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Exhibición: la asignatura pendiente del cine español

La VIII «Fiesta del cine» consiguió llevar a las salas el primer día a 323.000 espectadores, una cifra sensiblemente menor que la edición anterior. Un documentado ensayo repasa los últimos 50 años de esta parte de la industria en España

La presente edición de la Fiesta del Cine ha comenzado con menos afluencia en las salas
La presente edición de la Fiesta del Cine ha comenzado con menos afluencia en las salaslarazon

La VIII «Fiesta del cine» consiguió llevar a las salas el primer día a 323.000 espectadores, una cifra sensiblemente menor que la edición anterior. Un documentado ensayo repasa los últimos 50 años de esta parte de la industria en España

Desde la Federación de Cines de España (FECE) no valoran la caída en asistencia el lunes, primer día de la VIII Fiesta del Cine (casi 200.000 espectadores menos) como algo negativo: «No es malo, puesto que esta edición es una carrera de fondo», que se prolongará hasta mañana, un día más con respecto a anteriores convocatorias, día en el que esperan se concentre la afluencia y se viva un repunte que «se convierta en un auténtico ‘‘boom’’ de asistencia». Los precios de las entradas, reducidos a 2,90 euros en todos los casos para los acreditados en la página web, así como para menores de 12 años y mayores de 60, fueron el principal argumento para convencer a un público ansioso de cine y quejoso de los altos precios de las entradas. Y es que en poco más de una década, desde comienzos de los noventa hasta los primeros años del siglo XXI, la exhibición cinematográfica española ha experimentado un cambio radical. Durante años, este fue el sector más atrasado de una industria sin atractivos para la inversión extranjera y sin apenas desarrollo. Los propietarios de cines –clanes familiares mayoritariamente– disponían de un modelo de negocio estable, activos inmobiliarios que se iban revalorizando, y se limitaban a cobrar entradas en una gestión conservadora. Este modelo de «palacio de cine», de sala de barriada o rural entró en crisis a partir de los setenta, e hizo definitivamente aguas en los ochenta con la irrupción de las televisiones privadas, el vídeo doméstico, las nuevas tecnologías y los cambios de gustos en el público.

La llegada de los multicines

A mediados de los años noventa, España pasó de contar con un desvencijado parque de salas a disponer de algunos de los mayores complejos cinematográficos del continente, y se convirtió en el cuarto gran mercado de la exhibición europea. Las nuevas salas se trasladaron mayoritariamente a la periferia y el público familiar comenzaron a desaparecer o a perder protagonismo. El fenómeno «multiscreening» no fue ajeno al «boom» del sector inmobiliario, que promovió la edificación de numerosos centros comerciales en la mayor parte de ciudades españolas. «La exhibición cinematográfica en España. Cincuenta años de cambios» (Cátedra) es un profundo estudio de José Vicente García Santamaría, periodista y profesor en la Universidad Carlos III, sobre un aspecto del que se conoce y se ha debatido poco. El libro pretende, no sólo historiar el período que va desde los años sesen­ta hasta hoy, sino dar res­puesta a gran número de cuestiones de interés: la evolución de las salas y los cambios en la propiedad; los condicionantes económicos del sec­tor; el retraso en la digitalización; las barreras que impiden un mayor consumo de cine o la composición de los públicos cinematográficos. Sin ol­vidar la evolución expe­rimentada por el mercado norteamericano y de la UE.

Para García Santamaría, «parece que éste es un debate que no interesa a nadie. No sé por qué hay poca reflexión sobre el cine, por qué no nos planteemos ciertas cuestiones. Franceses e ingleses son distintos, tienen estadísticas, datos útiles que ayudan a tomar decisiones. Aquí no. Nuestra política cinematográfica tiene una serie de males endémicos que debe solucionar, como la sobreabundancia de producciones. Se hacen más películas –unas doscientas al año– de las que puede absorber. Sólo una docena de títulos tienen éxito y fenómenos como “Ocho apellidos vascos” son algo coyuntural. Los demás sobreviven por las subvenciones e hinchando los presupuestos». Algo que también destaca el libro es el tradicional enfrentamiento entre los tres sectores que intervienen en esta industria: la producción, la distribución y la exhibición. «Hay un divorcio entre distribución –que es lo que mueve el dinero– y exhibición. La primera se lleva el 55% de la taquilla de la primera semana, pero como la mayoría de las películas sólo dura esto, la exhibición se queja, aunque cuenta con otros ingresos, como palomitas o “snacks”. Creo que debería haber mayor entendimiento entre ambos –dice el autor–, porque estamos volviendo a la situación de los años 80. El 40% de la población no tiene acceso a una sala en media hora de camino. Las pequeñas poblaciones sin centros comerciales no tienen cine, falta una red rural como hay en Alemania o Francia, que además de cine ofrecen aspectos relacionados –documentales, cine extranjero...– con una red de salas digitalizadas que programan para todo el territorio. Por otro lado –continua García Santamaría–, el número de salas es excesivo. Al desaparecer las monosalas, el cine se refugió en los multiplexes y megaplexes, multicines de grandes pantallas, y ahora falta gente para llenarlas. Sólo fines de semana o días especiales, los demás, nada. Y eso no es suficiente. No se cierran porque hacen de locomotora de los centros comerciales. Sólo el 20% es rentable. Tendrán que tener una reestructuración y reconvertirse. Los grandes complejos deberían evolucionar hacia otras cosas: conciertos, espectáculos... La materia prima serán las películas, pero sólo un 50%. Ya le quedan pocas artimañas para atraer a la gente». Sobre el perfil del espectador español: «Las estadísticas de este y de otros países coinciden en que el 25% es un público mayor de 45 años, para los que el precio no es una barrera. Los jóvenes, en cambio, no tienen para pagarse la entrada y son los primeros que abandonan. Disminuye su afluencia, seriamente afectados por su elevado precio. En la actualidad, el público se ha transversalizado, hay de todas las edades y clases. El centro comercial atrae a un público interclasista –inmigrantes, jóvenes, mayores...– mientras hay dinero». Y si a esto añadimos, como subraya el profesor García Santamaría, «que España, al contrario que otros países de la UE, ha prestado poca atención a la digitalización de sus salas y a la proyección en 3D y que sufre, además, el terrible mal de las descargas ilegales y la “piratería”, el futuro de la exhibición en sala continuará su declive imparable y verá disminuida su importancia como ventana de explotación». Y concluye: «Yo creo que la exhibición, tal y como la conocemos, va a desaparecer. En el futuro, quedará sólo para una élite económica y cultural, una minoría pudiente que pueda pagarse el precio de las entradas. El cine se verá en casa con aparatos cada vez más potentes».

La industria, en cifras

España representa el 10% de la taquilla de la UE y el 15% de sus pantallas.

En más del 40% del territorio español no existen salas para proyectar filmes.

La recesión de esta industria duró más de 30 años, desde los años 60 hasta mediados de los 90. Se pasó de 7.761 pantallas en el año 1968 a 1.773 en el año 1994

En 2005, España era el país de la UE con mayor número de multicines y en 2010, un tercio de los mayores complejos europeos estaban en nuestro país.

Actualmente, los locales con más de cinco pantallas representan más del 90% del total de pantallas y las «monosalas» el resto.

Entre el 2001 y 2011, se recaudaron más de 600 millones de euros anuales. Pero nunca se ha logrado superar la cifra mítica de 692 millones de euros recaudados en 2004.

España llegó a suponer el 13% de la taquilla europea. Ahora representa el 10%. En opinión del autor, dos tercios del total de las salas no resultan rentables.

El mercado español experimentó una mayor subida del precio de las entradas entre 2000 y 2010, con un 39,3%.