Historia

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Dos Borbones en la Guerra Civil

Enrique y Alfonso de Borbón fueron asesinados el 1 de noviembre de 1936; el ayudante del sepulturero que estaba allí relata cómo se cometió ese crimen

Retrato de Alfonso María de Borbón, primo de Alfonso XIII
Retrato de Alfonso María de Borbón, primo de Alfonso XIIIlarazon

Enrique y Alfonso de Borbón fueron asesinados el 1 de noviembre de 1936; el ayudante del sepulturero que estaba allí relata cómo se cometió ese crimen

La carnicería perpetrada al inicio de la Guerra Civil española con los hermanos Enrique y Alfonso María de Borbón y de León, primos del rey depuesto Alfonso XIII, la revivió conmigo Manuel G. Yáñez, hijo del ayudante del sepulturero de Aravaca en aquella época, médico de profesión, a principios de 2007. Antes de fallecer, el enterrador describió con toda rudeza a su hijo aquella maldita escena de carne de patíbulo; escena que Manuel, a sus sesenta y dos años, compartió generosamente conmigo como su peor pesadilla.

Manuel pertenecía a la generación de la posguerra que pudo labrarse un porvenir estudiando en la universidad; al contrario que su padre, a quien las circunstancias le obligaron, desde pequeño, a ganarse el pan diario con las manos.

–Fue terrible... –evocó Manuel entonces, con voz entrecortada.

Y enseguida recuperó el aliento, para poder proseguir:

–Aquella madrugada [del 1 de noviembre de 1936] –tragó saliva–, y muchas otras el resto de su vida, mi padre fue incapaz de conciliar el sueño. Cincelados con sangre desfilaban por su mente, como en un travelling cinematográfico, los rostros ensimismados de aquellos infelices, la pasmosa serenidad de algunos de ellos, impasibles en apariencia ante la presencia del pelotón de fusilamiento a escasos diez metros de distancia, esperando de un momento a otro la ráfaga de disparos que desvaneciera para siempre sus ilusiones terrenales... Algunos movían suavemente los labios, encomendándose a Dios entre susurros.

Minutos antes, la camioneta en la que viajaban los hermanos Enrique y Alfonso de Borbón y de León desde la cárcel de Ventas se había detenido en diagonal ante la puerta del cementerio de Aravaca para alumbrar con sus faros la parte central del camposanto, donde fueron colocados los presos maniatados con bramante. Había treinta y uno en total; otro más, Francisco Gallego, había sido fusilado en el mismo patio de la cárcel al negarse a subir a la camioneta.

–La orden –interrumpí yo, tratando de reconstruir la matanza desde el principio– partió del director general de Seguridad, Manuel Muñoz, tan sólo unas horas antes.

En los gestos de mi interlocutor advertía aún la emoción y el horror, transcurridos setenta años de ese horrible crimen cometido la madrugada del 1 de noviembre de 1936, al que siguieron dos expediciones más de reclusos procedentes de la prisión de Ventas los días 1 y 3 de diciembre.

–Mi padre –agregó Manuel– jamás olvidó el gesto firme de aquellos desgraciados enfrentados a la muerte. Pudo distinguir, al fondo, apoyado en el muro de ladrillo orientado al poniente, a los hermanos Borbón; Alfonso, de cuarenta y dos años, guardaba un gran parecido con Alfonso XIII, con su bigote recortado y su nariz prominente; a su lado Enrique, de cuarenta y cinco, parecía asumir con la misma dignidad el trance que se le avecinaba, puesto que junto a él tenía también a su hijo, Jaime de Borbón y Esteban.

El dolor de Enrique de Borbón y de León debió de ser indescriptible, dado que su hijo Jaime tenía quince años cuando fue abatido por los disparos. Su otra hija, Isabel de Borbón y Esteban, IV marquesa de Balboa y condesa de Esteban, salvó la vida; al igual que su madre, Isabel de Esteban e Iranzo, III condesa de Esteban, dama enfermera de la Cruz Roja española y de Sanidad militar, que fallecería el 14 de noviembre de 1964.

–Entre aquella maraña humana –recordaba Manuel–, mi padre pudo ver igualmente erguidos, desafiantes incluso, a Ramiro Ledesma Ramos, fundador de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (J.O.N.S.), y a su tocayo Maeztu, el insigne escritor y periodista vitoriano, que se despidió así, sin rodeos, de los hombres que formaban el pelotón de fusilamiento: «Vosotros no sabéis por qué me matáis, pero yo sí sé por lo que muero».

En un instante sonaron las descargas de fusil; primero una, luego otra, a continuación otra más, y otra... En total, la docena de tiradores, formados en dos filas, efectuó un centenar de disparos sobre aquellos hombres que segundos después regaban la tierra española con su sangre. Algunos serpenteaban aún en el suelo, agonizantes, en espera de que sus verdugos les descerrajasen el tiro de gracia en la nuca o en la sien...

Los dos hermanos Borbón eran militares: Enrique, capitán de complemento de Caballería, y Alfonso, capitán de Infantería y servicio de Aviación. Pese a su inocencia, fueron sacados con nocturnidad y alevosía de la cárcel de Ventas camino del patíbulo.

La mala estrella de los Borbones lució durante la guerra de España. El primero en caer en acto de servicio, un mes antes que los Borbón de León, fue el príncipe Carlos de Borbón y Orleáns, hermano mayor de María de Borbón y Orleáns, esposa de Don Juan de Borbón, padre a su vez del Rey Juan Carlos I.

La tragedia tuvo lugar en las montañas próximas a la ciudad norteña de Eibar, unos pocos días antes de que don Carlos se enrolara en el Ejército nacional como teniente. Durante un ataque de los republicanos, que se realizó el 27 de septiembre de 1936, el joven príncipe se apercibió de que uno de sus hombres había perdido el casco y le cedió generosamente el suyo. Tan solo unos minutos después, una bala le atravesó la frente y cayó fulminado. Al enterarse de esta noticia en su exilio de Roma, Alfonso XIII sufrió como si hubiese perdido a un hijo suyo.

@JMZavalaOficial