Nueva York

El aquelarre de Álex de la Iglesia

Una secuencia de la película
Una secuencia de la películalarazon

«Las brujas de Zugarramurdi», que se estrena el próximo viernes, es una película casi tan excesiva como su director. Álex de la Iglesia decidió presentar su última locura en el Festival de San Sebastián al anunciarle que Carmen Maura iba a ser la homenajeada, a pesar de que estaba siendo cortejado por Venecia, donde alguien como Quentin Tarantino le llenó de premios con «Balada triste de trompeta». En su regreso a la comedia más desmadrada, vuelve a usar dos iconos nacionales como escenarios principales de la película (muy al estilo de las Torres de «El Día de la Bestia» o el anuncio de Schweppes), al principio, la Puerta del Sol, donde dos desheredados (Silva y Casas) atracan una casa de empeño de oro, y luego las cuevas de Zugarramurdi (donde reinan Carmen Maura, Terele Pávez, Carolina Bang y dos «brujas» que resultan muy «sui generis» como son Santiago Segura y Carlos Areces), cuyo auto de fe por la inquisición dio origen, según él, a toda la mitología internacional: «Las brujas de Halloween de Nueva York llevan, en realidad, el sombrero regional navarro». Zugarramurdi es para el realizador, «nuestro Salem, donde, por cierto, no pasó gran cosa».

Asegura que es un divertimento, pero, al mismo tiempo, le gusta que la reconozcan como la más berlanguiana de sus películas, con un reparto coral de perdedores y cierto regusto amargo detrás de cada sonrisa. Quiere poner la venda antes que la herida porque sabe que la cinta será tachada de misógina: «La idea es reírnos de la guerra de sexos, de lo tontos que podemos llegar a ser los hombres y lo malas que pueden llegar a ser algunas mujeres. He querido mostrar diálogos en los que los hombres no nos vemos involucrados y demostrar hasta qué punto podemos llegar a ser débiles, manipulables y no podemos llegar a entender nada», asegura el director cuando intenta desentrañar las cuestiones de fondo que brillan en la cinta.

Pero en su presentación no se limitó únicamente a promocionar su nuevo trabajo. También hizo una verdadera declaración de amor al cine español: «Yo soy más viejuno que Bayona y esa generación y disfruto entendiendo lo que dicen los personajes, y no hablo del problema del idioma, que yo, afortunadamente, no lo sufro. Lo mejor que tiene este país son sus actores, que saben más de cine y de la vida que yo, y, además, me soportan», sentenció con su habitual sorna. A pesar del buen humor que derrochó, De la Iglesia no ocultó en ningún momento la complejidad técnica de esta película, sobre todo el aquelarre final, filmado en las cuevas con cientos de extras y su numeroso reparto: «No creo que nadie que haga una comedia se divierta, aunque lo finjas. Era absolutamente necesario cumplir las nueve semanas de rodaje», y mira a Enrique Cerezo, por primera vez su productor y con el que espera repetir.