Historia

Francia

Batalla del Somme: El día que Europa conoció el infierno de la guerra

En los 80 kilómetros del frente del Somme, al norte de Francia, combatieron hace 100 años tres millones de hombres: 350.000 resultaron muertos, 750.000 heridos y la guerra continuó otros dos años

La huella histórica de las trincheras y su realidad en la guerra, abajo
La huella histórica de las trincheras y su realidad en la guerra, abajolarazon

En los 80 kilómetros del frente del Somme, al norte de Francia, combatieron hace 100 años tres millones de hombres: 350.000 resultaron muertos, 750.000 heridos y la guerra continuó otros dos años

«Uno de julio, día fatídico, cuyo fruto fueron las heridas y la muerte y para los que sobrevivieron, el execrable recuerdo del horror. Un valor imperecedero inspiró a todos los combatientes, pero ¿dónde estaba la victoria?», escribió hace cien años el oficial historiador del 6º batallón británico del Royal Warwicks, que esa mañana había atacado con sus 836 hombres. 520 nunca regresaron; el resto, 316, estaba heridos. Los planes de la Entente (Gran Bretaña, Francia, Rusia e Italia) para 1916, trazados a comienzos de diciembre de 1915, era lanzar tres ataques simultáneos contra la Triple Alianza (Alemania, Austria y Turquía). Los rusos debían atacar en el este, los italianos, en los Alpes y los franceses y británicos a lo largo de unos 80 kilómetros en el frente del río Somme, que riega el departamento del Somme, en el norte de Francia, antes de desembocar en el Canal de la Mancha.

La enorme operación planificada por el alto mando franco-británico contaba con poder lanzar a la lucha a unas 65 divisiones (más de un millón de hombres), respaldadas por más de dos mil cañones. La nueva doctrina para superar la guerra de trincheras, en la que ambos bandos estaban enterrados desde el otoño de 1914, la había formulado el general Ferdinand Foch, jefe de los ejércitos aliados: «La artillería conquista el terreno; la infantería lo ocupa». El problema fue que mientras Foch y Douglas Haig, jefe de las fuerzas expedicionarias británicas, acumulaban medios para ese ataque, los alemanes les cogieron a contrapié ,desencadenaron la ofensiva de Verdún con el ánimo de desangrar al Ejército francés a base de bombardeos artilleros. Y los planes del Ejército alemán estuvieron a punto de terminar con la infantería de Francia: Verdún no fue ocupado, pero en su defensa, a relevos, combatió el 70 por ciento de su ejército, padeciendo hasta 371.000 bajas (161.000 muertos).

Al llegar el verano, la situación de Francia era tan desesperada que Arístides Briand, su jefe de Gobierno, fue a visitar personalmente al general Haig para que desencadenara de inmediato el ataque en el Somme evitando el colapso de los defensores de Verdún. Haig le explicó que era imposible avanzar el ataque, pero se comprometió a iniciar el bombardeo de su artillería las noche del 24 de junio y sostenerlo durante una semana, lo que advertiría a los alemanes de la inminencia del ataque y provocaría la retirada de tropas de Verdún para reforzar sus posiciones en el Somme.

Ocurrió casi al pie de la letra. Cuando el 24 de junio, los alemanes sintieron temblar la tierra bajo la tempestad desencadenada por 1500 cañones que dispararon aquel primer día 1.732.873 granadas sobre un frente de apenas 20 kilómetros, atenuaron su presión sobre Verdún y enviaron fuerzas al Somme. El bombardeo prosiguió hasta el 29 de junio, fecha prevista para el ataque, pero ante el temporal de lluvias que empantanaron la zona y comprobación de que los efectos de la artillería habían sido inferiores a lo calculado, Haig prolongó el cañoneo dos días más y pospuso hasta el primero de julio el ataque de la infantería.

A las 6:30 horas del primero de julio de 1916, la artillería franco británica anunció el comienzo de la batalla bombardeando con 250.000 proyectiles en una hora las posiciones alemanas. El martilleo de más de cuatro mil proyectiles por minuto sobresaltó a los niños de un colegio próximo a Londres, a más de 200 kilómetros de distancia, que advirtieron la vibración de los cristales de las ventanas. Entre las medidas dispuestas para destrozar el dispositivo alemán se tenía mucha confianza en diez galerías excavadas hasta alcanzar el subsuelo de las trincheras alemanas; en cada una de ellas se habían acumulado 20 toneladas de explosivos. A las 7:28 horas se hicieron estallar: la tierra tembló como bajo los efectos de un sismo, lanzando centenares de metros cúbicos de tierra y piedra a gran altura y abriendo cráteres de 20 metros de profundidad y 70 de diámetro, alguno de los cuales aún existe.

Luego, la infantería: 27 divisiones británicas y 14 francesas–más de medio millón de hombres– salieron de sus trincheras y avanzaron casi en formación hacia las líneas alemanas, cuyos defensores apenas si sumaban 200.000. Y, ¡sorpresa atroz!, la mayoría de las posiciones estaban aún bien defendidas: los alemanes habían soportado a cubierto la lluvia de metralla y, cuando cesó, montaron sus ametralladoras Maxim MG-08 y barrieron con millones de balas el avance enemigo. Un ametrallador escribió a su casa que le daba cargo de conciencia disparar sobre aquellos soldados que avanzaban a cuerpo descubierto contra sus máquinas. Un batallón de voluntarios de Terranova, unos 800 hombres, salió hacia las posiciones alemanas y sólo pudieron avanzar unos metros, 688 cayeron muertos o heridos en menos de un cuarto de hora.

Aquel primero de junio es el día más nefasto que recuerdan las armas británicas. Sus tropas no identificaron los huecos abiertos en las líneas germanas y no alcanzaron los objetivos previstos; el precio fue aterrador: 19 240 muertos, 35. 493, heridos, 2.152 desaparecidos y 585 prisioneros, en total, 57. 470 hombres, más del 10 por ciento de las fuerzas empleadas. Al sur del frente atacado les fue mejor a los franceses que tomaron el terreno asignado para aquel primer día al precio de más de cinco mil bajas. Los alemanes parece que sufrieron unas 8.000 bajas.

Habían previsto los franco-británicos que en dos o tres días estarían desbaratadas las líneas alemanas, que habrían abierto un boquete de 40 kilómetros por el cual lanzarían el torrente de su caballería. No hubo tal y ocurrió como en los 18 meses anteriores: millones de hombres enterrados, rodeados de restos humanos putrefactos y ratas que les atacaban durante el sueño, permanentemente mojados, cubiertos de barro, helados la mayoría del tiempo, mal alimentados, cubiertos de piojos... Cuando la batalla se dio por finalizada, después de un brutal forcejeo postrero, habían transcurrido 141 días, que dejaron un saldo final aterrador, el más sangriento de toda la guerra: ambos bandos sumaron 1.058.906 bajas (310.486 muertos), siendo más los heridos aliados y más los muertos alemanes.

Aquella batalla, pensada por el mando franco-británico como una ofensiva que decidiría el conflicto, aparentemente quedó en una pequeña rectificación de líneas en favor de los atacantes. Un análisis posterior, sin embargo, sitúa en la batalla del Somme el comienzo del declive alemán pese a las ofensivas que aún pudo organizar en 1917/18. El historiador británico Gary Sheffield, reconocido especialista en la Gran Guerra, escribía hace unos años que «la batalla del Somme no fue una victoria en sí misma, pero sin ella la Entente no habría emergido victoriosa en 1918». Mucho tiempo antes, uno de los máximos responsables militares alemanes, el príncipe Ruperto de Baviera, comentaría años después: «Lo que quedaba de la vieja infantería alemana de primera clase entrenada durante la paz se consumió en el campo de batalla del Somme». Al Imperio alemán cada día le sería más difícil reponer sus pérdidas, por ello echó el órdago de la ofensiva general submarina de febrero de 1917 y lo perdió.

Entre los tres millones de hombres que combatieron en el Somme hubo alguno bien conocido. Hitler llegó en otoño y permaneció poco tiempo pues fue herido y enviado a retaguardia. Se dijo que esa lesión le ocasionó la pérdida de un testículo, circunstancia que no supera el nivel del rumor, ya que no la recoge ninguno de sus biógrafos relevantes. Hitler, que también sería gaseado al final de la contienda, superó ambas adversidades y durante los siguientes 25 años desplegaría una actividad febril. En el Somme combatió, también JR Tolkien, autor de «El Señor de los anillos». Seguramente el recuerdo atroz de aquella brutalidad le inspiraría alguno de los siniestros momentos del tenebroso reino de Mordor. Otro que sufrió aquella agonía fue el teniente Ernst Jünger, escritor que tiene un lugar relevante en la literatura del siglo XX. En el Somme, con 23 años, se ganó la preciada condecoración de «Pour le mérite».

El tanque lo inventaron los ingleses para superar el fuego de las ametralladoras alemanas y debe su nombre al secreto de los fabricantes, que pedían chapa para «tanques» de agua o combustible. Aparecieron por vez primera el 15 de septiembre en uno de los choques del Somme, la batalla de Flers-Courcelette. Se esperaba de ellos que protegieran a la infantería y superaran el barro, las alambradas y las trincheras. Aunque inmediatamente denotaron fragilidad mecánica (sólo pudieron utilizarse 21 de los 49), causaron pavor, pero su lentitud (3,2 km/h) permitió que los alemanes aprendieran a combatirles y advirtieran otros defectos: voluminosos y fáciles de cazar por la artillería, torpes en los enjambres de embudos y trincheras e inadecuadamente armados. En la batalla del Somme, los británicos, los únicos que tenían blindados, perdieron un centenar. Pero no fue un fracaso: su capacidad de anular el fuego de las ametralladoras y el pánico que provocaban sus ataques en masa resultaron tan prometedores que pronto equiparon a todos los ejércitos contendientes.