Crítica de cine

El viaje más delirante hacia Sanlúcar

Díaz Lorenzo dirige la comedia coral «Señor, dame paciencia».

El viaje más delirante hacia Sanlúcar
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Díaz Lorenzo dirige la comedia coral «Señor, dame paciencia».

Sobre las espaldas de Gregorio han caído todos los males a los que se puede enfrentar un «hombre de orden», madridista hasta la médula, banquero y vecino del Barrio de Salamanca. Todos sus hijos están emparejados con «agentes sospechosos»: un catalán, un podemita y, rizando el rizo, un vasco negro y gay. «Gregorio es un tipo conservador que no deja pasar ni una, pero de repente todo le sale al revés de lo que quería y con ese conflicto servido, la comedia tira sola», señala Jordi Sánchez («La que se avecina»), que da vida a este padre «fachorro» que, de golpe, tras la muerte de su esposa (Rossy de Palma) tiene que lidiar con las parejas de sus hijos en una viaje delirante hacia Sanlúcar de Barrameda (Cádiz), para esparcir las cenizas de la difunta.

Álvaro Díaz Lorenzo, director de «Señor, dame paciencia», se confiesa fan de «Little Miss Sunshine» y «Mejor, imposible». Ha intentado fundir la «road movie» y un personaje potente a lo Jack Nicholson en esta comedia que, dice, «es un viaje físico de Madrid a Sanlúcar, y emocional de los personajes». El periplo en carretera se resuelve con una particular furgoneta que fue toda una tortura durante el rodaje: «Se recalentaba, con todos allí dentro, sin dirección asistida, siempre rompiéndose», recuerda Sánchez. El arco emocional va de la tirantez inicial de Gregorio al redescubrimiento de su propia familia y del valor de la tolerancia. «Para él este viaje es un reto forzado. Tras morir su mujer, se ha quedado solo y asume que, o tolera y respeta a los demás, o seguirá solo. Él se sabe torpe y entiende que está haciendo daño a sus hijos», apunta Sánchez.

Una gran desconocida

La localidad gaditana es uno de los grandes protagonistas del filme. Fue Antonio Pérez, el productor sevillano de la cinta, quien propuso este enclave donde desemboca el Guadalquivir. «Para mí es como un poema», dice Díaz Lorenzo, «la gran desconocida de la provincia. Allí nos trataron muy bien y nos dijeron: ‘‘lo que queráis, cuando queráis y donde queráis’’». «Pasamos un septiembre magnífico tras el calor de la furgoneta», recuerda Sánchez. Y, además, descubrieron el pescado frito y, en especial, la urta: «Caímos todos enamorados».