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Abel Ferrara: «Pasolini desafió las etiquetas»

Willem Dafoe da vida a Pasolini. Sin él, Ferrara no hubiera hecho esta película
Willem Dafoe da vida a Pasolini. Sin él, Ferrara no hubiera hecho esta películalarazon

Considera al escritor y director italiano algo más que un maestro: «No lo conocí, pero lo amo».

Abel Ferrara está inquieto. Pasea de un lado al otro de la terraza de un hotel del Lido veneciano increpando a alguien por teléfono, pidiendo a gritos los periódicos italianos a uno de sus agentes de prensa, que empieza a volver los ojos al cielo en señal de impaciencia. Tiene a los periodistas mirándole desde una mesa cercana, pero no parece importarle mucho. Cuando uno tiene fama de difícil, imprevisible y temperamental, se ha ganado el silencio de los que esperan. Parece estar de un humor de perros; quizá la Prensa local no ha recibido «Pasolini» con los vítores de júbilo que imaginaba. En todo caso, está acostumbrado a la polémica: unos meses antes, el pasado mes de mayo, ponía patas arriba el festival de Cannes con «Welcome to New York», el «biopic» de Dominic Strauss-Kahn que Gerard Depardieu interpretó como si fuera una estrella del Neolítico. Cuando decide sentarse, con bastante retraso, a cumplir con sus deberes de promoción, no es tan fiero como lo pintan. Trufa su discurso con vacilaciones, rodeos, «fucks», «youknows» y una interrupción, cómo no, para hablar por el móvil.

–¿Qué hay de Pasolini en Abel Ferrara?

–Soy budista, tío. Como budista, lo que hago es meditar sobre mi maestro. Y Pasolini lo fue, lo es. Cuanto más investigaba, más me gustaba. De cien personas que entrevistamos no hubo ni una sola que dijera algo malo sobre él. Ni te cuento lo que dirían de mí (risas). La primera vez que vi «Los cuentos de Canterbury» me maravilló. Adoro «Salò». En ella ves a un artista comprometido con lo que hace, está totalmente presente en cada plano. Amo a Pasolini. No lo conocí, pero lo amo.

–Habla de él como si fuera un santo...

–No, claro, no quieres convertirlo en un santo, pero ¿por qué no? Quería humanizarlo. No hablar del gran Pasolini, del gran poeta y cineasta, sino de la persona que nunca levantaba la voz en el rodaje, que se preocupaba de que todo el mundo, desde el protagonista al último eléctrico, se sintiera a gusto. Adoraba a su madre. Yo quiero a la mía, pero nada comparable a lo que sentía por ella Pasolini.

–¿Existe algún cineasta que mantenga vigente el legado de Pasolini?

-(Larga pausa) ¿Se te ocurre alguno?

–Antes Willem Dafoe hablaba de Lars von Trier...

–¿Lars Von Trier? ¿Acaso escribe periodismo político? ¿Acaso milita por alguna causa?

–No, pero...

–(Interrumpe) Pasolini pertenece a una época en la que el compromiso político estaba por encima de todo. Cuando Bertolucci estrenó «El último tango en París» y fue juzgado por un tribunal de Bolonia, su principal preocupación era que le quitaran el derecho a voto, que le retiraran sus derechos civiles durante cinco años.

–¿En qué medida simpatiza con la complejidad ideológica de Pasolini?

–Era comunista, pero en las manifestaciones estaba de parte de la Policía, porque los manifestantes eran burgueses y la Policía era gente del sur de Italia, de origen humilde. Era católico pero en su tumba no hay ninguna cruz. ¿De qué nos hablan esas etiquetas? Pasolini las desafía todas. Iba más allá de todas esas ideas convencionales. Decía: «Creo, pero no creo». En eso consiste el jodido budismo. Tenía pinturas de Buda en su salón. Era un individualista, creía en la libertad individual. Ésa era su religión.

–Pasolini dijo: «Escandalizarse es un derecho; que te escandalicen, un placer». ¿Hay algo que escandalice a Abel Ferrara?

–«Salò» me escandaliza. «Anticristo» me escandaliza. Sobre todo viendo lo que Von Trier le hace a mi pobre amigo Willem...

–Es su cuarta colaboración con él.

–No habría hecho la película sin Willem, como no habría hecho «Welcome to New York» sin Depardieu. El actor está en el centro del plano, refleja la energía de todo el equipo, es el responsable de comunicar lo que está ocurriendo en la escena en el aquí y ahora. Hay que establecer con él una relación de confianza mutua.

–¿Cree que Pasolini tenía la intuición de que iba a morir pronto? Existe la teoría de que, de algún modo, diseñó su asesinato...

–No sé si un hombre que tenía un cuaderno de notas como el suyo sabe que va a morir. Lo que está claro es que no se acostaba con universitarios ni con monaguillos; buscaba el peligro, eran chicos que podían matarle por cuatro perras.

–«Salò» era una película enfadada. Pasolini tenía la capacidad de cabrear a todo el mundo. En ese sentido, ¿hay alguien comparable en el cine actual?

–Me gustaría decir que yo; lo intento, pero no es así. Él era un león, nosotros somos como conejos. Mi país está destruido, es una jodida broma. Nada que ver con la época en que Pasolini cuestionaba todo lo que le rodeaba. Al final, lo que quería decirnos era: sé tú mismo, cree en ti mismo, lucha por ti mismo.

–¿Tiene la impresión de haber puesto su carrera en peligro, como hizo Pasolini? La polvareda que «Welcome to New York» levantó en Cannes...

–Nunca podría compararme con Pasolini en ese sentido, pero, tío, he cumplido los sesenta, estoy harto de negociar con gente estúpida, y lo cierto es que, a día de hoy, no puedo estrenar «Welcome to New York» en mi país si no la corto. Y no pienso hacerlo, tengo la última palabra en el montaje final, por mucho que el productor, Vincent Maraval, intente convencerme de lo contrario. En América, si tienes un desnudo frontal de Brad Pitt te cae una calificación R, pero si el desnudo frontal es de Depardieu, es una película X. Pero, ¿qué demonios significa esto? ¿Qué hubiera dicho Pasolini?