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Josep Maria Bunyol analiza en «Historias de portada» 50 películas que bebieron del mundo de la información. Cine y periodismo, «dos primos lejanos en el árbol genealógico de la narrativa», dice

Orson Welles se puso el mundo por montera en 1941 para protagonizar, dirigir, escribir y producir «Ciudadano Kane», premiada con un Oscar
Orson Welles se puso el mundo por montera en 1941 para protagonizar, dirigir, escribir y producir «Ciudadano Kane», premiada con un Oscarlarazon

Josep Maria Bunyol analiza en «Historias de portada» 50 películas que bebieron del mundo de la información. Cine y periodismo, «dos primos lejanos en el árbol genealógico de la narrativa», dice.

Policía, gánster, soldado, «cowboy», personaje histórico, superhéroe... y periodista. Un arquetipo más del «star-system» norteamericano. Casi igual que un caballero andante, el cine ha tomado a los informadores como protagonistas y secundarios de sus tramas. «Ciudadano Kane» (1941), «El cuarto poder» (1952), «El hombre que mató a Liberty Valance» (1962), «Network» (1976), «Superman» (1978), «La verdad sobre el caso Savolta» (1980), «Zodiac» (2007), «Spotlight» (2015)... Decenas de casos en los que periódicos, revistas, radios o televisiones toman el primer plano. Josep Maria Bunyol reúne ahora algunas de ellas en «Historias de portada. 50 películas esenciales sobre periodismo» (Editorial UOC). «He escogido éstas, pero podían haber sido unas cuantas más, 70 u 80», reconoce.

No hay pueblo del «far west» que, junto al saloon y el cuartel del «sheriff», no cuente con un periódico local: «Una de las instituciones fundacionales de los primeros núcleos de población establecidos por los colonos en el Lejano Oeste», escribe Bunyol. Incluso un hombre que se movía bien por esos lares, con ADN de «cowboy» como John Wayne, hizo de cámara de un servicio de noticieros cinematográficos a quien en «I Cover the War» (1937) envían de la Guerra Civil española a un enfrentamiento en África. Y, como él, otros tantos: Charles Chaplin, Gregory Peck, Spencer Tracy, Katharine Hepburn, Humphrey Bogart, Russell Crowe... Uno a uno han ido equiparando sus papeles con el de «un hombre de ley –explica Bunyol–. A un periodista, siempre que hablamos de los buenos, se le presupone cierta capacidad de acción y la voluntad de deshacer entuertos. Honestos y comprometidos, hacen saltar una trama, son activos, denuncian miserias y abusos en la sociedad... Por todo ello son tan atractivos para la ficción. Se les puede comparar con un solucionador de conflictos a la altura de abogados, médicos o policías». Tomando, el periodista, casi la función de detective privado y afín tanto a chocar con los agentes, por tener intereses opuestos, como a ir de la mano de los mismos, sirva el caso de «Zodiac».

Aunque haber manoseado bien el tema no ha librado a Hollywood de recurrir a los tópicos que ha ido repitiendo desde sus inicios. Buen muestrario son los apenas trece minutos de «Charlot, periodista» (1914): «La sed de sensacionalismo, la competitividad y la falta de escrúpulos por llegar el primero», enumera el autor. Métase también en el grupo el «¡extra, extra!» y el redactor de pitillo incombustible y «whiscazo» en mano. Al igual que la figura del editor o director, «siempre protector y paternalista con sus trabajadores».

Función sintáctica

Y si es fácil caer en etiquetas también lo es utilizar el mundo de la información de recurso para avanzar una historia o darle ritmo a la película. «Ha llegado a cumplir una función sintáctica», cuenta Bunyol. Chicos voceando titulares en la calle, pilas de ejemplares cayendo oportunamente para que sus páginas sean leídas en un determinado momento, rotativas a mil por hora para sacar el bombazo, la voz del locutor de radio o televisión dando la noticia clave al conectar el aparato –«ya es casualidad»–... «Sea cual sea el recurso, pocas elipsis permiten transmitir simultáneamente tanta información sobre hechos sucedidos fuera de campo», recoge el libro.

¿Otros recursos tópicos? Los enloquecidos reporteros, alcachofa en mano, sedientos por sacar la frase del protagonista a la salida del juzgado o los «foteros», armados con sus cámaras, disparando ráfagas para captar «el momento». Situaciones que «sirven para enfatizar las molestias sufridas por la figura principal». El acoso de la sociedad simbolizado en una profesión. En lo que Josep Maria Bunyol encuentra una visión «plana y superficial» de cualquier historia, pero que, sin embargo, también se repite en las tramas meramente periodísticas, donde los compañeros del honesto y sensible protagonista se presentan como un «pelotón dispuesto a atacar». «Ni siquiera en las películas centradas en la profesión se da buena imagen del gremio en conjunto», cierra.

Un aspecto curioso –o delatador– observando el constante intercambio de una industria a otra, es en el apartado de guionistas: las limitaciones del cine mudo –época en la que todavía no había explotado el «boom» periodístico delante de cámara– obligaron a las productoras a buscar gente sintética y que supiera de concreción para que los rótulos no «marearan» demasiado al espectador. Por lo que los redactores encontraron en los intertítulos, que suplían la falta de sonido, su acomodo y paliaban así las carencias a las que los exagerados gestos de los actores no podían llegar. Conocido es el telegrama que en 1926 el informador Herman J. Mankiewicz –futuro coguionista de «Ciudadano Kane»– le manda a su colega de profesión, también dramaturgo, novelista y, a la larga, pionero en ganar el Oscar al Mejor Guión en 1928, Ben Hecht, el «Shakespeare de Hollywood»: «¿Aceptarías ganar 300 dólares a la semana trabajando con Paramount Pictures? Todos los gastos pagados. Aquí hay millones esperándote y tus únicos competidores son idiotas. No te lo pienses». Y no se lo pensó. Un cambio que normalmente solo llevó una dirección, Prensa-cine, pero que en contadas ocasiones ocurrió al contrario, caso de la actriz y estrella de serie B Elaine Shepard.

Bunyol aclara: «Al final, y siempre teniendo en cuenta el género, son dos aproximaciones fieles a la realidad». Dos maneras de contar una historia en la que tanto cineastas como periodistas deben ser buenos narradores: el arte de contar las cosas. «Primos lejanos en el árbol genealógico de la narrativa», como se les llama en el libro en el que su autor traza similitudes: «Para ser honesto, el informador debe ser consciente de aquello que el cineasta tiene claro desde los inicios del medio, que es que en sus historias siempre filtrará una visión personal». Cine y periodismo de autor. «Para muchos espectadores lo importante de un programa de televisión no es qué se cuenta, sino quién lo cuenta. Ese aporte de personalidad no es necesariamente negativo», completa.

Aun así, la Corte Suprema de Estados Unidos dejó claro en 1915 que los medios y lo que se ve delante de la cámara son dos mundos diferentes, quitando al cine del «paraguas de la libertad de Prensa», presenta Bunyol sobre el pleito que dio pie a la norma entre la Mutual Film Corporation y la Comisión Industrial de Ohio: «No se puede perder de vista que la exhibición de películas es pura y simplemente un negocio originado y conducido a generar un beneficio como otro tipo de espectáculos, y en ningún caso pretende ser considerado por la Constitución de Ohio como parte integrante de la Prensa del país o de los órganos de opinión pública. Son meras presentaciones de hechos», rezaba la sentencia. Y que así siga.