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El bolsillo secreto de María Cristina

Todo el mundo daba por hecho que su «fondo de reptiles» estaba repleto, pero la realidad era distinta.

Retrato de María Cristina pintado por Vicente López Portaña
Retrato de María Cristina pintado por Vicente López Portañalarazon

Todo el mundo daba por hecho que su «fondo de reptiles» estaba repleto, pero la realidad era distinta.

Los llamados «fondos reservados» no son un invento del siglo XX. Fallecido el rey Fernando VII el 29 de septiembre de 1833 su cuarta esposa María Cristina de Borbón, la reina gobernadora, constituyó una especie de «fondo de reptiles» donde fue librando fuertes cantidades de dinero. Sólo en los últimos tres meses de aquel año, se giraron al bolsillo 661.559 reales. Desde entonces, y hasta que en 1840 ella se exilió a París tras proclamarse la regencia del general Baldomero Espartero se introdujeron en el citado bolsillo nada menos que 37.122.378 reales, cantidad muy respetable para la época.

Al hacerse cargo Martín de los Heros de la Intendencia de la Real Casa y Patrimonio, descubrió que el «bolsillo secreto» estaba prácticamente vacío: el dinero había desaparecido sin que hubiese constancia de su destino.

La reina gobernadora, madre de la también soberana Isabel II, se marchó a París llevándose consigo el misterio sobre el empleo de esos fondos: ¿adquirió joyas con parte de los mismos que guardó luego durante su exilio? ¿Mantuvo con el dinero a los ocho hijos nacidos de su segundo matrimonio con el guardia de corps Agustín Fernando Muñoz, criados en París?

Sea como fuere, lo cierto es que en los libros de contabilidad que la reina madre llevó consigo al exilio, depositados hoy en el Archivo Histórico Nacional, donde pude consultarlos en su día, no hay constancia documental de todos los pagos efectuados con cargo al «bolsillo secreto»; existen, eso sí, algunos recibos de elevado importe, como el pago de 682.000 reales en joyas realizado en mayo de 1835 a la viuda de Garreta, de los que 460.000 reales corresponden sólo a un «gran collar de hilo de perlas con su pendientes» para el guardajoyas de la reina madre; o la liquidación de una deuda pendiente de 1.036.341 reales con el diamantista Narciso Práxedes Soria, procedente de la testamentaría de Fernando VII.

Pero el resto de las facturas refleja importes muy modestos comparados con los referidos. Nada reseñable, en suma, que justifique la salida de más de 37 millones de reales del «bolsillo secreto», desde la muerte de Fernando VII hasta el fin de la regencia de María Cristina.

Igual que su marido

La propia María Cristina recurría al bolsillo como le daba la real gana. Para hacerse una idea cabal de su magnitud del «bolsillo secreto» recurramos a las comparaciones: el «fondo de reptiles» de la reina equivalía, por ejemplo, a la asignación anual recibida por Fernando VII del Estado en abril de 1814, cuatro meses después de ser repuesto en el trono por Bonaparte mediante el Tratado de Valencia; bien entendido que con 40 millones de reales anuales el rey felón debía atender todos los gastos del Patrimonio Real, incluidos palacios, cotos de caza y demás propiedades, a diferencia de lo que sucede hoy en pleno reinado de Felipe VI.

¿Sirvió acaso todo o parte de aquel dinero opaco para comprar voluntades, o mejor dicho, fidelidades a la reina gobernadora? ¿Pudieron financiarse con él las luchas intestinas contra los partidarios del rey carlista como se dijo entonces? ¿Se empleó tal vez esa fabulosa suma para contentar a los enemigos de Isabel II, sembrando en ellos un ideal de paz que agostase los ríos de sangre derramada en tantos campos de batalla?

Transcurridos hoy más de 180 años desde el estallido de las guerras carlistas, recordemos que el desenlace de la primera se produjo entre septiembre de 1839 y julio de 1840; en febrero el general Espartero lanzó su ofensiva en el Maestrazgo hasta que Morella se vio obligada a capitular en mayo, mientras su homólogo Ramón Cabrera, gravemente enfermo, cruzó el Ebro para refugiarse en Cataluña.

Firmado el convenio de Vergara en agosto de 1839 tuvo lugar la doble batalla de Peracamps, la más importante de todas las entabladas en el Principado, durante la cual el ejército carlista demostró que podía batirse en igualdad de condiciones con las tropas isabelinas más selectas.

Finalmente, el 6 de julio de 1840, persuadido de que su resistencia era ya inútil, Cabrera cruzó la frontera por Berga. En el resto de España algunas partidas carlistas perseveraban aún en la lucha, como en Galicia y La Mancha, antes de su rendición final.

A esas alturas, gracias probablemente a los fondos ocultos de María Cristina en su «bolsillo secreto», pudo mantener ésta a su primogénita Isabel II como reina de España durante su minoría de edad, bajo la regencia del general Espartero. A fin de cuentas, el «fondo de reptiles» bien valía un trono.

¿Una familia tronada?

La previsora reina María Cristina ya había advertido durante su exilio: «Los Borbones podremos ser una familia destronada, pero nunca seremos una familia tronada». Y no le faltaba razón, a juzgar por los bienes legados por su esposo Agustín Fernando Muñoz al fallecer en París, el 11 de septiembre de 1873, en su residencia de la Rue de la Pompe número 49. El testamento del duque de Riánsares, depositado en el Archivo Histórico de Protocolos de Madrid con el número 32.030, le quita el hipo al más pintado. El administrador de la testamentaría, Mariano Solano y Torner, inventarió con exquisito celo todos y cada uno de los bienes del difunto hijo de los humildes estanqueros de Tarancón, cuyo valor total cifró en nada menos que 70.201.642 reales. Una auténtica fortuna, repartida entre «dinero en metálico», «valores y derechos negociados en Bolsa y en otros mercados», «bienes muebles» y «bienes inmuebles».