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Carl Andre, la escultura por los suelos

Carl Andre, la escultura por los suelos
Carl Andre, la escultura por los sueloslarazon

El Reina Sofía inaugura en El Retiro la primera retrospectiva en España del artista «minimal»

que «bajó a la escultura de los cielos».

La verticalidad ha sido durante siglos la característica por antonomasia de la escultura. Verticalidad, volumen, proporción... Ingredientes básicos también del hermano gemelo de la escultura: el monumento. Lo propio de la monumentalidad ha sido (y es) inspirar reverencia. De ahí, la verticalidad, la desproporción y la peana, emblema de elevación. Los materiales, históricamente nobles: mármol, bronce... Todos esos presupuestos, que venían entrando en crisis desde principios del siglo XX con el auge de las vanguardias colapsan a partir de los años 50 y 60. Es ésta una de esas etapas «gozne» que cambia el paradigma artístico, según recordó ayer Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía, durante la presentación de la exposición «Carl Andre: escultura como lugar, 1958-2010».

Espacios habitables

El artista, nacido en Massachusetts en 1935, es uno de los grandes responsables de cierta desacralización de la escultura, de la gran inversión de sus presupuestos: de la verticalidad a la horizontalidad, del «no tocar» al «písame»... Lo explica Joao Fernandes, subdirector del museo: «Carl Andre ha devuelto la escultura de los cielos al suelo y abierto nuevas posibilidades entre ella y el ser humano. Construye espacios habitables por la geometría de sus piezas; y ese gesto de llamarnos al suelo, a la vida, es la propuesta que ha cambiado la idea de la escultura». Considerado uno de los padres del minimalismo norteamericano, Andre propone en esta retrospectiva que abarca 50 años de trabajo –en 2010 anunció su retirada– lugares comunes que, desde la sencillez de los materiales y la pureza de las formas, interpelan al espectador con sus variadas posibilidades de «feedback». Arte urbano y hasta paisajismo que beben de sus primeros contactos salvajes con las materias primas: los bloques de granito y las planchas de acero que lo fascinaban al pasar junto a los astilleros de su Quincy natal. De aquello hizo el motivo de su arte, durante años considerado carente de sentido por buena parte de la crítica, especialmente por quienes desde el conceptualismo buscaban un apoyo teórico para la obra. «¡Qué montón de basura!», tituló «The Daily Mirror» sobre una de sus exposiciones en 1976.

Para Carl Andre lo importante es el diálogo de la obra con el espectador. Mucho más que la huella del autor. «Su obra pasa de ser algo monumental a desarrollarse en el suelo, por lo que lo importante no es la composición, sino el espacio que se genera y las ideas de serialidad y repetición con las que trabaja el artista, cuya mano desaparece de la obra. Hay siempre un elemento ‘‘performático’’», señala Borja-Villel. A veces se trata de simples dovelas formando un camino («Lever», 1966), pavimento a modo de corredor de metal («64 Roaring Forties», creado para una exposición colectiva en el Palacio de Cristal de Madrid en 1988) o pilotes urbanos serializados abriendo una perspectiva. El minimalismo llevado a la escultura, del mismo modo que su gran amigo Frank Stella lo llevó a la pintura. Eso mismo ha sido siempre el talón de Aquiles de Andre, hasta el punto de que Stella le prohibió amistosamente seguir pintando.

Otra cosa es la poesía. En esta disciplina, especialmente interesado en su aspecto visual y serial, el norteamericano ha desarrollado una larga carrera. Algunos ejemplos de este apartado, así como de sus obras efímeras, junto con fotos, proyectos y reflexiones se muestran en el Edificio Sabatini del Reina Sofía. La exposición se lleva a cabo con la colaboración de Dia Art Foundation y ya ha sido vista en Nueva York antes de viajar, tras Madrid, a Berlín, París y Los Ángeles.