Crítica de cine

«Rey arturo: La leyenda de Excalibur»: Juego de tronos

La Razón
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► Dirección: Guy Ritchie

► Guión: J. Harold, L. Wigram, D. Dobkin y G. Ritchie

► Intérpretes: Charlie Hunnam, Jude Law. EE. UU.- Gran Bretaña, 2017

► Duración: 126 minutos.

► Aventuras

Si «Transformers: El último caballero» empieza precisamente con una reinterpretación del mito del Rey Arturo, Guy Ritchie le toma la palabra a Michael Bay y convierte esa relectura en materia y forma de su nueva batidora audiovisual. A los fans de «Juego de tronos» no les resultará ajena la imaginería propia de la fantasía heroica televisiva, con elefantes gigantescos y seres pulposos convirtiendo el mito artúrico en una versión atronadora de una obra de Shakespeare –traición entre hermanos, el poder como cáncer moral–, una revisión macarra de los orígenes del trauma del Batman de Nolan, un homenaje de mal gusto a las creaciones de Ray Harryhausen y una carta de amor garabateada e ilegible a Peter Jackson. El espectador puede tener la impresión de contemplar el mal viaje de un videojockey que no se ha tomado la medicación para controlar su trastorno de déficit de atención: la espídica conversión del futuro Rey Arturo, de huérfano criado por unas prostitutas a Errol Flynn de sensibilidad ninja y peinado engominado a lo Beckham (que tendrá su propio cameo), abisma cualquier empatía por su dimensión de héroe obrero que debe descubrir su sendero de gloria a través de una serie de pruebas mágicas que ni Frodo en la Tierra Media.

El problema de «El rey Arturo» no son sus anacronismos, totalmente lícitos, ni su gratuita espectacularidad, fragmentada hasta el vómito. El problema es que Ritchie quiere adaptar sus chascarrillos sobre la camaradería masculina, tan presentes en las películas que le hicieron célebre en los noventa (las lamentables «Lock & Stock» y «Snatch»), y sus trucos narrativos –especialmente las microhistorias que se abren camino a hachazos a base de «flashbacks» y «flashforwards» entremezclados como agua y aceite en medio del asfalto–, repetidos hasta lo ininteligible, en una película que no entiende que la épica, para ser del todo eficaz, también necesita meditar y reposar. Parece que, después de la elegante frivolidad de la sorprendente «Operación U.N.C.L.E», Ritchie ha vuelto a la fase anal de su estilo, en la que aún está dirimiendo el control de sus esfínteres mentales. Su incontinencia formal impide que el filme vaya más allá de sus digresiones, acorte sus velocidades, aclimate su arbitraria tendencia a la (auto)cita y aproveche las cualidades de su protagonista, el Charlie Hunnam de «La ciudad perdida de Z». Solo Jude Law, que encarna a Vortigern, el rey que ocupa injustamente el trono de Inglaterra dejando un reguero de sangre familiar a sus espaldas, parece tomarse en serio la intermitente filiación shakesperiana de su personaje, el único consistente de toda la función.

Lo mejor

Jude Law, que lleva al Shakespeare más sangriento corriendo por sus venas

Lo peor

Que Ritchie haya abortado la interesante línea de trabajo de «Operación U.N.C.L.E»