Teatro

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«André y Dorine»: Conmovedora y universal

Un momento de la obra
Un momento de la obralarazon

Autores: G. Insausti, J. Dault, I. Rikarte, R. San Martín, E. Cárcamo. Director: Iñaki Rikarte. Intérpretes: G. Insausti,
J. Dault, E. Cárcamo. Teatro Fernán Gómez. Madrid. Hasta el 8 de octubre.

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Después de un exitoso y largo periplo que los llevó a países tan dispares como Estados Unidos, Turquía, Rusia, Nepal, Cuba o Finlandia, por citar solo algunos, la compañía Kulunka vuelve a recalar en Madrid con este maravilloso y conmovedor montaje de teatro de máscaras que, incomprensiblemente, sigue sin promocionarse en España con un empeño acorde a su calidad. Y eso llama la atención, sobre todo, porque realmente son muchísimas las posibilidades comerciales del espectáculo. La obra no solo habla de la vejez y la enfermedad
–en este caso del Alzheimer–, sino también, y fundamentalmente, del amor; del amor total en cualquier edad y frente a todo; del amor contra el tedio, la rutina, el tiempo y el egoísmo; del amor como un sentimiento noble, profundo y elevado. Eso hace que el espectador en su butaca se emocione inequívocamente. Incluso el más escéptico se reconcilia viendo esta función con la vida y con el género humano. Pero no solo es universal el amor como asunto de fondo en la historia que se representa, sino también la propia forma de escenificar esa historia de amor: tanto por el uso de las máscaras, que sirven para convertir a los personajes en verdaderos arquetipos en el imaginario del observador, como por la renuncia absoluta al texto y la palabra, por parte de la compañía, como vehículos de expresión; esto quiere decir que la pantomima se convierte en manos de unos estupendos actores en el arma más eficaz que nadie hubiera imaginado para imprimir en el inconsciente del público, con sobrecogedora delicadeza, un verdadero rosario de emociones y sentimientos a lo largo de toda la representación. Inspirada vagamente en un hecho real, «André y Dorine» es sencillamente la historia de un hombre mayor que renuncia a sus inquietudes personales para entregarse plenamente a su mujer cuando ella más lo necesita. Y es una obra que gustará a cualquiera, porque sus creadores saben dónde se halla la esencia del alma humana, y hacia allí se dirigen directamente, sin trampas ni rodeos, con claridad, con ternura y también con humor, con el dulce humor que acompaña siempre a la vida y casi la justifica. Y ese equilibrio, entre la emoción descarnada y la alegría de sobrevivir, es sin duda uno de los elementos decisivos para haber creado un espectáculo casi perfecto.