Premios Princesa de Asturias

El polifacético creador William Kentridge, Premio Princesa de las Artes 2017

Dibujante, fotógrafo, director de cine, actor. Múltiple y plural, el creador surafricano fue galardonado ayer con el Premio Princesa de Asturias de las Artes. En octubre expondrá en el Museo Reina Sofía

Fotografía de archivo (11/05/2016) del polifacético creador sudafricano William Kentridge (Johannesburgo, 1955),
Fotografía de archivo (11/05/2016) del polifacético creador sudafricano William Kentridge (Johannesburgo, 1955),larazon

Dibujante, fotógrafo, director de cine, actor. Múltiple y plural, el creador surafricano fue galardonado ayer con el Premio Princesa de Asturias de las Artes. En octubre expondrá en el Museo Reina Sofía

La ciudad de los rascacielos. Ahí, en Nueva York, recibía William Kentridge la noticia de que se convertía en el nuevo Premio Princesa de Asturias de las Artes, que recaía en esta ocasión en un creador múltiple y plural, un artista capaz de tocar muchos palos y todos ellos bien. Todoterreno. Un sucinto comunicado daba cuenta de su agradecimiento, de su felicidad. En él dice que está «encantado» de recibir la misma distinción que años atrás recayera en Coppola, Norman Foster, Vittorio Gassmann o hace aproximadamente trescientos sesenta y cinco días en Núria Espert. «El trabajo hecho por los artistas, en sus diversas y a menudo indirectas formas, forma parte de un proyecto más amplio que refleja lo que es estar en el mundo ahora», asegura. De los primeros en felicitar al ganador fueron los Reyes, quienes destacaron en su felicitación «el profundo compromiso de su creación artística con la realidad». «Su obra, que ha recibido reconocimiento global, representa la contribución más destacada del continente africano al arte contemporáneo», se puede leer en el texto.

w EN el Reina Sofía

Hace casi veinte años, cuando el Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona decidió abrirle las puertas del centro pocos en España sabían quién era ese hombre blanco de físico rotundo que había nacido en Suráfrica. Fue su primera gran exposición en España. En ella se presentó su abanico de creación. Dentro de unos meses regresará a nuestro país, en octubre. En esta ocasión será el Reina Sofía quien le abra las puertas. Cuando su director se replanteó mostrar sus trabajos lo primero que hizo fue ir a la raíz y preguntarse si merecía la pena montar una exposición con su obra. La respuesta fue sí, siempre que se contara qué había sucedido en ese periodo de tiempo y que fuera el propio artista quien reflexionara desde su propia obra.

¿Qué separaba al William Kentridge desconocido en 1998 de este que ayer se alzaba con el galardón más prestigioso del mundo de las artes? Sobre esa cuestión girará la muestra en Madrid en la que el artista se han implicado bastante. Lo lleva en el ADN dicen quienes le conocen, pues no pasa de puntillas por la vida. Nació en 1955 en Johannesburgo y en su casa vivió lo que era haber nacido blanco y disfrutar de una posición desahogada, pues sus padres ejercían como abogados en víctimas del apartheid. El ver a Sir Sydney Kentridge defendiendo a Nelson Mandela en el estrado fue decisivo para inclinar su vocación universitaria antes de dedicarse al arte. En 1976 se graduó en Ciencias Políticas y posteriormente lo hizo en Bellas Artes. Los años 80 le llevarían a París para estudiar teatro y televisión y para aprender a crear animaciones de sus dibujos, donde está la verdadera de su arte plural. Una década después mostrará su faceta multidisciplinar, en la que también hay hueco para la escenografía, la escultura y el videorte. Por ejemplo, en pocos días pondrá rumbo a Roma, donde estrena el 19 de mayo en el Teatro de la Ópera una puesta en escena de «Lulú», la ópera de Alban Berg, con Alejo Pérez en el foso. Una ciudad por la que siente un especial cariño y a la que dedicó un impresionante proyecto el pasado año, «Triunfos y derrotas», friso de 550 metros sobre las paredes del Tíber compuesto por 80 figuras de 10 metros de altura.

w cerca del tíber

«Cuando bajas las escaleras la locura del Trastévere queda atrás, por encima, lejos. Al llegar abajo, al mismo nivel del agua el ambiente se calma», explicaba en estas páginas. ¿Por qué ese título, le preguntaba el periodista: «Toda gloria esconde una derrota en su lado oscuro. Por ejemplo, mientras en Roma se construía la Imponente Basílica de San Pablo, en la misma ciudad nacía el gueto judío. La historia está repleta de triunfos y lamentos que se suceden al mismo tiempo. Ocurre en todos los lugares del mundo, pero en esta ciudad resulta más evidente», declaraba. Precisamente sobre las pintadas que habían aparecido en su obra romana declaraba a un medio italiano hace unos días que no le soprendía, aunque no se lo esperaba. «Se deberían limpiar», decía, pues ocupaban justo los lugares en los que no había dibujos suyos. «Hay muy buenos artistas que se dedican al grafitti, aunque los que simplemente se dedican a estampar sobre la pared su nombre o sus iniciales no me interesan», comentaba. Aseguraba que cuando llegar a Roma para preparar los ensayos de la ópera pasaría por el Tíber para comprobar el estado de su friso.

Kassel, uno de los encuentros artísticos con mayor enjundia, le aupó en la Documenta de 1977. Se dio a conocer entonces también en las Bienales de Sao Paul, en 1998, y en Venecia, un año después. En sus obra se reiteran temas como el sufrimiento, la dominación, la culpa, el tiempo y la memoria, que plasma a través de dos personajes, Soho Eckstein y Felix Teitlebaum. En 2003 crece su interés por la escultura y la videoinstalación e incluye en su obra referencias al teatro, la ópera y el cine, en cuyas películas también ha trabajado como actor.

El MoMA también le abrió sus puertas, lo mismo que el Albertina de Viena, el Louvre o el Museo de Bellas Artes de Budapest. El año pasado hacia realidad un proyecto en su ciudad de nacimiento, un centro dedicado a los proyectos multidisciplinares llamado Less Good Idea y que ayer se felicitaba de la gran noticia. Fue un día de celebraciones.

Borja-Villel: «El dibujo es la base de su obra, un dibujo hecho magia»

El director del Museo Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, estaba ayer eufórico, pues William Kentridge es uno de los artistas que representan para él el arte plural: «Es un artista polifacético, completo que hasta es actor de sus propias películas, de sus performances. Hay artistas de los que cuando ves una exposición tienes la sensación de que estás viendo una colectiva. En el caso de Kentridge no sucede así, pues todo es identificable y lleva su marca, todo es él. Es capaz de utilizar los diferentes formatos en una única manifestación. Y esa pluralidad es la que le dota al tiempo de coherencia». Para Borja-Villel en el dibujo es donde está la base de su trabajo. Ahí nos descubre mundos que desconocíamos. Es capaz de hacernos ver algo que no habíamnos sabido ver antes. Y lo hace mediante la maestría del trazo, que posee algo que es propio del cine y de la animación, pero de ese celuloide que nada tiene que ver con Hollywood y que resulta pura magia, de ese arte antes de que se convirtiera en un producto de consumo masivo. Es un engaño que genera una comunidad de afectos. El dibujo hecho magia».

Un dibujo que estará presente en octubre en las salas del museo en una exposición en la que reflexionará sobre su propia obra, «la obra de un artista comprometido en la que el apartheid se convierte en uno de los elementos de su trabajo. Surge la figura, entonces, de Ubu Rey, autoritaria y represora que representa todos los males de esta sociedad, los múltiples apartheid que vivimos hoy».