Festival de San Sebastián

Un final ligeramente absurdo

Un final ligeramente absurdo
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Con la proyección de «El cartero de las noches blancas», de Andrei Konchalovsky, premiada en los festivales de Venecia y Las Palmas, y los correspondientes premios, ha terminado esta edición. En Oviedo, casi nadie sabía que se celebraba un festival. Esos mismos que no lo sabían, conocían que el pasado viernes comenzaba la Semana Negra de Gijón. Lo triste es que la directora, Ana María Álvarez Muriel, ha corrido personalmente con la mayor parte de los gastos del certamen. Absurdo, como que se anuncien por las calles las óperas del próximo mes y no la cita cinematográfica. Absurdo como esa sección de cine y arquitectura con arquitectos que no critican las limitaciones del teatro Campoamor, típica construcción del siglo XIX con más de cien butacas ciegas (desde las que no se ve nada).

Palmarés también absurdo, en el «cine que viene», con menciones a mejor actriz, actor y músico de algunas de las peores películas del festival: «El violín de piedra», de Emilio Ruiz Barrachina, y «Los héroes del mal», de Zoe Berriatúa. Cuatro premios del jurado: mejor largometraje para «A primera vista», de Daniel Ribeiro, película brasileña muy correcta distinguida en Berlin y otros festivales y cuyo estreno en las salas españolas se anuncia para la próxima semana.

El premio al mejor director -parece una broma de mal gusto- ha sido para Ruiz Barrachina por ese desastre de película llamado «El violín de pìedra». El de dirección artística fue a la libanesa «Ghadi», que no está mal, lo que resulta ridículo es el premio especial del jurado a la mejor fotografía para Benoît Deble por «Todo saldrá bien», de Wim Wenders, cuando se trata de una película oscurísima donde no se ve nada. De este año, cintas no premiadas como «Los límites del cielo», de Israel González, o «Seis y medio», de Julio Fraga, resultan más destacadas y recomendables.


Una lástima que Oviedo dé la espalda a todo cuanto no sea ópera, que -como es sabido- se trata de un espectáculo multitudinario con más fans que el fútbol. Al menos, es lo que deben de pensar el millar de personas que caben en el teatro.