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Festival de Cannes

James Franco y Guillaume Canet: duelo de egos

Zoe Saldana, Guillaume Canet y Marion Cotillard
Zoe Saldana, Guillaume Canet y Marion Cotillardlarazon

El actor y director francés Guillaume Canet se estrena al frente de un largometraje en inglés con "Blood Ties"

Parece que Marina Abramovic dirigirá un documental sobre James Franco para demostrar por qué cree que es el actor más fascinante del momento, «aunque a veces se equivoque» (sic). Según la diva multimedia, a Franco le interesan más los procesos que los resultados. Quizá ese es el motivo por el que, tengan cuidado, pueden encontrárselo hasta en el gazpacho. Vayan a una galería de arte y allí estará. Entren en una librería y habrá escrito la mitad de las novelas expuestas en el escaparate. Prueben en el festival de Cannes y se toparán de morros con su ópera prima, nada más y nada menos que una adaptación de «Mientras agonizo», la polifónica obra maestra de William Faulkner, compitiendo en la sección «Una cierta mirada». En la jornada más decepcionante de lo que llevamos de certamen –con la digna excepción de «Le dernier des injustes», el retrato documental que Claude Lanzmann ha dibujado de Benjamin Murmelstein, el último presidente del Consejo Judío del gueto de Terezin (Checoslovaquia)–, en la que todo parecía ocurrir fuera de competición, el ambicioso salto mortal de James Franco se saldó con discretos aplausos.

Faulkner, a la gran pantalla

Cualquiera con dos dedos de frente habría desistido ante tamaño delirio. ¿Un texto con quince narradores distintos, mezclando sus monólogos interiores como en la cabeza de un esquizofrénico? La quinta novela de Faulkner pertenece a esa categoría de libros inadaptables que el cine acaricia –Sean Penn quiso convertirla en película, con él y Jack Nicholson como protagonistas– como un deporte de riesgo. Franco, que la leyó cuando era adolescente obligado por su padre, aborda esta compleja empresa intentando reproducir la sinfonía de voces de Faulkner con el uso persistente de la pantalla partida. Aunque parece que haya visto demasiadas veces «La soledad», su manejo de lo que Jaime Rosales denominó la «polivisión» consigue un efecto interesante, como si el flujo de conciencia faulkneriano consiguiera multiplicar las perspectivas de la imagen, enseñar su anverso y su reverso.

La historia es simple y conocida: una familia de granjeros emprende un viaje para enterrar a la madre. La absoluta desintegración de los Bundren es contemplada por Franco con un insólito respeto a la letra, convirtiendo el trayecto en una densa, demasiado pretenciosa, reflexión sobre la muerte y sus tenebrosos ecos en los vivos. Se nota que el actor está encantado de conocerse: uno de los defectos más visibles de «Mientras agonizo» es su interpretación, de un narcisismo que devora la humildad desolada de lo que cuenta. En este suicida «egotrip» lo acompaña una pandilla de actores que equilibran su exceso de protagonismo con una modestia admirable.

Y hablando de «egotrips», Guillaume Canet no se queda corto en «Blood Ties», también fuera de concurso. En su primera experiencia americana y su cuarta como director, el actor francés ha reclutado a un reparto de lujo (Clive Owen, Billy Crudup, James Caan, Marion Cotillard, Zoe Saldana) para imitar «el cine que siempre me ha inspirado, el de los setenta». Precisemos: el cine de los setenta pasado por el filtro de James Gray, que oficia como productor y coguionista. En realidad la sombra del autor de «Two Lovers» es tan alargada que «Blood Ties» podría considerarse una fusión de «Little Odessa» y «La noche es nuestra». De la primera hereda el tono elegíaco y el retrato de la metrópolis neoyorquina de la época («Era muy distinta de la de ahora», explicó Canet en rueda de prensa, «había basura por todas partes»). De la segunda, el examen de la relación entre dos hermanos en lados opuestos de la Ley. Gray sabe transformar los clichés del policiaco de los setenta en la materia prima de una tragedia griega. Canet se queda siempre a las puertas, sin trascender los estereotipos. En «Blood Ties» son más importantes la selección de canciones del periodo, que saturan la banda sonora, y el detallismo del vestuario y la dirección artística que la construcción de los personajes –el criminal interpretado por Clive Owen es antipático y unidimensional– o la intensidad dramática de sus conflictos, completamente inexistente. Las dos horas y veinte de metraje revelan la megalomanía de Canet, que, por desgracia, no se ha percatado de que sólo ha hecho una mala película de James Gray.

Abucheos justos para Takashi Miike

¿Por qué una película tan prescindible como «Shield of Straw», de Takashi Miike, ha sido seleccionada a concurso en Cannes? Hay cineastas que parece que estén en nómina en el festival, pero no es su caso. A un filme de los Coen es difícil hacerle ascos, pero a uno de Miike, que puede llegar a rodar hasta cinco al año, es fácil decirle que no, sobre todo si se cuenta entre lo peor de su prolífica carrera. ¿Quizá Cannes necesita justificar su cuota de cine de género? La premisa de «Shield of Straw» es atractiva: un millonario pone precio a la cabeza del asesino de su nieta de siete años, convirtiendo a todo japonés viviente en potencial homicida. Las tribulaciones de un grupo de policías para trasladar sano y salvo al psicópata hasta Tokio ocupan dos horas de metraje poco menos que grotescas. Actores ridículos, diálogos y situaciones risibles y una resolución tan épica como derivativa fueron celebrados por la Prensa con abucheos justos y unánimes.