Madrid

A Caravaggio no hay quien le imite

El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid reúne una docena de Caravaggios en una amplia exposición para explicar la influencia que ejerció la vida y la obra del artista italiano sobre los pintores y las escuelas del norte de Europa.

Fuerz bruta. Autorretrato de Caravaggio como el dios Baco enfermo
Fuerz bruta. Autorretrato de Caravaggio como el dios Baco enfermolarazon

El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid reúne una docena de Caravaggios en una amplia exposición para explicar la influencia que ejerció la vida y la obra del artista italiano sobre los pintores y las escuelas del norte de Europa.

No es lo mismo Caravaggio que un «caravaggista», y la diferencia no reside sólo en la destreza pictórica, en el subrayado dominio técnico de los colores y la pincelada, sino en un aliento más profundo y remoto, muy visible en la pintura, pero imposible de adquirir en un taller. La fuerza que imprime Caravaggio a su vocación proviene de su inconformismo vital, de una rabia y de una violencia innatas, que apenas puede contener con los mimbres de su voluntad; como el empuje de un odio secular y bárbaro, que casi le viene adherido a su carácter cainita, de maldito, de ser de pocas subordinaciones y obediencias; de ese alma rebelde, provocadora, insumisa, amante declarado de las desmesuras que coquetea y se regodea con chulería en su amistad con las prostitutas, los delincuentes y los rateros de la Italia del siglo XVI. Lo suyo es llevar el polvo de la calle y los juegos de la picaresca a los retablos sagrados que adornan las iglesias. Con él, por primera vez, los apóstoles son lo que fueron, hombres sencillos, de pueblo, sin demasiadas ménsulas intelectuales, como aquel San Mateo que pintó para una de las Capillas de San Luis de los Franceses, un ángel tiene que guiar su mano ágrafa para que pueda escribir su evangelio.

- Una vida intrépida

Su biografía de amores confusos, devaneos perpetuos, duelos, odios, incomprensibles viajes, desencuentros y azares y suertes contrarias ayudaron a configurar la imagen del primer artista moderno: controvertido, polémico, caprichoso, genial –Miguel Ángel ya había avanzado parte de eso–. Su muerte, en una playa cercana a Roma, enfermo y arrastrando las secuelas de una pelea que había recibido de unos cuantos matones que obedecían órdenes de los caballeros de la orden de Malta, lo convirtió en un mito ya en su época y los artistas se lanzaron a imitar su estilo, a pintar a lo «caravaggesco».

El Museo Thyssen inaugura una ambiciosa exposición en la que ha reunido doce lienzos de Michelangelo Merisi, y que muestra la profunda influencia que dejó este revolucionario en los pintores del norte de Europa. «Es una exposición de asombro, de maravilla», afirmó durante la presentación Guillermo Solana, director artístico del museo. Caravaggio y lo que arrastra detrás es muy sencillo de comprender para nosotros, porque es el primer artista moderno en todo el sentido de la palabra. Con él nace el culto al genio, que se construye alrededor de su figura, y que está marcada por la rapidez con la que consumió su vida, el desorden que siempre prevaleció en ella, su capacidad de ruptura con la tradición, el estar fuera de la ley». Según el propio Solana, los pintores que ahora han llegado a sus salas no sólo se fijaron en los claroscuros, que imitaron con mayor o menor certeza, reinterpretándolo o adueñándose de él a su antojo, sino que imitaron su biografía. «De hecho, muchos se identificaron con las figuras de la historia que representaban, en especial sentían cierta implicación personal por las escenas violentas, por los martirios y las decapitaciones, como la de Goliath. A nosotros todo eso nos es familiar porque forma parte de la épica moderna».

En estas salas van apareciendo los nombres de unos creadores que siguieron el camino que abrió Caravaggio pero que no por eso son menores para la historia del arte. Ahí están Dirk van Baburen, Gerrit van Honthorst, Hendrick Ter Brugghen, Nicolas Régnier, Louis Finson, Simon Vouet, Claude Vignon o Valentin Boulogne, entre otros. Mar Borobia, jefe del Área de Pintura Antigua del Museo Thyssen-Bornemisza, reconoce que «Caravaggio supuso una revolución que afectó a todo. Lo que se imitó muchas veces fueron las composiciones y las formas que innovó y con las que se enfrentó a la realidad. No sólo atrajo la atención por el tratamiento de la luz y la sombra, también porque renovó parte del abanico temático que existía entonces, incorporando nuevos temas». Para ella hubo muchos puntos de influencia en la generación coetánea de Caravaggio y en las inmediatamente posteriores, pero existe un punto que ella recalca: «La manera en que representa la realidad; una realidad volumétrica y que también tiene que ver con la calle y con la vida. Hay varios detalles precisos. Por ejemplo, muchos de los personajes que dibuja los representa con los pies sucios, porque andan descalzos por los barrios y ya sólo este hecho da mucho de pensar, sobre todo en la forma en que él ha concebido la pintura».

- Escenas con fuerza

El recorrido es un largo catálogo de los diferentes aspectos de Caravaggio que interesaron a los artistas de su época y posteriores. Uno de los primeros en reconocer su inmenso talento fue otro grande de la pintura, Rubens. El eco del italiano puede rastrearse en los retablos que hizo Rubens para la basílica de la Santa Cruz de Jerusalén. No sería la única obra que abordaría arrebatado por la influencia de Michelangelo Merisi. «Lo que fascinaba de Caravaggio es su capacidad de ruptura con la pintura anterior a él, que son los últimos modelos manieristas –prosigue Mar Borobia–. Él desarrolló una pintura extraordinariamente contundente, muy próxima a las personas. Las escenas que pinta en sus lienzos son reproducciones de las estampas que cualquiera podía ver a diario por las calles y las tabernas de las ciudades. Y, junto a esa fuerza, Caravaggio además trabajaba de una manera las luces y sombras que creó enseguida una gran admiración».

El recorrido es casi una sinfonía de ecos, de resonancias, de juegos entre Caravaggio y los que le «roban» la composición, la forma de abordar un tema con desenvoltura, pero seriedad. Hay claras alusiones a «La coronación de espinas», por ejemplo, o a «La vocación de San Mateo», que se conserva en la capilla Contarelli de Roma, entre otros cuadros. «Lo que se escogió de él es más bien la manera que tenía de interpretar y acercarse a los temas. El mundo del norte se centraron en las pinturas que realizó durante su vida romana. Se imitaron las composiciones de Judith y Holofermes, “La vocación de San Mateo”. Eligen esas escenas, pero también se puede ver su influencia en algo menor, como son los detalles, en la forma en que incorporan una virgen a un lienzo o en las expresiones, como es lo de levantar los brazos», explica Mar Borobia.

Ella misma reconoce que entre esos artistas que ahondan en el legado que dejó el de Milán, muchos también quisieron forjarse una leyenda propia para que hablaran de ellos en tiempos venideros. «Entre ellos también existe el impulso de querer ser un pintor maldito. Entre los que tenemos en estas salas, hay muchos pintores serios, pero también otros jóvenes que llegaron a Roma y que entendieron muy pronto en qué consistía la diversión y la vida disoluta, aunque Caravaggio la tuvo más disoluta de lo habitual, que para eso, desde luego, fue un modelo de desorden».

La muestra cierra con un cuadro desconcertante, que en pocas ocasiones puede verse. Un lienzo fechado en 1610 y que pertenece al último año de Caravaggio. Una obra tristísima, contagiada de un hondo pesimismo. El pintor parece intuir el final que se avecina y dibuja unos contraluces fuertísimos, más de lo habitual, con unas tonalidades negras que devoran los entornos. «Lo termina unas semanas antes de morir –comenta Mar Borobia– “El martirio de Santa Úrsula” es el último que hace e incluye en él un autorretrato muy dramático. La impresión que deja al contemplarlo es que intenta resumir en esta tela el tremendo sufrimiento de esos últimos años que vivió. Es un cuadro muy especial, en el que puede entreverse lo que pensaba el artista a través de sus pinceladas y los colores que eligió».

- Dónde: Museo Thyssen-Bornemisza. Madrid.

- Cuándo: hasta el 18 de septiembe.

- Cuánto: 12 euros.