Crítica de cine

«Kingsman, el círculo de oro»: Espías de punta en blanco

La Razón
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Director: Matthew Vaughn.

Guión: Jane Goldman, M. Vaughn y M. Millar.

Intérpretes: Taron Egerton, Colin Firth, Julianne Moore, Pedro Pascal... Gran Bretaña - EE. UU. 2016.

Duración: 141 min.

Sin información previa, por la secuencia de arranque podríamos pensar que Guy Ritchie ha estado haciendo horas extras mientras rodaba «El rey Arturo». Todo queda entre colegas: Matthew Vaughn fue el productor de «Lock & Stock» y «Snatch», de modo que la coreografía de cámaras lentas, rápidas, patadas y persecuciones es marca de la casa. Si «Kingsman: Servicio secreto» secuestraba al género de espionaje en una telaraña de guiños posmodernos, su secuela repite fórmula subrayando la inconsistencia en el tono y los personajes. De la abierta autoparodia afín a la hipérbole de la novela gráfica y a los gags redundantes (demasiado Elton John) se pasa a la camaradería masculina con ínfulas dramáticas, como si en algún momento Vaughn quisiera aparentar que le importa qué le ocurre a un espía de a pie cuando pierde casa, amigo y mascota. Está fuera de lugar pedirle a una película como esta un mínimo de verosimilitud emocional, pero sí un cierto rigor a la hora de apostar por el delirio. Vaughn se conforma con organizar esta ínfima secuela alrededor de secuencias casi autónomas que le permiten justificar un rutilante reparto de estrellas invitadas, como si se tratara de una antigua película de catástrofes, y la (esperada) resurrección de Colin Firth. Por otro lado, pueden sacarse interesantes conclusiones ideológicas de «Kingsman. El círculo de oro», sobre todo si atendemos a los dos villanos de la función. La mala, malísima Poppy es la reina del narcotráfico mundial, que se ha construido su paraíso en la selva camboyana a imagen y semejanza de su fetichismo por la América de los cincuenta, y que Julianne Moore interpreta como una parodia de las amas de casa (im)perfectas que clavó en «Lejos del cielo» y «Las horas». El malo, malísimo, es nada más y nada menos que Donald Trump, aunque nunca, por supuesto, es citado por su nombre. Lo más curioso es que lo que se traen entre manos –una, propagar un virus mortal para todos los que se drogan, en la más amplia acepción del verbo, para conseguir la legalización de cualquier sustancia psicotrópica con las que trafica y consolidar su imperio financiero; el otro, aprovecharse de ello para acabar definitivamente con todos los terrestres (que son muchos) que considera una enfermedad para el mundo– parece tener como objetivo lapidar la figura del presidente republicano, aunque la película no tarda en dar marcha atrás para matizar sus ataques, proponiéndose, en clave pop, como campaña nada encubierta contra el consumo de drogas. En unos tiempos en los que el comentario político, más o menos velado, se le presupone incluso a los «blockbusters» más estúpidos, es significativo que este «Kingsman» no se atreva a llevar más lejos su premisa. La cuestión es nadar y guardar la ropa, no sea que el próximo presidente sea cinéfilo y republicano moderado.

LO MEJOR

La secuencia del teleférico desbocado y las muecas neuróticas de Julianne Moore

LO PEOR

Basta ya de guiños posmodernos y (falsos) mensajes progresistas