Historia

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El guardián mexicano de la memoria de Hernán Cortés: "No fue un genocida"

El doctor Julián Gascón, patrono del Hospital de Jesús que el conquistador fundó en 1524 en el mismo lugar donde se produjo su encuentro con Moctezuma hace ahora 500 años, defiende su dimensión histórica: «No fue un genocida».

Los códices indígenas dan también cuenta de la llegada de Cortés a Tenochtitlán y de su encuentro con Moctezuma
Los códices indígenas dan también cuenta de la llegada de Cortés a Tenochtitlán y de su encuentro con Moctezumalarazon

El doctor Julián Gascón, patrono del Hospital de Jesús que el conquistador fundó en 1524 en el mismo lugar donde se produjo su encuentro con Moctezuma hace ahora 500 años, defiende su dimensión histórica: «No fue un genocida».

La memoria de Hernán Cortés en Ciudad de México, la antigua Tenochtitlán, está sepultada por cinco siglos de indiferencia, cuando no de rencor, hacia el conquistador. Poco importa que fuese el forjador de la nación mexicana que emergió de las cenizas del imperio azteca. En España no le ha ido mucho mejor: en el callejero de Madrid solo una pequeña calle de apenas 200 metros en el barrio de Chueca que lleva su nombre y para ver una estatua suya en la capital hay que adentrarse en el patio de armas del Cuartel General del Ejército de Tierra. La que se levanta en su Medellín natal (Badajoz) amaneció hace unos años cubierta de pintura roja. En la capital mexicana sí hay una de Cortés, en el interior del Hospital de Jesús que él mismo fundó en 1524, junto a la iglesia de igual nombre, en el mismo lugar donde se produjo su primer encuentro con Moctezuma, del que el pasado viernes se cumplieron 500 años. En un lateral del templo, casi en la esquina de Pino Suárez y República de El Salvador –a escasos metros del zócalo–, un mosaico de casi mil piezas recuerda la efeméride. Al otro lado de los muros de cantera y tezontle (piedra de origen volcánico), en el interior, se encuentra la olvidada tumba de Hernán Cortés. Ni siquiera está permitido sacar fotografías. El busto de Cortés es exclusivamente fruto del empeño de un mexicano, el nonagenario doctor Julián Gascón, patrono emérito del Hospital de Jesús, que ha dedicado toda su vida a defender la memoria del conquistador y a reclamar para él, contra viento y marea, un lugar preeminente en la historia de México. Palabras mayores. Ni siquiera el gran Octavio Paz –quien instó a sus compatriotas a reconciliarse con su «otra mitad» para no perseverar en el odio a Cortés– tuvo éxito en una empresa tan repleta de aristas. «Hernán Cortés no fue un genocida. El pueblo de México no le considera así», explica Gascón a LA RAZÓN en su despacho del Patronato, un auténtico santuario a la memoria del conquistador extremeño de cuyas paredes cuelgan cuadros de Cortés y de su hijo Martín. El propio doctor, ahí es nada, se sienta en una silla que utilizó el mismísimo marqués del Valle. En el centro de la estancia, donde el peso de la historia oprime al visitante, se encuentra la mesa sobre la que reposaron sus restos en una de las muchas exhumaciones por las que pasaron sus huesos. «Inició el mestizaje en México, eso es indudable, así como la atención a los indígenas a través de los sacerdotes españoles, que los trataron con mucho cariño enseñándoles, no solo la religión, sino también las artes y la lengua», defiende con su hablar sosegado por los años. «Es el representante de una etapa histórica donde se produjo el nacimiento doloroso, porque hubo sufrimiento, de una nación», remata. Gascón relata con memoria precisa las sucesivas exhumaciones e inhumaciones de sus restos. En una de ellas, en 1946, estuvo presente el general republicano José Miaja. Y recuerda cómo, en 1981, coincidiendo con una ambiciosa remodelación del hospital, decidió erigir un busto a Cortés. No sería uno cualquiera, sino la réplica del que adornó hasta 1823 su mausoleo, que fue destruido para evitar la profanación de sus restos en el México ya independiente. La escultura, obra de Manuel Tolsá, se envió a los descendientes de Cortés en Italia y Gascón encargó una copia exacta e incluso invitó al entonces presidente de la República, José López Portillo, a la inauguración. «Señor presidente, es una escultura de Hernán Cortés y usted sabe lo que significa en la historia de México. Yo quiero que usted devele ese busto», le espetó. El presidente se mostró un tanto reacio, consciente de que remaban contra corriente. «Doctor, eso va a ser muy polémico», le advirtió como si hiciera falta. Pero el doctor no se arredró. «Este país desde que nació es una polémica constante –replicó– y esa polémica se acabará el día en que se levante una estatua de Cortés en un extremo de Reforma (la principal arteria de Ciudad de México) y una de Moctezuma en el otro». Gascón recuerda ese momento con nitidez. «Se paró frente al busto de Hernán Cortés, que estaba cubierto. No me dijo nada y, de improviso, se acercó, “jaló” el hilo y descubrió el busto». Y, como se esperaba, «en los periódicos se armó un escándalo de los diablos».

¿Abandonar o enfrentarse?

Una vez erigido, ahora se trataba de que se mantuviese en pie en los jardines del Patronato, frente a la escalera principal de su bello patio interior. El momento más comprometido se produjo cuatro años después, en 1985, cuando asociaciones indigenistas tras una concentración en el zócalo se dirigieron al Hospital de Jesús con la intención de destruir el busto. «Yo pensaba: “¿Qué haré, qué haré?”. Por si acaso venían en plan violento –cuenta–, cerré las puertas del hospital y me quedé en el Patronato solo, pensando qué haría para que no destruyeran el busto». Abandonar la estatua a su suerte no se le pasaba por la cabeza. «Ni modo de correr –pensó–. Me voy a enfrentar a ellos y les propondré colocar junto al de Hernán Cortés un busto de Moctezuma y, al otro lado, el de Cuauhtémoc». Y aunque no culminaron su amenaza –«no sé qué pasó, pero antes de llegar desistieron»–, Gascón decidió tomar precauciones y llamó a un antiguo compañero del colegio, el mayor del Ejército Ismael Cosío. «Vente con tu pistola –le dijo–. Tu única obligación es estar cerca del busto y que no se le acerque nadie para destruirlo, porque sería una vergüenza para el Hospital de Jesús». Y así se hizo. «Se iba por la noche, pero antes metía la mano dentro del busto, que era hueco, para comprobar que no hubiese una bomba. Así estuvimos seis meses, hasta que la gente se acostumbró y el busto dejó de ser objeto de controversia».

Gascón se lamenta de una realidad incontestable: Cortés tiene «mala prensa en España y en México», donde «no reconocen su gran valor ni la dimensión histórica de su figura». «No veo un cambio significativo respecto a la visión de Cortés en España», añade con un adarme de desencanto. Pero el patrono honorario del Hospital de Jesús –donde entre otros hitos se practicó la primera autopsia de América– no ceja en el empeño al que ha consagrado toda su vida. Ahora quiere impulsar un programa educativo para que en los colegios mexicanos se estudie la conquista y la figura de Cortés. «Eso ayudaría a los estudiantes de primaria a penetrar en el conocimiento de la conquista y del hombre que la dirigió, para ir borrando así esa imagen que se ha formado hasta la fecha de que fue únicamente un sufrimiento para el pueblo de México», argumenta.