Teatro Real

Bayreuth: Un judío en la ópera preferida de Hitler

La provocación vuelve un año más al Festival clásico del verano. Barrie Kosky, uno de los pesos pesados de la dirección de escena, dirigió ayer en la inauguración el Wagner preferido del Führer, «Los maestros cantores de Nuremberg». Había mucha expectación en el patio de butacas.

Divertido, animado y polémico, tres adjetivos que cuadran al montaje de Barrie Kosky
Divertido, animado y polémico, tres adjetivos que cuadran al montaje de Barrie Koskylarazon

La provocación vuelve un año más al Festival clásico del verano. Barrie Kosky, uno de los pesos pesados de la dirección de escena, dirigió ayer en la inauguración el Wagner preferido del Führer, «Los maestros cantores de Nuremberg». Había mucha expectación en el patio de butacas.

La historia cuenta que la admiración de Adolf Hitler por Wagner era tal que llegó a imitar el ritmo y el tiempo de la obertura de «Los maestros cantores de Nuremberg» en sus propios discursos. Al respecto, el biógrafo del dictador ,Ernst Hanfstaengl, llegó a anotar que «el entrelazamiento completo de argumentos intercambiados, así como el leitmotiv, los ornamentos, los contrapuntos y los contrastes musicales, se reflejaban punto por punto en la estructura de sus discursos, los cuales, sinfónicos por construcción, acababan en una apoteosis del mismo modo en que estallaban los trombones wagnerianos». No es de extrañar entonces que los nazis elevaran esta obra musical al nivel de «ópera nacional» o que en el discurso final de uno de los principales personajes, el del poeta-zapatero Hans Sachs, fuera tomado como un lema por el sentir nacionalsocialista. «Desaparecido en la niebla estará el sagrado imperio romano, ¡pero a nosotros nos queda el sagrado arte alemán!».

Desnazificación

Con la capitulación de Berlín, «Los maestros cantores de Nuremberg» tuvo que sufrir un proceso de desnazificación similar al de otras óperas del maestro alemán. La obra de Wagner cayó en el descrédito y entró en letargo interpretativo. «¿Cómo es posible representar “Los maestros cantores” tras Auschwitz?», se preguntó entonces el poeta Paul Celan tras la Segunda Guerra Mundial. Ayer, el Festival Richard Wagner de Bayreuth no solo abrió con esta obra, sino que lo hizo bajo la batuta del australiano Barrie Kosky, el primer judío al que se confió la dirección en este templo wagneriano de la que fue la ópera predilecta de Hitler. La provocación y el antagonismo vuelven a ser un año más los signos de identidad de un festival que lleva en su idiosincrasia la necesidad de remover conciencias. Así lo hizo con el propio Kosky. Se dice que en el año 2012, poco después de que tomara posesión como director artístico en la Ópera Cómica de Berlín y cuando los templos operísticos de todo el mundo celebraban el 200 aniversario de Wagner, él se negó a representar cualquier obra del compositor germano en la que sería desde entonces su nueva casa. Pero su ambivalencia cambió cuatro años más tarde. En declaraciones publicadas el lunes por «The New York Times», Kosky reconoció que le hubiera dado la risa si hace diez años alguien le hubiera dicho que acabaría trabajando durante tres años en la obra que ayer le hizo empuñar la batuta. Pero así es Wagner o el espíritu de Bayreuth. Un ingenio que vive latente en Katharina Wagner, la bisnieta del compositor y directora artística del festival, que obstinada y a sabiendas de la esencia del evento llevó a Kosky a almorzar para pedirle que dirigiera le ópera. Seis meses después, el compositor aceptó el desafío y Bayreuth siguió siendo Bayreuth. Pequeños y grandes escándalos han sido la nota predominante de este festival durante los últimos años. Una especie de sello de la casa para animar las conversaciones de los entreactos y que no viene de nuevas. Ya en 1993, el dramaturgo alemán, Heiner Müller, llegó a describir Bayreuth como un nido de recalcitrantes nazis y lo hizo justo antes de su debut al frente de un «Tristán e Isolda» que dirigió Daniel Barenboim. Una alusión que, años después, volvería a dejar su impronta en este festival en la figura del barítono ruso Evgueni Nikitin, quien debía interpretar el papel principal de la ópera «El buque fantasma» pero que, a cuatro días del estreno, se vio obligado a renunciar debido a un tatuaje nazi realizado en su juventud.

Tempestades y abucheos

Escándalos aparte, ayer se desenrolló la alfombra roja en la célebre «colina verde» de la ciudad bávara, después de que el año pasado se cancelara el tradicional desfile de estrellas por el luto a las víctimas de los ataques terroristas perpetrados previamente en tres ciudades alemanas. Los reyes de Suecia, Carlos Gustavo y Silvia, y la canciller alemana, Angela Merkel, asidua fiel al festival desde sus tiempos de líder de la oposición, encabezaron la lista de invitados junto a estrictas medidas de seguridad. La pieza de Kosky, es el único estreno de la temporada, de acuerdo a la tradición de la casa de ofrecer, a lo sumo, una producción nueva por año y de completar con reposiciones el resto de la programación. El minimalista «Tristan e Isolda» estrenado el año pasado por la biznieta del compositor y directora del festival, Katharina Wagner, con Christian Thielemann, su director titular, tendrá su segunda oportunidad en el festival. Le seguirá el «Parsifal», bajo la dirección de Harmut Haenchen y Uwe Ulrich Laufenberg, y el «Anillo del Nibelungo», con Frank Castorf, estrenado cuatro años atrás entre tempestades de abucheos, pero que mientras tanto ha ido reconciliándose con el exigente público de Bayreuth. La historia del modesto zapatero convertido en héroe, de las pocas piezas wagnerianas entre humanos, es desde la perspectiva actual entre lo más inocente en el universo de tempestades creado por Richard Wagner. Sin embargo, poco después de su estreno, en 1845, empezó a verse en su contenido una glorificación de lo germano, a lo que siguió la entronización e instrumentalización durante el Tercer Reich. Los herederos del compositor –y muy especialmente su nuera, la británica Winifred Wagner, esposa de Siegfried– pusieron el festival a los pies de Hitler y este convirtió los «Maestros cantores» en pieza por excelencia de Bayreuth, a cuyas galas se invitaba a los oficiales y heridos de guerra a los que se quería premiar. La ópera de culto durante el nazismo no se ha desprendido completamente de esa estigmatización y el propio Bayreuth ha jugado la carta del coqueteo con esa etiqueta colocando ahora Kosky al frente de la nueva producción.

Bayreuth está pacificado desde que en 2008 se puso fin a una tormentosa guerra de sucesión al frente del festival entre distintas ramas familiares y colocarse Katharina y su hermana Eva Pasquier-Wagner como co-directoras de consenso. Katharina se convirtió hace dos años en responsable en solitario del festival, inaugurado en 1876 por Richard Wagner y dirigido desde su reapertura en la postguerra alemana y durante décadas por Wolfgang Wagner, hijo de Winnifred y Siegfried. Al talento de quien fue el hermano algo eclipsado de Wolfgang, Wieland, se dedicará en esta edición un homenaje, en forma de exposición y concierto. El pretexto es el centenario del nacimiento de Wieland, en 1917, y a evocar su figura se consagra una exposición temporal.