Crítica de cine

«The disaster artist»: Genios a su pesar

«The disaster artist»: Genios a su pesar
«The disaster artist»: Genios a su pesarlarazon

James Franco. Guion. Scott Neustadter y Michael H. Weber, sobre el libro de G. Sestero y T. Bissell.James Franco, Dave Franco, Seth Rogen, Alison Brie. EE UU, 2017. 104 min.

Lo que más llama la atención de «The Disaster Artist» es la ambivalente relación que James Franco mantiene con Tommy Wiseau. Por un lado, no es extraño que quien se atreviera a debutar en la dirección con sendas adaptaciones de «Mientras agonizo» y «El ruido y la furia», inadaptables novelas de Faulkner que cualquier hombre sensato habría dejado por imposibles, admire la determinación de Wiseau, su quijotesca prepotencia puesta al servicio de aquello en lo que más cree, su sueño de convertirse en cineasta, aunque sea a costa de sacrificar el sentido del ridículo que nunca ha tenido. En los primeros minutos de la proyección de «The Room», la cara de Franco en la piel de Wiseau debía de ser parecida a la suya cuando leyó las críticas, mayormente devastadoras, a sus profanaciones faulknerianas. Por otro lado, da la impresión de que, por muy brillante que sea su interpretación, a veces está riéndose de él, lo utiliza como chivo expiatorio para distanciarse de su «frikismo» (algo que, por ejemplo, nunca hacía Johnny Depp con Ed Wood, azuzado por la humildad embelesada de la mirada de Tim Burton) y convertirle en protagonista de una versión extendida de un sketch del «Saturday Night Live». Solo cuando aparece una fugaz sombra melancólica en su estudiada imitación gestual, Franco conecta con el misterio del personaje, que, por otra parte, la película fomenta al no confirmar ni desmentir sus datos biográficos, al no explicar su manera de relacionarse con el mundo si no es en el rodaje de «The Room» o con su amigo del alma, Greg Sistero (Dave Franco). Habría sido interesante que «The Disaster Artist» llevara a su terreno las involuntarias transgresiones de puesta en escena de «The Room» a la estética de la película, que no puede ser más convencional. Al fin y al cabo, Franco no hace más que copiar las hilarantes marcianadas de Wiseau para buscar la misma complicidad con el público que ha convertido a «The Room» en rentabilísimo título de culto. Más que en experimentar con las formas del cine basura, Franco parece más interesado en explorar la vertiente «bromantic comedy» de la trama, en la línea del cine de Judd Apatow. Después de todo, lo que nos explica es la historia de amor platónico entre dos hombres, con sus escenas de celos y reconciliación, con sus reproches y sus rupturas, una especie de «Te quiero, tío» metacinematográfico que, al menos para Franco, ha conseguido su paradójica función: gracias a una de las peores películas de la historia, puede conseguir una nominación al Oscar.