Premio Nobel de Literatura

El día que Patti Smith se olvidó de Bob Dylan

La cantante estadounidense fue la encargada de sustituir y dar voz al artista premiado en la gala de entrega de los Nobel, celebrada ayer en la Academia Sueca.

Patti Smith, en el momento en que se quedó en blanco
Patti Smith, en el momento en que se quedó en blancolarazon

La cantante estadounidense fue la encargada de sustituir y dar voz al artista premiado en la gala de entrega de los Nobel, celebrada ayer en la Academia Sueca.

Cuando lo nominaron al Oscar en 2000 por la canción «Things Have Changed» para la película «Jóvenes prodigiosos», Robert Allen Zimmerman, más conocido como Bob Dylan, no acudió a Los Ángeles, pero sí realizó una actuación vía satélite desde Australia durante la gala. La cortesía le salió bien porque fue recompensado con la estatuilla al mejor tema original, «un honor que no me esperaba», según dijo.

Si alguien pensaba que volvería a tener un gesto parecido con la Academia Sueca que ostenta el nombre del inventor de la dinamita, estaba muy equivocado. Dylan no estuvo ayer en Estocolmo para recibir el Premio Nobel de Literatura porque ya tenía adquiridos compromisos previos. En su lugar, su música y sus letras llegaron hasta la academia con una embajadora de lujo llamada Patti Smith.

Ella fue la encargada interpretar uno de los temas míticos en el repertorio de Dylan, «A Hard Rain’s a-Gonna Fall», compuesto en 1963 y que nos devuelve a un músico que buceaba en la canción tradicional estadounidense, incluso con tintes de protesta, algo que el propio interesado ha negado en alguna ocasión. El tema, que apareció por primera vez en el álbum «The Freewheelin’ Bob Dylan», debía ser la carta del músico a los académicos suecos a falta del prometido discurso de aceptación del galardón. Smith, en el mismo escenario por el que han pasado García Márquez, Günter Grass, Orhan Pamuk o Camilo José Cela, apareció rodeada de la Orquesta Filarmónica Real de Estocolmo. Pero le pudieron los nervios y el reto. A los pocos compases de «A Hard Rain’s a-Gonna Fall» tuvo que parar. «Lo siento mucho. Disculpadme. Estoy muy nerviosa», dijo con sinceridad, ganándose el aplauso de ánimo de los presentes. Smith retomó la canción con unos geniales arreglos y logró hacerse suyo al ausente homenajeado.

Bob Dylan es el hombre de las mil caras. Un ser capaz de reiventarse, ya sea cantando duetos con Johnny Cash, codeándose con Allen Ginsberg ante la tumba de Jack Kerouac, paseándose por la Factory de Andy Warhol ante los seducidos ojos de Edie Sedgwick y atreviéndose a reversionar algunos temas del repertorio de Frank Sinatra. La concesión del Nobel de Literatura ha servido para que sus devotos se reafirmen en la inmensa calidad de sus canciones y para que sus detractores lo tachen como lo más opuesto a la alta cultura.

Trovador y cineasta

Hace unas semanas, una voz tan autorizada en temas literarios como la de Pere Gimferrer afirmaba a este diario que no veía mal que fuera para Dylan: «A mí me parece bien. Si en su momento hubieran sido Prévert o Brassens, nadie hubiera dicho nada porque escribían en francés. Por otra parte, ¿alguien recuerda que toda la poesía de los trovadores era para ser cantada? Eso me parece un argumento de mayor importancia, aunque no se conserva toda la música de los trovadores. Y todavía hay otro aspecto y es que, además de cantante y letrista, es un excelente cineasta, aunque de una sola película de cuatro horas de duración. Me gusta mucho Dylan –añade el académico–, pero creo que lo mejor que ha hecho es esa película que prácticamente no ha visto nadie. Está escrita, dirigida e interpretada por él, con el acompañamiento de Joan Baez, Sara Dylan, Allen Ginsberg y Roberta Flack. Es interesantísima y la vi en París».

La mejor manera de acercarse al hombre que leía a Rimbaud, Dylan Thomas, Joyce y la Biblia y que llamaba a las puertas del cielo, es su obra. Desde hace una semana, se puede encontrar en las librerías de nuestro país el volumen que justifica el Nobel. Editado por Malpaso en tiempo récord para llegar a la entrega del premio de la Academia Sueca y a las fiestas navideñas, sus 1.300 páginas recogen la totalidad de la producción musical propia de Dylan, traducida con cuidado y mano maestra por Miquel Izquierdo, José Moreno y Bernardo Domínguez Reyes, además de contar con prólogo de Diego Manrique, responsable de anotación de las canciones junto con Alessandro Carrera.

Si Bob Dylan puede ser hoy leído en España es gracias al empeño del editor Julián Viñuales, quien comenzó hace años a publicarlo en la desaparecida editorial Global Rhythm y ahora en Malpaso. Viñuales, en declaraciones a LA RAZÓN, apunta que «tiene esa cosa mágica de saber reiventarse. Es un personaje que viene de la tradición folk norteamericana, de Woody Guthrie, un músico que siempre me ha interesado. A través suyo llego a Dylan, que es heredero de todo esto, pero con un lenguaje propio». Cuando se le pregunta si la concesión del Nobel es o no acertada, Viñuales matiza que eso no es lo importante. «Lo que me parece interesante es que el galardón sirva para redefinir el canon y otras manera de hacer poesía. Si nos cargamos a Dylan, esto sería como cargarnos a los trovadores medievales. No nos podemos cerrar y limitarnos a algo clasista. Bob Dylan hacía tiempo que aparecería en las quinielas del Nobel. Por todo ello, creo que es bueno que se oxigene a los géneros literarios, algo que agradecen los lectores».