Europa

Londres

Felipe II, reconstruyendo al rey mecenas

«Cristo Coronado de espinas», de El Bosco, una de las obras que reúne la muestra
«Cristo Coronado de espinas», de El Bosco, una de las obras que reúne la muestralarazon

Déspota, monstruoso, despiadado, imperialista son adjetivos habituales para describir a Felipe II. Un breve vistazo al legado artístico que promulgó durante su reinado no concuerda, sin embargo, con una descripción tan dura. La magnificencia del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial, cuya primera piedra se colocó hace ahora 450 años, se distancia de los proyectos faraónicos medievales, para convertirse en uno de los palacios renancentistas más importantes de Europa. Con 35 años, el propio monarca modifica planos de los arquitectos; tal es su consagración a una de las obras más importantes de su vida, que alzó junto al arquitecto Juan de Herrera. «El Escorial es una de las cristalizaciones más evidentes de la categoría intelectual de Felipe II. De una formación humanística enorme, podemos asegurar que era un verdadero arquitecto», asegura el historiador del arte Antonio Bonet Correa, director de la Academia de Bellas Artes de San Fernando. La grandeza del complejo no terminó en la construcción; su dotación artística, el alhajamiento y el ornato son ahora objeto de una magnífica exposición organizada por Patrimonio Nacional y patrocinada por la Fundación Banco Santander «De El Bosco a Tiziano. Arte y maravilla en El Escorial», que, además de su valor meramente artístico, puede suponer toda una reformulación de la figura de Felipe II.

Viajero incansable

«Los rasgos clásicos de la leyenda sobre Felipe II son el de Rey prisionero del Escorial; el rey lúgubre y enclaustrado; el rey fanático de la Inquisición; el rey con las manos manchadas de sangre. Todos estos mitos son pura falsedad», asegura Henry Kamen, uno de los historiadores que con mayor profundidad han estudiado la figura del monarca y autor de «El enigma del Escorial. El sueño de un rey» (Espasa). Sobre su supuesto enclaustramiento, Kamen explica que «desde 1571 a 1580, tendió a alojarse allí, sólo por cortos períodos. En los últimos 15 años de vida, sus enfermedades no le permitieron pasar mucho tiempo en El Escorial. Felipe II fue el monarca mas viajero de Europa. El historial de sus viajes fue tan impresionante como el de su padre. Pasó catorce meses en Inglaterra y cinco años en los Países Bajos. Pocos historiadores saben que su experiencia sobre Alemania se basaba en el año y tres meses que residió en ese país. Conoció toda la parte norte de Italia. Navegó por el Mediterráneo y el Atlántico. Estuvo dos años y cuatro meses en Portugal. Y en total pasó tres años en la Corona de Aragón, un hecho desconocido. Dentro de la Corona de Castilla, conoció personalmente todas las provincias, e hizo dos visitas al Reino de Navarra. Y dentro de Castilla, no dejó de moverse», asegura el historiador. Sobre su fanatismo religioso, en particular, su implicación en la Inquisición, uno de los argumentos más utilizados por la protestantes en su día para atacar su defensa del catolicismo en España, Kamen también es tajante: «En cuanto a la Inquisición, el rey nunca se hizo partidario del santo tribunal, y asistió sólo tres veces en toda su vida a un auto de fe».

Aunque el origen de esta transmisión errónea esté en la propaganda protestante de la época, la sociedad española no está libre de culpa: «En España, los liberales del siglo XIX ya habían concebido su propia visión de la historia, en la cual Felipe y la Inquisición quedaban relegados al papel de demonios. Los herederos de esta tradición liberal, y entre ellos los protestantes, siguieron hasta nuestros días conservando esta imagen mítica», asegura el historiador. Si bien el estigma de «demonio inquisitorio» fue construido al albur de una guerra de religiones, lo cierto es que Felipe II se erigió en el gran defensor del catolicismo en España en un momento de plena expansión del protestantismo. De hecho, los tapices de Michiel Coxcie sobre Noé o «El jardín de las delicias», de El Bosco, funcionan, según el comisario de la muestra, Fernando Checa, «como una metáfora del refugio frente al desastre absoluto del diluvio, que es la reforma protestante, que acaba con las reliquias y el arte», explica.

En total, 150 obras entre las que se encuentran relicario, miniaturas, dibujos, bordados y ornamentación variada realizadas por maestros como Patinir, Navarrete «el Mudo», Pantoja de la Cruz, Sánchez Coello, Gerard David y Bernard van Orley, expuestas junto a las obras referencias de la muestra: «El Cristo coronado de espinas» y «El Cristo camino del calvario», de El Bosco; «El Martirio de San Lorenzo» y «La Adoración de los Reyes», de Tiziano, además de «Felipe II», de Antonio Moro. Un conjunto de obras que convirtieron el monasterio en un auténtico «archivo de la Contrarreforma» en su día y que, ahora, en el Palacio Real de Madrid, ha sido posible reunir gracias también a la colaboración de El Prado, la National Gallery de Londres, el Louvre, la National Gallery of Ireland y la Biblioteca Nacional. Detrás de esta muestra ha habido un gran trabajo científico basado en parte de los denominados «Libros de entregas» de Felipe II a El Escorial, que se publicarán íntegramente en breve y que contienen las actas notariales que certifican la donación de todas las obras que Felipe II donó al Monasterio. «Rellenaba documentos de forma compulsiva, se encerraba horas entre miles de legajos», dice del monarca el hispanista y experto en Felipe II Geoffrey Parker, una actitud, en definitiva, y en un entorno (más accesible gracias a esta muestra) que lejos de albergar a un monstruo inquisidor, se acerca más a la idea del palacio de un príncipe renacentista.