Toros

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¿Cómo murió en realidad Manolete?

Tras su terrible cogida en Linares, reaccionó a las primeras transfusiones, aunque empeoró al trasfundirle plasma noruego. ¿Fue un error médico?.

Canito retrató la cogida mortal de Manolete en la plaza de Linares
Canito retrató la cogida mortal de Manolete en la plaza de Linareslarazon

Tras su terrible cogida en Linares, reaccionó a las primeras transfusiones, aunque empeoró al trasfundirle plasma noruego. ¿Fue un error médico?.

El próximo 4 de julio se cumplirá el primer centenario del nacimiento del impar torero Manolete, y setenta (el 29 de agosto) de su trágica muerte a la edad de treinta años, la cual ha dado rienda suelta a la leyenda. Llamado en realidad Manuel Laureano Rodríguez Sánchez, la cornada que le asestó el miura Islero, de casi setecientos kilos de peso, al entrar a matar en la plaza de toros Linares, le ha erigido en todo un mito de este arte para el que tomó la alternativa el 2 de julio de 1939, en Sevilla, de la mano de Manuel Jiménez, Chicuelo.

Más allá de su invención de la «Manoletina» y de su distinción como IV Califa del Toreo, considerado como uno de los grandes maestros de todos los tiempos, sobre su inesperada muerte se ciernen todavía hoy algunas sombras de duda. Poco antes de derramar su última gota de sangre en vida, tendido en el lecho de muerte a modo de catafalco, aún tuvo fuerzas para lamentarse no por él, sino por doña Angustias: «Qué disgusto se va a llevar mi madre», susurró a quienes le atendían, impotentes para frenar la hemorragia.

Otra mujer, la de su vida, la actriz Lupe Sino, cuyo verdadero nombre era Antonia Bronchalo Lopesino, intentó acercarse al moribundo pero dicen que no la dejaron despedirse por temor a un posible matrimonio «in articulo mortis». El mundo del toreo la rechazaba; llegó a decirse incluso que era mexicana, cuando ella había nacido en Sayatón, en la provincia de Guadalajara. Los presentó, cuatro años antes, nada menos que Pastora Imperio en el madrileño bar de Perico Chicote.

Las circunstancias de la vida de Manolete, pero aún más las de su muerte, han hecho correr ríos de tinta desde entonces. Canito, el fotógrafo que tomó al torero las últimas instantáneas de su vida, se confesaba así con el ensayista Andrés Amorós: «He llorado más la muerte de Manolete que la de mi padre». Y España entera, no sólo Canito, se convirtió también en un mar de lágrimas.

La arteria femoral

Poco antes, la sangre del torero había brotado a borbotones como consecuencia de la herida infligida por el miura en el triángulo de Scarpa de la ingle derecha, la cual, más que una brecha, era un auténtico socavón de casi treinta centímetros de profundidad. La vena y la arteria femorales habían sido alcanzadas de pleno. La víctima perdió tanta sangre, que el médico Fernando Garrido dispuso con urgencia varias transfusiones. La intervención resultó exitosa, en apariencia: el matador recuperó la presión arterial, el pulso y hasta llegó a darle alguna que otra calada a un cigarrillo. Pero cuando llegó el doctor Giménez Guinea, en quien Manolete confiaba mucho, ordenó que se le transfundiera un plasma noruego. La testigo sor Anselma García Mena, enfermera del hospital, manifestó luego que «Manolete no hizo más que decir que le quitaran eso, que se iba a morir y que no veía». Instantes después, expiró. Se rumoreó así con insistencia un posible error médico: ¿fue en realidad la transfusión de un plasma noruego en mal estado, que se había cobrado ya bastantes víctimas en Cádiz tras la explosión de los astilleros, la verdadera causa de su muerte? Sea como fuere, el cronista taurino Ricardo García López nos refiere lo que pasó aquella infausta jornada en el ruedo letal de Linares. Cuando el diestro entró a matar, la pluma del cronista, disimulada con su seudónimo de K-Hito, inmortalizó así la escalofriante escena: «Manolete se perfiló a poca distancia del miura. Lió la muleta, arrastró el pie izquierdo y centímetro por centímetro fue clavando el acero en el morrillo del toro. Duró aquello demasiado: se le vieron marcar todos los tiempos de la suerte suprema. Ni entró a matar con el morlaco pegado a toriles, ni la res se le vino encima de modo que él no pudiera evitarlo. Nada de eso. Nada de eso. El toro tuvo tiempo de prenderlo por el muslo derecho. Lo elevó un palmo del suelo y Manolete, girando sobre el pitón, cayó de cabeza. Cogida sin aparato. Quedó el espada entre las patas delanteras del miura, que optó por seguir un capote. Manolete, aún en el suelo, se llevó la mano a la herida. Toreros y asistencias acudieron con toda rapidez y lo tomaron en brazos. Equivocaron el camino de la enfermería y tuvieron que rectificar. Manolete iba pálido, intensamente pálido: en la arena habían quedado dos regueros de sangre».

Y entre tanto, todavía nos preguntamos: ¿Pudo haberse salvado Manolete?