Arte, Cultura y Espectáculos

Malabares con letras y pintura

La joven artista y escritora Alicia Kopf ha vuelto a poner de moda la histórico axioma que dice que une gran pintor es un gran escritor

Uno de los cuadros de Odile Redon, del que ahora se recuperan sus cuentos.
Uno de los cuadros de Odile Redon, del que ahora se recuperan sus cuentos.larazon

La joven artista y escritora Alicia Kopf ha vuelto a poner de moda la histórico axioma que dice que une gran pintor es un gran escritor

Cuando un pintor canta, puede que lo haga bien, pero lo más probable es que no. Quizá Van Gogh tenía una genial voz de barítono y al gritar «¡ooohhh!» todos giraban la cabeza , pero no hay grabaciones, no se sabe. Cuando un pintor cocina, seguro que lo hace bien, aunque tampoco parece algo muy probable. Puede que Andy Warhol hiciese un pollo en pepitoria tan delicioso que hiciese saltar por los aires todas las pelucas, pero no ha trascendido la receta, así que tampoco se sabe. Ah, pero cuando un pintor escribe, cuando centra su talento en narrar historias o simplemente en explicar su propia obra o visión del mundo, no sólo lo hará bien, sino que será la única forma de dar voz a sus obras y a partir de entonces no sólo se verán, sino que se oirán y dirán cosas maravillosas.

La relación entre arte y literatura viene de lejos. No hay un libro más salvaje, nervioso y arrollador que la «Autobiografía» de Benvenuto Cellini, el célebre y pendenciero orfebre renacentista, que hizo de su historia la auténtica fuerza bruta de su talento. Sus joyas parecen ahora sólo un apéndice sofisticado al sudor y barro de su prosa, tan excelsa y deslumbrante que te hipnotiza y te hace querer coger una espada, blandirla y conquistar a la mujer o al marido o al caballo del vecino.

En el renacimiento era habitual esta bicefalia, desde los poemas de Miguel Ángel a los escritos de Leonardo o los poemas pornográficos de Rafael, que no existen, si hay que decir la verdad, pero que si los hubiese escrito no hay duda que excitarían a cualquiera, hasta los frígidos siete papagallos.

La última en apuntarse a esta tradición de arte transversal es la joven gironina Alicia Knof, que con su primera novela, «Germà de gel» (Altre Editorial) ha fascinado tanto a críticos como lectores. No en vano ganó el Premi Documenta y la semana pasada recibió el Premi Llibreter. Knof se dio a conocer como artista multidisciplinar e incluso realizó un libro de artista, pero ha sido esta temporada en que ha conseguido marcar con fuego su nombre en la imaginación de los lectores.

Ya lo dice la Biblia, «y primero fue la palabra». Ciegos seríamos si no pudiésemos nombrar los colores, ciegos en cuanto no veríamos colores, por lo que lo que viéramos no importaría un pimiento. Si uno es un gran artista tiene que ser, como consecuencia, un gran escritor. O dicho de otro modo, los grandes pintores que escriben como monos no pueden ser, en ningún caso, grandes, pintores tal vez, pero grandes en nngún caso.

Las editoriales recuperan cada vez más ejemplos de esta relación imperativa. La editorial Vaso Roto acaba de publicar «Una historia imcomprensible y otros relatos», los cuentos del gran pintor simbolista Odile Redon. Estas historias capturadas con el mismo vocabulario terroso y etereo a un tiempo que sus fascinantes cuadros, muestran a un pintor capaz de pintar con palabras, la verdadera forma de pintar, de crear la realidad para que quede representada y, a partir de allí, colonizada y vivida por todos aquellos que lo leen.

Otro artista con novela es Francis Picabia, que en «Pandemonio» (Malpaso) nos describe con toda la fiebre dadá que es posible el ambiente bohemio del París de principios del siglo XX, con personajes claramente identificables como Duchamp, Breton, Aragon y compañía. Coetáneo de todos esos parias es Salvador Dalí. Algunos llegan a valorar más su faceta como escritor que como pintor, una estupidez porque son indivisibles, como decir que las letras de Bob Dylan son mejor que sus melodías.

Aunque lo realmente reseñable en el talento literario de los pintores es cuando escriben de arte y de su propia obra. Desde contemporáneos como Bansky a luminarias como Richard Hamilton, escriben con una poética alucinada y alucinante. Sino, leer «El friso de la vida», (Nórdica), de Edvard Munch. ¡Vivan las proezas!