obras de arte o las literarias, pero no tanto a nuestros compositores.

–La verdad es que es tal y como lo has descrito. En España es como si la música no fuera parte de nuestra identidad. Si uno piensa en definir la cultura de nuestro país o de cualquiera de sus comunidades, pensamos en un pintor, una catedral o un escritor, pero pocas veces aparecen nombres de músicos. Es una carencia estructural.

–¿Por qué se produce?

–Bueno, esa pregunta es difícil de responder, hay muchas causas. Por ejemplo, Alemania tiene un gran desarrollo musical. Allí, la religión luterana basa el culto en el canto colectivo. De manera que cualquier niño tiene la experiencia musical y ha sido así durante siglos. Mientras que en nuestro mundo católico el canto religioso se restringe a los especialistas eclesiásticos. Para nosotros, la música se escucha pero no se cultiva. Eso va marcando, pero, a pesar de todo, hemos tenido grandes compositores ignorados. Se piensa que nuestra música es de menor calidad, pero eso no es cierto: es cuestión de profundizar y descubrirla.

–No se habla apenas de los compositores españoles.

–Cuando yo estudiaba enseñanza media, estudiábamos Literatura. ¿Qué leíamos? Literatura española. Y también estudiaba Música, ¿qué escuchábamos? cualquier cosa menos la española. Eso es un hecho. Admiro la gran música europea, pero no tiene sentido que se ignore a Tomás Luis de Victoria o tantos otros como Antonio Soler o Juan de la Encina, por ejemplo.