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Todos quieren conocer a Julita

Salmerón homenajea a su inclasificable madre en el documental «Muchos hijos, un mono y un castillo»

Todos quieren conocer a Julita
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Salmerón homenajea a su inclasificable madre en el documental «Muchos hijos, un mono y un castillo».

Empezaremos por una pregunta no tan obvia como pudiera parecer: ¿quién es Julita? Gustavo Salmerón no necesita pensar mucho la respuesta, al fin y al cabo es su hijo: «Julita es una mujer muy poliédrica, una niña a sus 82 años, pero también muy formada y adulta por otra parte; esto hace que vea el mundo de manera particular, disparatada, aunque con los pies en la tierra, española y la vez universal, con grandes contrastes como el día y la noche, que siempre te está sorprendiendo». ¿Está claro? No, no lo está, porque Julia Salmerón no es fácil de catalogar ni siquiera una vez visto el documental familiar «Muchos hijos, un mono y un castillo».

Este trabajo, una rareza a medio camino entre «Carmina o revienta» (Paco León, 2012), «El desencanto» (Jaime Chávarri, 1976) y «Un instante en la vida ajena» (Javier Rioyo, 2003), es ya uno de esos fenómenos «indie» que el cine español proporciona de tanto en tanto. Todos quieren conocer a Julita. El público del Festival de Karlovy Vary (República Checa) fue el primero en ser presentado a esta madre capaz de decir uno y su contrario en una misma frase, planificar su entierro, comprar y vender un castillo y mortificar con un tenedor extensible a su marido. «Al final de la proyección, la sala entera se puso en pie, aplaudiendo quince minutos seguidos, sin exagerar. Ahí todo cobró sentido», señala Gustavo Salmerón.

14 años de rodaje

Se refiere a los 14 años que ha tardado este proyecto en ver la luz. Y es que el tiempo mismo, su paso sobre su familia y la matriarca, es una esencia fundamental de este documental que empezó a gestarse el día en que Salmerón enfocó con una cámara doméstica a su madre: «Sentía un impulso muy fuerte por registrar su vida y compartirla, pero no sabía de qué manera. Pensé que con este material había una gran película porque tenía a una gran protagonista. Y luego iban sucediendo hitos en la familia y la historia de España que han ido ayudando a estructurar la película». La abdicación del Rey, la crisis... Todo pasado por el tamiz entre jocoso y macabro a veces de una mujer que no se despeina en confesar su amor de juventud por José Antonio Primo de Rivera al tiempo en que come unas galletas María o busca las vértebras de la abuela, perdidas desde tiempo inmemorial en el caos propio de Diógenes de Julita.

Dos años de montaje completaron esos casi tres lustros de grabación que para Salmerón suponen, mediante la comedia, «una catarsis familiar y personal. Aunque te expongas a parcelas privadas, es un placer poder compartirlo y airear los trapos sucios». Pero la melancolía, «como en las buenas comedias», acota el director, salpica este retrato familiar en el que el concepto de decadencia está siempre de fondo. «Se reflexiona sobre la pérdida de los sueños (el título alude a los de Julita en su juventud), el desgaste del tiempo, la dificultad para desligarte de los objetos...» La vida misma, aunque, eso sí, pasada por el filtro de Julita.