Danza

Beethoven se baila

El viernes 28 llega a las salas de cine la cinta en la que Arantxa Aguirre persigue de Lausana a Tokio la recuperación de la «Novena Sinfonía» que llevó a cabo el Béjart Ballet en 2014, una composición tan criticada de inicio como alabada después de su estreno, a cargo de Maurice Béjart, en 1964

Más de 200 integrantes, entre bailarines y miembros de la orquesta, componen el espectáculo
Más de 200 integrantes, entre bailarines y miembros de la orquesta, componen el espectáculolarazon

El viernes 28 llega a las salas de cine la cinta en la que Arantxa Aguirre persigue de Lausana a Tokio la recuperación de la «Novena Sinfonía» que llevó a cabo el Béjart Ballet en 2014

«Dancing Beethoven» comienza con su narradora, Malya Roman, poniendo rumbo a una ciudad que respira ballet, Lausana (Suiza)­. La misma en la que creció. De pronto, durante la presentación de los motivos de su viaje/rodaje, el tren se detiene: una persona se ha tirado a las vías a su paso por Nyon. Algo medianamente habitual en un país que registra 300 sucesos al año de este tipo. Quien también pensó en quitarse la vida, de otro modo, fue uno de los culpables del largometraje: Ludwig van Beethoven (Bonn, 1770-Viena, 1827). Tocado por una sordera que sabía incurable escribió ya rendido: «Oh Providencia, haz aparecer un solo día ante mis ojos un día de alegría».

En ésas surgió como inspiración la «Oda a la alegría» escrita en 1785 por Friedrich von Schiller (1759-1805). Ocho años después de aquello, el compositor la conocería para hacerle cambiar de opinión y, pronto, querría llevarla a la partitura –aunque todavía tardaría tiempo en darle una forma que no llegaría a escuchar jamás–: «Hace 54 años, mi madre acudió al médico. Se encontraba en el segundo mes de embarazo y su marido era alcohólico. Tenía afección sifilítica y uno de sus hijos era retrasado mental. Además, en la familia había varios sordos. El médico decretó la interrupción del embarazo, pero mi madre se negó. Siete meses más tarde nací yo. Hoy, en 1824, en Viena, estreno mi ‘‘Novena Sinfonía’’, mi canto personal a la alegría de vivir».

Una cosa de locos

Igual que le ocurrió a Beethoven con la pieza de Schiller, Maurice Béjart (Marsella, 1927-Lausana, 2007) quedaría atrapado en la composición del músico alemán hasta estrenar en 1964, lo que para muchos era algo así como una inconsciencia. Jugar con un icono universal: «¡Coreografiar la ‘‘Novena’’!», se decía con las manos en la cabeza. Pues sí. Lo hizo. Y el 27 de octubre de 1964 aquellos que gritaron alarmados ante el ataque de «locura» de Béjart quedaron silenciados por lo que se acababa de ver en el Circo Real de Bruselas. Unos pasos que se incorporarían directamente a la historia del ballet y que marcarían la carrera del bailarín. «Lo hizo con mucho sentido. Si Beethoven introdujo la voz humana en su último movimiento, algo nunca visto en una sinfonía clásica, Béjart tenía la excusa perfecta para introducir la danza. Creo que va acorde con el sentido de esta sinfonía de fraternidad», comenta Arantxa Aguirre –directora del documental que logró la Espiga de Plata en la Seminci de Valladolid–. «Béjart se atrevió en un momento en el que hacía una obra maestra tras otra», continúa: cuando estrenó la «Novena», ya hacía cinco años que había llegado a Bruselas, con 37. Entonces se presentó con «La consagración de la primavera» y continuaría con «Bolero» (1961) y con otras dos obras contemporáneas –con música de Pierre Henry– en el 63 y el 65. Lo que le convirtió, con la introducción de la «Novena» entre estas dos últimas, en un hombre de contrastes y contradicciones –Beethoven y Schiller también lo serían–: «Lo que hizo durante toda su vida, romper y cambiar», comentan en el largo.

Pero no son ni Beethoven, ni Béjart, ni Schiller los protagonistas directos del filme que llega el viernes a los cines, sino la reposición de la coreografía del 64 que llevó a cabo el Béjart Ballet Lausanne en 2014, en colaboración con el The Tokyo Ballet, la Orquesta Filarmónica de Israel –conducida por Zubin Metha– y un coro japonés: «El gran tamaño del proyecto hacía imposible que los suizos lo abrazaran en soledad de ahí la necesidad de un gran elenco y una imponente orquesta», explican.

Nueve meses de rodaje que se dividen en cuatro actos, en un guiño de Aguirre a los movimientos de la «Novena» –«y a las estaciones que pasaron durante el proceso», dice–, que llevaron a la directora, que ya había trabajado con anterioridad con la compañía, a perseguir la cocción de tal evento de Europa a Asia. En el centro de la imagen Malya Roman, un actriz que toma el papel de entrevistadora y narradora y va asaltando a los implicados –dos de ellos muy especiales para ella, pero que se va descubriendo con el paso de los minutos– durante los ensayos. «Algo tan grande merecía ser rodado y que quedara huella de esa unión de compañías de diferentes países y continentes», justifica Aguirre en consonancia con la citada «fraternidad».

Millones de abrazos

Ya lo decía la «Oda a la alegría»: «(...) A través de la espléndida bóveda celeste, corred, hermanos, seguid vuestra ruta, alegres, como el héroe hacia la victoria. ¡Abrazos, millones de seres! ¡Este beso para el mundo entero! (...)». Franceses, colombianos, japoneses, rusos, españoles... Una ristra de nacionalidades que completaban, 50 años después del estreno de Béjart, la idea que amasaron Schiller y Beethoven dos siglos atrás para formar un montaje monumental: más de 200 integrantes entre las tres compañías y una veintena de bailarines africanos. «Béjart hizo este espectáculo para decir que todas las razas son buenas», comenta Piotr Nardelli, responsable de la nueva coreografía.

«El mensaje de Schiller era que todos los hombres son hermanos y es el mismo ideal que nos transmite la ‘‘Novena’’», explica en la cinta Gil Roman –director del Ballet de Lausana–. Heredero en el cargo de Béjart, continúa con sus argumentos sobre la reposición de la pieza: «Se trata de una forma de llegar a la humanidad. Las personas y el mundo se encogen y necesitan grandes ideas que les impulsen hacia delante», en lo que el francés se valió de el espíritu zen y de las estructuras circulares para llegar a su objetivo.

Béjart y Beethoven, dos «genios», como se les califica, en tiempos diferentes a los que se les buscan las aristas comunes: «Hay un encuentro entre ambos en el trabajo rítmico, en los choques rítmicos... En la ‘‘Novena’’ existe algo muy teatral, un deseo de sobresalir, de hacer algo grande. Y Maurice tenía eso, quería ir a los grandes espacios abiertos, quería ir al público, quería hacer las cosas que son generosos, amplias, que afectan a muchas personas».

Un reportaje en el que Arantxa Aguirre, hija de actriz y director, pone el énfasis en la esperanza que transmite la «Novena» mediante la reflexión de Malya para finalizar «Dancing Beethoven»: «No sé si la belleza salvará el mundo. Pero, ¿qué sería de nosotros sin ella? Las obras de arte que creamos con nuestro talento y dedicación, que se entrelazan en nuestros sueños, inspiran y consuelan a la gente. Se levantan como catedrales, como faros, con la esperanza de servir a la referencia positiva a la pobre humanidad. Y como Maurice dijo: “La esperanza es siempre una victoria”».