Crítica de cine

«A Ghost Story»: El espectro que somos todos

La Razón
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Dirección y guión: David Lowery.

Intérpretes: Casey Affleck, Rooney Mara, Will Oldham.

Música: Daniel Hart.

Estados Unidos, 2017. 92 minutos. Drama fantástico

¿Cómo filmar a un fantasma, decía Derrida, que dice «soy un fantasma»? A menudo cierto cine fantástico insiste en la idea del fantasma que no sabe que lo es, y que pone en duda, en consecuencia, la mirada del espectador. ¿Estará vivo o estará muerto?, pensamos del Bruce Willis de «El sexto sentido». Porque aparece como si no fuera una aparición; como si, en fin, la imagen negara su espectralidad. He aquí, por fin, una película que se atreve a responder la pregunta derridiana. En «A Ghost Story» el fantasma es ese ser interrumpido que pretende combatir su propensión a desaparecer vistiéndose con una sábana con dos agujeros abismales como ojos –un sudario, el pijama de un muerto: un cliché– y que nos obliga a creer en la imagen que habita. Lo hace a través del tiempo y sus pliegues: o de su suspensión –el largo abrazo cenital de dos enamorados que anuncia a un fantasma que está por llegar– o de su duración –la estupefacción que genera el momento en que nace un fantasma que ha llegado para quedarse–. La naturalidad con que David Lowery nos hace comulgar con lo imposible –la misma con que Apichatpong Weerasethakul nos hacía creer en la criatura de ojos rojos en «El tío Boonmee recuerda sus vidas pasadas»– es únicamente comparable con la melancolía que transmite la sensación de eternidad en la que está atrapado ese fantasma (Casey Affleck) mientras contempla cómo su esposa (Rooney Mara) devora un pastel para amortiguar su pena. Apenas hay diálogos en el filme, pero su elocuencia es aplastante: a partir del uso del tiempo como cárcel de los afectos también reescribe la crónica de un espacio, una casa que es, también, un hogar y un limbo, un purgatorio que se proyecta del futuro al pasado y vuelta a empezar, como si el fantasma tuviera que experimentar el peso de la Historia para regresar a donde todo arrancó, y lo cósmico se fundiera con lo íntimo. Puede sonar pretencioso, pero precisamente la gran belleza de la película consiste en convertir su discurso en material sensible, en humilde meditación sobre la soledad, la pérdida y la muerte. «A Ghost Story» esconde bajo sus sábanas una comedia romántica, un melodrama a lo «Ghost», incluso una parodia del cine de fantasmas, pero la singular apuesta de Lowery es haber trascendido todos esos caminos posibles para transitar uno más sofisticado y conmovedor. Su película no solo es la prueba de que todos somos fantasmas paseándonos por la memoria de los tiempos sino de que el propio cine, como decía Derrida, es un trabajo de duelo magnífico, magnificado, que evoca en las imágenes, dedicadas a todos aquellos que tienen fe en ellas, la auténtica poética de una sesión de espiritismo para comunicarnos con los muertos que amamos.

LO MEJOR

Que la osadía de la propuesta nunca eclipse su intensa, preciosísima dimensión emocional

LO PEOR

La escena que rompe en dos la película y que evidencia lo que las imágenes explican sin una palabra