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Es la guerra: Metamorfosis de una máscara

«Los últimos Jedi» prolonga el fenómeno de «Star Wars», una saga que arrancó en 1977, hace cuarenta años, con «La guerra de las Galaxias», y que ha estado marcada por unas taquillas multimillonarias y un «merchandising» que da tantos beneficios como las cintas

Es la guerra: Metamorfosis de una máscara
Es la guerra: Metamorfosis de una máscaralarazon

«Los últimos Jedi» prolonga el fenómeno de «Star Wars», una saga que arrancó en 1977, hace cuarenta años, con «La guerra de las Galaxias», y que ha estado marcada por unas taquillas multimillonarias y un «merchandising» que da tantos beneficios como las cintas.

No fue hace mucho tiempo y menos en una galaxia tan lejana. Sucedió hace cuarenta años y en la Tierra, que no es Alderaan, sino un insignificante punto azul en una esquina de la Vía Láctea. «Star Wars» empezó como una película, después se convirtió en trilogía, más tarde en una saga y ahora ya no se sabe lo que es. Para comprender el tamaño desmedido del fenómeno solo hay que atender al trascendental dilema, iba a escribirse «dislate», que se les presenta a sus seguidores después de ocho filmes: ¿Por dónde hay que empezar a ver la franquicia? ¿Por el principio? ¿Pero cuál es el principio? ¿La primera película que llegó a los cines, que es el episodio IV, o la primera cinta de la segunda trilogía, que relata hechos anteriores a los filmes previos aunque es temporalmente más actual? ¿Hay que respetar el orden de su estreno o la cronología interna de la serie? ¿Se pueden ver al azar en la televisión, o debe uno planearse la sesión cinematográfica ante el inusual número de precuelas y secuelas? ¿Se puede asistir al estreno de «Los últimos Jedi» sin ver ninguno y no sentirse igual de perdido que un pingüino, o ese acto supone alguna herejía vergonzante? Y, sobre todo, ¿dónde va «Rogue One»? Si es que tiene que ir en algún lado, claro... «La guerra de las galaxias» nació como un filme y se ha convertido en un mundo, que es justo la distancia que separa a un espectador de un friki.

Mito y mitología

Cuando George Lucas inició el proyecto, que llegaría a las pantallas en 1977, el mismo año que «Encuentros en la tercera fase», de Steven Spielberg, las investigaciones sobre mitología de Joseph Campbell calaban en Estados Unidos. La lección de conocimiento que este maestro vertió en «Las máscaras de Dios» –que ahora ha rescatado la editorial Atalanta– influyó en el director de «American Graffiti», y cuando éste alumbró el guión de estas aventuras, lo que había escrito, a propósito o de manera inconsciente, era un calco de las sucesivas etapas que recorre el héroe clásico desde su iniciación hasta completar su ciclo formativo. Luke Skywalker se convertía en un Telémaco, el hijo que sale en busca del padre, un tema mítico recurrente y una metáfora de la búsqueda que emprenden los individuos para descubrir sus raíces y averiguar de dónde proceden y quiénes son. De manera paralela se explicaban las facetas de crecimiento del héroe, desde la llamada inicial, el encuentro con el maestro, el aprendizaje y la prueba que le encumbra como guerrero. En esta línea, que lleva a un niño adoptivo (el relato del hijo adoptivo está en la leyendas que acompañan las figuras de Moisés o Ciro el Grande) a convertirse en un hombre, discurre otro camino superpuesto: el que va desde la ignorancia a la sabiduría (representada por la religión Jedi). «La guerra de las galaxias», como «El imperio contrataca» (1980) y «El retorno del Jedi» (1983) –que ya presenta una evidente infantilización que preconizaba en qué iba a derivar todo– formaban, a pesar de la oscura segunda parte, una obra optimista, donde aún se confiaba en la pureza de los protagonistas para acabar con el del mal y retornar al paraíso perdido.

Cuando Hollywood planeó el rodaje consecutivo de «La amenaza fantasma» (1999), «El ataque de los clones» (2002) y «La venganza de los Sith» (2005) habían ocurrido tres sucesos en el mundo: la caída del muro de Berlín en 1989, la expansión de la globalización y la derogación en 1999, por parte de Bill Clinton, de la Ley Glass-Steagall, creada para evitar que se repitiera el crack del 29, que abría las puertas al neoliberalismo. La tecnificación de la sociedad, la burocratización de las democracias y el paulatino empequeñecimiento del hombre da paso a una nueva era donde los ciudadanos paladeaban muchas dudas (y no había llegado la crisis de 2008) y ya intuían los tiempos de inseguridades que se avecinaban: el 11-S fue el aviso. El relato de Darth Vader era idóneo. Representa el héroe malogrado, lleno de pasiones y egoísmos en un mundo donde el Senado se tambalea ante los intereses de las empresas comerciales y de armamento. Anakin Skaywalker no podía triunfar y el espectador de esos años se identificaba con él. Este ángel caído permanecía más cerca de su sensibilidad, y le resulta más moderno, que su hijo. Claro está que la teoría, como tantas otras que se enuncian al hilo de «Star Wars», no tienen porqué ser ciertas. Puede que sí, como la historia de Campbello, aunque uno sospecha que las demás tienen más que ver con la ina-preciable capacidad del hombre de ver rostros en el test de Rorschach que con un supuesto guiño a la realidad de los productores. Aunque poco importa. Seguirán corriendo por ahí sin cesar.

Hollywood supeditó, hace ya mucho, el talento en aras del taquillazo (si es que había talento) y todos estos filmes comenzaron a tropezar en la trivialización, algo que es peor que la ingenuidad, desde «La amenaza fantasma». La saga se entregó, a partir de ahí, al espíritu de los videojuegos y los efectos artificiales, que ocupan el hueco que antes estaba reservado a los guionistas. Aparecen así claras incoherencias en la trama y el relato se sustituye por la espectacularidad. Es evidente el duelo entre los hombres medio-máquinas y las máquinas que trabajan para el lado oscuro y la intacta naturaleza humana de los Jedi y sus aliados (el miedo a la robotización de la sociedad), pero nada de eso redime su banalización.

La consecuencia de este conjunto de disparates fue la demolición de uno de los tesoros que había dado la saga, la de un mito cinematográfico: Darth Vader, un símbolo que se erigía sobre lo que desconocíamos de él y los horrores innominables que había cometido y que alimentaban la imaginación de los espectadores. «Los últimos Jedi» seguirá el sendero de su predecesora, liquidando héroes carismáticos de forma gratuita, rematará el empoderamiento femenino, incluirá personajes de otras razas para continuar sumando espectadores, y, de paso, aumentando el disparate y tirando de una historia agotada, que da vueltas sobre sí misma sin ningún sentido, aunque con un propósito firme: el bolsillo del público.