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«Remember»: Atom Egoyan exprime la memoria

La magnífica actuación de Christopher Plummer sobresale en «Remember», la cinta que defiende el director canadiense de origen armenio en la Mostra de Venecia

El director Atom Egoyan (segundo por la izquierda), junto a los veteranos actores (de izquierda a derecha) Heinz Lieven, Bruno Ganz y Jurgen Prochnow, ayer en Venecia
El director Atom Egoyan (segundo por la izquierda), junto a los veteranos actores (de izquierda a derecha) Heinz Lieven, Bruno Ganz y Jurgen Prochnow, ayer en Venecialarazon

La magnífica actuación de Christopher Plummer sobresale en «Remember», la cinta que defiende el director canadiense de origen armenio en la Mostra de Venecia

No es la primera vez que el canadiense Atom Egoyan aborda el tema de la memoria histórica en relación al exterminio de un pueblo. Lo hizo en «Ararat» con el genocidio armenio –del que se cumplen ahora cien años– y lo hace en «Remember», que ayer se presentó a concurso en la Mostra, con el Holocausto. La presencia de Christopher Plummer en ambas películas tiende un puente más en una obra que, pese a su tremenda irregularidad –Egoyan lleva más de una década sin dar pie con bola, a pesar de que los festivales internacionales sigan invitándole a competir–, retoma las mismas obsesiones –la incomunicación, el peso del pasado, la presencia de un personaje-demiurgo que funciona como alter ego del cineasta– una y otra vez. Y aunque «Remember» sea un filme fallido, incluso torpe, no está exento de interés.

Plummer, que bien podría llevarse la Copa Volpi al mejor actor, interpreta a un superviviente del Holocausto que sufre de alzhéimer. Cuando enviuda, un compañero (Martin Landau) de la residencia de ancianos en la que vive le entrega una carta que le encomienda una misión: encontrar al nazi, vivo y residente en América, que mató a toda su familia en Auschwitz. No es la primera vez que Egoyan habla de las consecuencias de un trauma («El dulce porvenir») ni de la humanidad del monstruo («El viaje de Felicia»). «Cualquier ser humano es capaz de hacer cualquier cosa, y eso es horrible», aseguró Egoyan a este periodista. «El mal es algo que puede ser ignorado, hemos visto muchos casos en los que la gente no puede creer que su vecino de al lado es un monstruo. Una persona que ha hecho cosas terribles puede borrarlas de su experiencia». En una ingeniosa argucia de guion, Plummer es como el protagonista de «Memento»: en su viaje a los infiernos de la venganza, en muchas ocasiones tiene que releer la carta para recordar cuál es su meta. Es una marioneta, un personaje que reescribe otro. Y los sucesivos candidatos a nazi que encuentra en su camino han tenido que crearse otra identidad para vivir una vida normal.

Sobre el papel, este «thriller geriátrico», tal y como lo define Egoyan, tiene un indudable interés. Plantea una manera de lo más singular de abordar el legado del Holocausto utilizando como portavoces a los últimos supervivientes que aún no han muerto. Sin embargo, la odisea de Plummer, que atraviesa América de punta a punta sin que nadie lo localice, es completamente implausible. ¿Es posible que alguien con demencia senil coja trenes, autobuses y compre armas sin desfallecer, sin perder el norte en los momentos más críticos? ¿Es creíble que pueda entrar en Canadá con el pasaporte caducado? La trama tiene tantos agujeros como la memoria del protagonista. No desvelaremos el final sorpresa, que como en el cine de Shyamalan, aspira a subvertir el sentido moral de la historia, aunque no creo que pasara la prueba del algodón si la sometemos a la lógica interna del resto del metraje.

Es curioso que, a un cineasta que siempre había procurado cuadrar las piezas de sus complejos puzles, le importen tan poco los graves problemas de guión de «Remember». También resulta bastante extraño que la elegancia formal de la primera etapa del cine de Egoyan, con películas como «Exótica» o «El dulce porvenir», haya pasado a la historia de forma tan radical. «Remember» es de una tosquedad insólita, y aunque Egoyan la justifique apelando al realismo y la inmediatez, no se entiende su acabado televisivo y desmañado, con un clímax final que parece rodado por un principiante. Por otro lado, a veces la rudeza de la puesta en escena, la propia suciedad de la imagen, juega a favor de lo que cuenta la película, y remata la atmósfera hostil, irrespirable y desubicada en la que vive el protagonista. En ese sentido, hay una escena verdaderamente antipática –el encuentro de Plummer con un policía neonazi en un hogar sórdido y oscuro– que podría dar la medida del potencial desaprovechado de una película que, eso sí, tiene la suerte de acoger en su seno a un actor como la copa de un pino.

El director de la Mostra, Alberto Barberà, no se ha cansado de repetir estos días que el futuro está en el cine latinoamericano. Tal vez pueda considerarse una actitud paternalista hacia un cine que hace años que es algo más que emergente. Lo cierto es que, repartidas por todas las secciones, pueden encontrarse películas chilenas, argentinas, brasileñas, mexicanas e incluso venezolanas, como es el caso de «Desde allá», de Lorenzo Vigas, que ayer competía en sección oficial. El gentilicio que utiliza Barberà, «latinoamericano», es equívoco, porque anula las particularidades de cada país, pero tiene su razón de ser. Da la impresión que el cine del Cono Sur ha encontrado una fórmula para hacerse un hueco en el mar de tendencias del cine contemporáneo, y que la está explotando sin importarle la temática que aborda. Es la fórmula elusiva, elíptica, que pusieron de moda, por poner sólo tres ejemplos, Carlos Reygadas, Lucrecia Martel y Pablo Larraín. Pero, como toda fórmula, ésta tiene sus limitaciones.

Cuando vemos aparecer al actor fetiche de Larraín, Alfredo Castro, especializado en personajes siniestros y hieráticos, sabemos de qué palo irá «Desde allá». Planos largos, silencios sepulcrales, violencia soterrada (y no tanto) dominarán el metraje. La historia de dependencia emocional, mezclada con la fascinación (y el odio) por la figura paterna, entre un hacedor de prótesis dentales (Grande) y un «ragazzo di vita» de las calles de Caracas funciona como transparente metáfora de la explotación de los ricos (retorcidos, pérfidos, opacos) sobre los pobres (puros, desprotegidos, abiertos al mundo). El problema de «Desde allá» es que, sometida a la fórmula química de cierto cine de autor que triunfa en festivales, está sofocada por el cálculo, y parece que sus giros de guión no están justificados desde el punto de vista dramático, y que existen únicamente para desencadenar una tragedia que se nos sirve en frío, sin alma.

De Manresa a Los ángeles, vía Youtube

Han pasado tres años desde que David Victori, nacido en Manresa hace 33 años, ganara el concurso convocado por la plataforma YouTube y la productora de Ridley Scott, Scottfree, para realizar una webserie por medio millón de dólares. El resultado, «Zero», que se proyecta hoy en Venecia en forma de corto de treinta minutos, y que en la web podrá verse dividido en cuatro capítulos, lidia con los temas de la culpa y la redención en un mundo que está perdiendo la fuerza de la gravedad. «Esta idea es la que les pareció más novedosa, y lo cierto es que ha sido un lujo trabajar el guión con gente de primer nivel», comenta Victori, que ya tiene próximo proyecto firmado con Filmax, «Cross a Line», a rodar en Los Ángeles, donde vive. Después de varios años trabajando como asistente de Bigas Luna y una trayectoria en el cortometraje, Victori confía en arrancar una larga carrera.