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Venecia y el pabellón de los decapitados

La mayor cita de arte contemporáneo abre sus puertas. La actualidad impregna cada pabellón. En el de Irak, la brutalidad del Estado Islámico se refleja en las obras de sus cinco artistas: una pesadilla real

Venecia y el pabellón de los decapitados
Venecia y el pabellón de los decapitadoslarazon

La mayor cita de arte contemporáneo abre sus puertas. La actualidad impregna cada pabellón. En el de Irak, la brutalidad del Estado Islámico se refleja en las obras de sus cinco artistas: una pesadilla real

Si tu país está en guerra y te invitan a participar en un evento artístico de relevancia internacional como la Bienal de Venecia, que ayer se inauguró oficialmente (136 artistas, 89 pabellones y más de 40 actos colaterales para todos los gustos hasta finales de noviembre), tienes dos opciones. La primera es abstraerte de lo que está pasando en tu tierra y presentar creaciones que nada tienen que ver con tu realidad cotidiana. La segunda, agarrar el toro por los cuernos, superar la concepción meramente esteticista del arte y contar lo que tienes a tu alrededor. Irak ha optado por el segundo camino, acudiendo a la 56º edición del certamen veneciano con un pabellón cargado de dolor y de hermosura. «Invisible bbeauty» (Belleza invisible) lo han titulado con acierto y en él están representadas las creaciones de cinco artistas a los que se ha añadido la colaboración de Ai Wei Wei. «La belleza puede considerarse una estrategia de supervivencia, un método para salir adelante como artista que vive en condiciones difíciles». La muestra iraquí da la bienvenida con estas palabras, desnudando la realidad del país sin querer esconder nada: «Sufrimos guerra, genocidio y violaciones de derechos humanos, acrecentados en el último año debido a los ataques violentos del Estado Islámico». El EI, o Daesh –como prefieren llamarlo los iraquíes y los sirios utilizando de forma despectiva el acrónimo en árabe–, se cuela en la Bienal con toda su violencia: la de los asesinatos y decapitaciones.

Haider B(1986) se ha atrevido a retratar la máxima expresión de la brutalidad del EI: las cabezas cortadas de sus víctimas. Sus ocho acuarelas, en las que predominan el azul, el negro y el rojo, leS devuelven a esas personas la humanidad que los yihadistas quisieron arrebatarles. Algunos tienen los oJos tapados con una venda, a otros les gotea aún la sangre de la boca, al más desafortunado incluso le han clavado la cabeza en una pica tras decapitarle. JabBar se acerca a estas atrocidades con ternura, colocándose muy lejos del espectáculo que algunos canales de televisión tratan de conseguir con la barbarie. Apunta el conservador belga Luk Lambrecht que cuando se apagan las cámaras de los periodistas y éstos abandonan la escena, los que se quedan son los artistas. Jabar es uno de ellos. Agarra el dolor y le da forma en sus acuarelas, sencillas y directas a la conciencia de quien las contempla, comprensibles para todos y capaces de convertir en banales a otras muchas de las creaciones que estos días pueden contemplarse en Venecia. «Ahí está la diferencia: los artistas en nuestra parte próspera del mundo no saben qué hacer con la inspiración que buscan en los interminables problemas de las trivialidades cotidianas», opina Lambrecht. O, por el contrario, «producen un arte correcto en el paraíso seguro y bien protegido de la Fortaleza Europa», declara.

Miedo y asco en Bagdad

Jabbar empezó su carrera en el mundo del cine como director de arte de cortos y largometrajes. Se formó en la Escuela de Bellas Artes de Bagdad y hoy vive exiliado en una ciudad de Turquía. A él, el horror no se lo tienen que contar a través de imágenes como a nosotros. Lo ha vivido y lo conoce, desgraciadamente, de sobra. En la década de los noventa su vida cambió, su padre se vio obligado a dejar su trabajo y buscar un nuevo modo de ganarse la vida. Y su madre, también. «En Bagdad el miedo y la ansiedad me perseguían por todas partes. Y aún hoy lo siguen haciendo, y eso que no vivo allí, sino en Samsun. Dibujo estas escenas terribles pero confío en que hay esperanza», asegura. En medio de tanta barbarie llegó a preguntarse si lo mejor era seguir con vida. Quería expresar su arte con libertad, por eso se trasladó a otro país. «Tengo el apoyo de la Fundación Ruya y puedo expresar en voz alta lo que me gusta, así como rechazar lo que no me gusta. Es estupendo», dice.

La brutalidad del EI también impregna las obras de los refugiados iraquíes cuyos dibujos han sido seleccionados por Ai Wei Wei. «Traces of survival» (Rastros de supervivencia), como se llama la recopilación, nació tras la caída de Mosul en manos de los radicales islámicos en junio del año pasado. Los impulsores del proyecto recorrieron los campos donde buscaron auxilio los desplazados y les brindaron la posibilidad de expresar cómo se sentían por medio de dibujos. El resultado fue más de 500 creaciones que luego el artista chino seleccionó. Hay muchas realizadas por niños. En una de ellas se ve a un encapuchado totalmente de negro que tiene sobre su cabeza escrito «Daesh» en árabe y dispara a un bebé en brazos de su madre. El autor no tendrá más de ocho o nueve años.

Otro que ha sacado petróleo artístico partiendo de la brutalidad del EI es el fotógrafo Akam Shex Hady (1985), quien presenta en el pabellón iraquí una serie de retratos en blanco y negro de civiles víctimas de la guerra que sufre el país. Entre ellos hay varios cristianos y yazidíes, las minorías religiosas más perseguidas por el EI. Los personajes de Shex Hady no muestran signos visibles de los ataques de los yihadistas: se muestran como personas corrientes conectadas por una larga cinta de tela negra que los envuelve alrededor de los pies.

La violencia cotidiana en la que viven buena parte de los iraquíes la sufrieron hace cien años los armenios que habitaban en el antiguo Imperio Otomano. Un siglo después de la matanza de hasta un millón y medio de personas de esta comunidad –lo que se considera el primer genocidio del siglo XX–, Armenia, cuyo pabellón se alzaba ayer con el León de Oro, acude a la Bienal con creaciones realizadas por 18 artistas de la diáspora. El pabellón está instalado en la isla de San Lázaro de los Armenios, un lugar de singular importancia para la cultura de este pueblo y en donde se ha traducido a su lengua una parte significativa de la literatura europea. Entre las obras contemporáneas expuestas destacan las fotografías de Hrair Sarkissian (1973), quien en su serie «Unexposed» (No expuestos a la luz) retrata sin mostrar sus rostros a los descendientes de los armenios que escaparon a las matanzas de 1915 convirtiéndose al islam. Tras redescubrir sus raíces han vuelto al cristianismo de sus ancestros, aunque tienen que mantener oculta su fe, pues entre los musulmanes no se permite la apostasía. Sarkissian, de origen sirio pero residente en Reino Unido, protege su identidad mostrándonos sólo detalles: unas manos iluminadas por aquí; un rostro entre sombras en el que sólo se percibe el brillo de unos ojos por allá. Es una representación magistral de la invisibilidad de estas personas, rechazadas por los turcos y sólo aceptadas en parte por la comunidad armenia. «Todos los futuros del mundo», que es el tema elegido por el comisario de esta edición, Okwui Enwezor, celebra los 120 años de este encuentro artístico lleno de sorpresas y con más de una propuesta aboslutamente previsible. ¿Qué es si no el arte?

Plantas hechas con los cabellos de Rosana

¿Son algunas personas como malas hierbas que hay que erradicar? La brasileña Rosana Palazyan (1963) metaforiza el exterminio de sus ancestros armenios con su creación «Por qué Daninhas?/Why Weeds?» (¿Por qué dañinas?), una de las obras que forman parte del pabellón de Armenia. Palazyan recoge plantas consideradas infectivas para los cultivos y sustituye sus raíces por frases cuyas letras están construidas con sus propios cabellos. Las sentencias, como «Nacen donde no se los quiere» o «Son invasoras y deben ser exterminadas», están copiadas de libros de agronomía. Con ellas, la artista invita a plantearse el peso de las palabras utilizadas a la hora de describir a algún ser vivo indeseable y a recordar las consecuencias posteriores que estos términos tienen cuando acaban aplicándose a los hombres, como bien saben los armenios, los judíos y otros pueblos perseguidos.

- Dónde: Varios espacios de Venecia.

- Cuándo: hasta el 22 de noviembre.

- Cuánto: entrada individual 25 euros.