Crítica de cine

"Joker": Yo soy la venganza

"Joker": Yo soy la venganza
"Joker": Yo soy la venganzalarazon

Es significativa la polémica que ha generado «Joker» entre parte de la crítica norteamericana, que la ha calificado como una película moralmente irresponsable por convertir a un «lobo solitario», un justiciero urbano con evidentes tintes psicopáticos, en el líder de una revolución popular.

Dirección: Todd Phillips. Guión: Todd Phillips y Scott Silver. Intérpretes: Joaquin Phoenix, Robert de Niro, Zazie Beetz, Frances Conroy. EE UU, 2019. Duración: 121 minutos. Drama.

Es significativa la polémica que ha generado «Joker» entre parte de la crítica norteamericana, que la ha calificado como una película moralmente irresponsable por convertir a un «lobo solitario», un justiciero urbano con evidentes tintes psicopáticos, en el líder de una revolución popular. Parece que volvemos a las viejas discusiones que tachaban a Harry Callahan y Charles Bronson de fascistas, que demonizaban «A la caza» como manifiesto homofóbico, o que criticaban la oscura ambigüedad moral del Travis Bickle de «Taxi Driver». Es en la obra maestra de Scorsese, y no en la invasión del cine de Marvel y DC, donde se refleja a conciencia la notable película de Todd Phillips. Al hacerlo, complementando su juego de espejos con «El rey de la comedia», se condena a ser en exceso derivativa, pero a la vez plantea un debate interesante al comparar los convulsos y permisivos setenta con un momento en el que las líneas que delimitan lo decible acortan cada vez más su perímetro de tolerancia, poniendo aún más en crisis la validez de consensos éticos entre ideologías en apariencia opuestas. La dimensión política de «Joker» se hace evidente cuando Phillips sitúa la cinta en 1981, el año en que Ronald Reagan se convirtió en presidente de los EE UU. Reagan o Trump son intercambiables en una sociedad enfadada, a punto de estallar. No quiere decir que esa perspectiva sociopolítica no exista en otras películas del género, pero «Joker» parece interesada en contradecir incluso el libro de estilo de las formas supervillanescas. En esta aproximación «vintage» a la relación entre cine y cómic se descartan los efectos digitales y se apuesta por un realismo sucio, sórdido, que sirve como caldo de cultivo para que Joaquin Phoenix construya el personaje de marginado social, de invisible moldeado por el sistema, de un modo completamente original. Así, Phoenix es co autor de la puesta en escena: armado con su perturbador catálogo de risas, hundido en sus delirios de convertirse en cómico de escenario mientras se maquilla para ser payaso-anuncio, controla hasta tal punto la gestualidad de su personaje, la manera en que físicamente se relaciona con el espacio fílmico, que acaba por diseñar con su soledad, sus bailes y su violencia extrema el ritmo de cada secuencia. Al final, Joker es un revolucionario a su pesar, es el líder del caos gracias a la acción externa de los medios. Es, un poco, como el Charlie Chaplin de «Tiempos modernos», que acaba siendo cabecilla de una manifestación obrera por casualidad. La diferencia estriba en que Joker no irá a la cárcel, y es un asesino.